Quantcast
Viewing all 238 articles
Browse latest View live

Piruletas con gominolas


Algún día tenía que pasar y ese día fue ayer :) Me metí en la cama después de nuestra noche de cine y peli (y de reorganización de libros de cocina, tras una gran purga) y me olvidé completamente de programar la entrada de hoy. ¡Perdón, Carla!

Pero da igual que me haya olvidado, porque sé que todos vais a ir corriendo a ver estas bellezas que ha creado. Los pompones y yo intentamos hacer algo similar hace uno o dos años y... digamos que no salió tan bonito. Y nos comimos casi todas las gominolas antes de empezar.

A Carla le han salido espectaculares, muy chulas... ¡y también están los Reyes! Unas piruletas que se pueden usar como marca sitios para los peques, como detalle navideño encima del postre, ¡o del roscón de Reyes! o directamente en mano para los niños que tengáis a vuestro alrededor. Y los no tan niños, porque a mí si me regaláis una piruleta así, me hacéis feliz :)

Pastel de manzana individual


Mi post de hoy está gafado. O a lo mejor no. Porque he tenido que hacer dos veces el pastel de manzana y os habéis perdido unas primeras fotos absolutamente espectaculares de mi máquina para pelar manzanas en acción. Vamos, se las ha perdido el universo entero porque las he hecho SIN tarjeta en la cámara. Oh yeah. Cuando he ido a sacar la tarjeta para compartir mis fotazas con todos vosotros he descubierto que la cámara estaba más vacía que mi monedero a estas alturas de mes. Y mi monedero está muy vacío.

Pero por otro lado, eso me ha permitido VOLVER a hacer este pastel y VOLVER a hacer una cata para hacer una foto y para comprobar que la masa y el relleno se pueden usar después de unas horas dando vueltas por la nevera. Y hacerlo sin sentirme casi culpable.

Así que no sé si es que el pastel está gafado o que mi subconsciente ha decidido que necesitaba doble ración para enfrentarme a estos últimos días de histerismo prefestivo y prisas por todas partes. Lo único que sé es que he comido mucho, mucho pastel de manzana y que mi casa huele a manzana, canela y mantequilla. Así que no me puedo quejar.

Y también sé que he decidido que este sea el postre de Nochebuena que me ha tocado hacer a mí. Servido tibio y con una bolita de helado de vainilla que se deshaga lentamente. Aix. Creo que me voy a hacer una ración extra, porque ya estoy salivando.

La gracia principal de este pastel (que yo he hecho de manzana, pero podéis hacer en la versión que queráis) es que se hornea en un bote de cristal y puede serviros de regalito para vecinos, amigos o parientes con un lazo bonito y una ramita de abeto. Y lo podéis regalar congelado, crudo o cocido, como vosotros queráis y como os parezca que más le puede gustar a vuestro regalado.

Es otro de esos regalos handmade que podéis hacer en un rato (e incluso a último momento) y convertir en un detallazo para un amigo. Además, lo más probable es que tengáis casi todos los ingredientes en casa.


Para crear mi pastel he usado una mezcla de esta receta y esta otra, os cuento cómo. Necesitáis:

-350 gramos de harina
-3/4 taza de azúcar
-Un pellizco de sal
-250 gramos de mantequilla fría
-Un chorro de agua fría

-4-5 manzanas
-1/4 o 1/2 taza de azúcar
-3 cucharadas de harina
-Un pellizco de canela

Primero hay que hacer la masa. Mezclad la harina con el azúcar y la sal y deshaced con paciencia (o un buen robot de cocina) la mantequilla en la mezcla, trabajando con ganas hasta que parezca pan rallado.

Añadid entonces el agua muy lentamente. Ojo, porque el agua que necesitáis depende de la humedad de vuestra casa, de vuestra harina y de lo deshecha que esté la mantequilla. Yo usé apenas un chorrito, tres o cuatro cucharadas de agua, y con eso la mezcla ya se me unió perfectamente. Id probando poco a poco, que siempre estáis a tiempo de poner más. Si os pasáis, añadid un poco de harina.

La masa resultante no se pega a las manos (con esa cantidad industrial de mantequilla es imposible que se pegue) y es muy blanda y suave. Se rompe con facilidad y es difícil de trabajar. Si la extendéis sobre el mármol poned bastante harina porque en el mármol sí que se pega.

Separadla en porciones. La cantidad de masa que hemos hecho da para cinco botes grandes como este y para unos ocho o diez botes más pequeñitos (que este es enorme!). Formad una bola con cada porción y aplanadla un poco. Guardad las porciones en forma de disco en la nevera, dentro de un recipiente hermético, mientras hacéis el relleno.


Pelad las manzanas, sacadles el corazón y cortad la pulpa en discos muy finos o dados pequeños. Con las pieles, los corazones y los pedacitos que estén feos podéis hacer un vinagre. No os puedo enseñar mi máquina en acción porque no tengo más manzanas, pero saca un finísimo hilo de piel de manzana, descorazona y corta en discos finos, todo al mismo tiempo. Y es súper bonita, no me digáis que no.

Añadid el azúcar, más o menos según lo dulces que sean vuestras manzanas y según lo dulce que os guste el pastel. Añadid también la harina para espesar el líquido que van a crear la manzana y el azúcar al calentarse y que no se escape de la masa. Y sazonad con un poco (o un mucho) de canela.

Dejad reposar el relleno a temperatura ambiente mientras sacáis las porciones de masa de la nevera una por una.

Trabajad cada porción de masa con el rodillo. Pensad que necesitáis dos discos: uno más grande para forrar el interior del bote y otro más pequeño para usar como tapa. Separad la masa en esas porciones y trabajadla con el rodillo.

Para forrar el bote, lo mejor es enmantecarlo primero. Ya sé que entonces la cantidad de mantequilla se dispara, pero un día es un día :) Untadlo bien con la mantequilla y colocad el disco grande de masa con mucho cuidado, apretando con los dedos para que quede bien fijo y para reparar cualquier agujero que se haga. El bote que yo he escogido es bastante poco práctico porque tiene las paredes curvadas, mejor usar un bote más recto.

Con mucho cuidado, meted varias cucharadas de mezcla de manzana en el hueco. Pensad que es mejor que quede a tope, a punto de explotar, porque cuando empiece a cocerse va a quedarse en la mitad de volumen. Así que sed muy generosos.


Estirad la masa restante para hacer la tapa. Es importante hacerle un agujerito para que pueda salir el vapor y el pastel no nos explote en el horno, así que podéis usar un cortapastas y hacerle una forma bonita. Y la forma que os queda (en mi caso una estrella) se puede grabar con la inicial o el nombre del regalado y hornearse también un ratito para usarla como etiqueta.

Poned la tapa de masa, presionad bien en las esquinas para sellar, y colocad el pastel en el horno a unos 180 grados. Tarda un poco en hacerse, una media hora o cuarenta minutos. Ojo, no os dejéis la banda de goma del bote de cristal puesta, porque se quema. Sacadla y hornead el recipiente abierto.

Cuando esté dorado, sacad vuestro pastel y decoradlo. Ponedle una cinta bonita y ya está, ya tenéis regalo homemade y rico, rico, rico, para las personas importantes de vuestra vida.


Este pastel es bueno, bueno porque además se puede hacer por adelantado y congelar. Podéis congelarlo montado en sus botecitos de cristal o podéis congelar masa y relleno por separado y después descongelar y montar el pastel. Si congeláis en los botes de cristal, descongelad antes de meter en el horno, que ya sabéis que el cristal no tolera muy bien los cambios de temperatura muy bruscos.

Ya me contaréis si lo hacéis, o si hacéis alguna variación a la receta. Yo he hecho bizcochos también en botes de cristal y salen perfectos y a la gente le encantan. Experimentad, que no hay nada más bonito que recibir un regalo así.


Bote de chocolate a la taza


¿Todavía os queda algún regalito por hacer? ¿Os habéis olvidado de algún vecino y queréis tener un detalle pero no os atrevéis a entrar en ningún centro comercial porque tenéis miedo de morir aplastados? Pues Ari tiene la solución.

Siempre me han encantado estos botes con los ingredientes secos y la receta, todo listo para cocer. Se pueden hacer de mil cosas, pero Ari ha escogido un clásico de la época: chocolate caliente con nubes de caramelo. Si queréis hacer regalo completo, podéis incluir una película navideña o una madeja de lana con un par de agujas o unos calcetines gordos (tejidos por vosotros!) o incluso una pizza casera (o no) para hacer la cena completa.

Os espero mañana que ya será el último día! Qué pena me da que se acaben estas 24 ideas... pero por otro lado, si se acaban, significa que ya llega el día N, que vamos a comer hasta explotar, que vamos a tener unos días de fiesta y que vamos a estar con la gente a la que más queremos. Y eso siempre es una buena noticia (particularmente la parte de comer hasta explotar).

Turrón de chocolate


Ya sabéis que hay cosas típicas, muy típicas de la Navidad. Las cenas de empresa (los autónomos tenemos otras versiones, por ejemplo, calçotada navideña), los villancicos, el anuncio de la lotería, las felicitaciones horteras, las luces en las calles, las prisas de última hora... y el turrón.

El turrón es un clásico y el de chocolate más aún, por lo menos en Casa Pompón, donde hay tres gourmets dictadores que consideran que es lo mejor del mundo. Así que la propuesta de Laia de hoy me viene como anillo al dedo. Voy a ver si todavía estoy a tiempo de comprar los ingredientes y de prepararlo para esta noche.

Espero que lo tengáis todo listo! Yo me voy corriendo a hacer las últimas gestiones. Nos vemos esta tarde con el último post de todos, con las palomitas de nuestro reto.

Reto 3 - Palomitas


¡Este ya es el último post de nuestras 24 ideas! Qué ilusión me ha hecho entrar en el blog todos los días, contaros qué habíamos organizado y compartir con vosotros ideas, materiales y puntos de vista diferentes. Vamos, que creo que estos 24 días han sido súper enriquecedores. Muchas gracias por estar al otro lado, por vuestros comentarios y vuestro apoyo.

No os voy a negar que una parte de mí se alegra mucho de que todo esto haya terminado. Publicar cada día está solo al alcance de unos pocos, porque es un currazo. Máxime si una es desorganizada, caótica y vive un poco día a día. Ha habido algunas noches de pánico, algunas mañanas frustrantes, mucho ir y venir de fotos, desajustes horarios... en fin, ha habido de todo, que es parte de la grandeza de este tipo de proyectos. Porque todas esas situaciones nos han hecho aprender un montón sobre nosotras mismas y sobre nuestros blogs.

El último reto son las palomitas. Por favor, qué cosa tan rica, tan fácil de hacer, tan versátil... En casa somos ultra fans de las palomitas. Nos chiflan. Si vemos una peli, da igual que hayamos hecho una comida de cinco platos antes: hay que poner palomitas.


Tenemos una sartén grande, de fondo grueso en la que ponemos un chorrito de aceite de oliva a calentar. Para ver si ya está bien de temperatura, ponemos la mano abierta por encima del aceite y si notamos el calor, ponemos los granos de maíz y tapamos.

A los pompones les encanta oír cómo explotan las palomitas y ver cómo van llenando la olla poco a poco.

Cuando dejan de sonar, sacamos del fuego y ponemos las palomitas en una fuente de plástico grande que sujeta la persona que esté sentada en el medio del sofá. Normalmente les ponemos un montón de sal y ya está, pero para este reto quisimos hacer unas palomitas dulces con los colores navideños clásicos: el verde, el rojo y el blanco.

Para ello hicimos un caramelo con:

1/2 taza de mantequilla
1 taza de azúcar
1 cucharada de glucosa (o miel para que no se queme el azúcar)
Esencia de vainilla o de frutas (opcional)
Colorante alimentario verde y rojo

Es muy fácil, solo tenéis que poner la mantequilla, el azúcar y la glucosa a fuego medio, remover hasta que todo se disuelva y entonces bajar el fuego y cocer unos minutos más, sin parar de revolver, hasta que se haya formado un caramelo blanco. No dejéis que se tueste, necesitamos que el caramelo sea perfectamente blanco.

Sacadlo del fuego, ponedle esencia si queréis, y repartidlo en tres recipientes. Trabajad rápido porque si se enfría es más difícil de mezclar. Teñid un caramelo de verde, otro de rojo y dejad el tercero en blanco.

Separad las palomitas en tres recipientes también y mezclad cada parte con su caramelo. Revolved hasta que quede bien repartido.

Cuando ya lo tengáis, poned las palomitas en una bandeja de horno, sobre un poco de papel parafinado. Cocedlas a fuego bajo (100 grados) unos 20 minutos o media hora, removiéndolas de vez en cuando para que se sequen bien por todas partes.

Sacadlas del horno, ponedlas en un bote de palomitas bonito y ya está, ya podéis disfrutar de palomitas dulces, bonitas y ricas, ricas, riquísimas.


¿Qué habréis hecho los demás con vuestras palomitas? Aquí van las ideas que habéis compartido con nosotras:

Ari:


Carla:


Laia:


Paloma:


Muchas, muchas gracias por compartir esta aventura con nosotras y muy felices fiestas! Nos vemos dentro de unos días, pero hoy os quiero enviar un beso muy grande y muy fuerte y daros las gracias por estas siempre al otro lado. Que vuestra celebración, sea la que sea, os llene de ilusión, de alegría y de buenos momentos. ¡Se os quiere!

Exfoliantes naturales


Los días que hay entre Navidad y fin de año siempre me parecen eternos. Los pasamos normalmente en casa, intentando recuperarnos de las comilonas, haciendo maratones de pelis, alguna actividad con amigos y... durmiendo, para qué nos vamos a engañar.

Ya os veo a todos haciendo balance del año que cerramos, listas de propósitos para el año que viene, resúmenes de vuestro año en cifras o en fotos o en titulares o en tuits o en lo que sea. Son esos días en los que no podemos evitar reflexionar sobre lo que dejamos atrás ni pensar en estrenar nuestra nueva agenda, un año enterito de días sin usar que nos prometen que todo es posible, que podemos conseguir cualquier cosa.

Son días raros, en los que todo parece suspendido en el aire tras la resaca navideña, justo antes de las campanadas y de que empiece la locura de SSMM. Una especie de calma antes de la tormenta que seguro va a llegar, y con fuerza, alrededor del 2 de enero, cuando a todos nos entre el pánico porque solo quedan tres días para que lleguen los Reyes.

Y son esos días en los que matarías a los graciosillos que te dicen "Hasta el año que viene" cuando se despiden. Al menos yo los mataría. A todos. Lentamente.

Pero también son los días en los que nos relajamos, nos damos permiso para comer de más, dormir poco y cometer excesos que pensamos arreglar en cuanto llegue el uno de enero. Para qué empezar ahora si en realidad estamos a punto de cerrar el año y ya lo hemos fastidiado de mil maneras durante los meses anteriores, ¿verdad? Pues no.


Ningún año está fastidiado del todo y el mejor día para empezar a cuidarnos es hoy, no mañana ni pasado, ni el lunes, ni el uno de enero, ni después de las vacaciones de verano. Hoy es el día perfecto para meterte en la bañera, exfoliarte a consciencia, ponerte cremita hidratante, beber tus dos litros de agua, comer ligerito y dormir ocho horitas.

Y nada mejor para cuidarse que hacerse uno mismo sus productos de belleza (seguido de cerca por comprar productos naturales y artesanales) con cosas que tenemos por casa y que no tienen largos nombres impronunciables.

Justo antes de Navidad, Mian nos propuso a Ari y a mí ir a su casa junto con Roser y Pilar a preparar exfoliantes naturales. Roser es una caña, tiene cantidad de aceites esenciales y además sabe mucho de ellos, así que nos enseñó un montón de recetas y de combinaciones aprovechando las características de cada uno.


Nos lo pasamos genial, huelga decirlo, y nos tomamos unos cuantos margaritas y algún vermut, además de comer toda clase de delicias caseras, porque ninguna reunión está completa sin comida y bebida en cantidades industriales. Y salimos con un montón de exfoliantes para mimarnos a nosotras mismas y a todos nuestros allegados. Y parte del extranjero.

Porque hacer exfoliantes es muy, muy fácil, ahora lo vais a ver. Necesitáis:

- Sal gruesa
- Aceite base (oliva, almendras, coco, jojoba,...)
- Aceites esenciales (lavanda, romero, limón, árbol del té, menta, eucalipto...)
- Flores y frutas (caléndula, ralladura de cítricos, flores secas...)
- Vitamina E (opcional)
- Botes para guardar vuestros exfoliantes

Poned la cantidad de sal que queráis en un bol de plástico o cristal. Nosotras usamos un kilo de sal para cada mezcla, más o menos.

Añadid vuestro aceite base muy lentamente. Necesitaréis poca cantidad, entre 6 y 10 cucharadas aproximadamente, para un kilo de sal. Queremos que la sal quede empapada, pero que no haya ni rastro de líquido en el bol. Mezclad con una cuchara de madera con paciencia y sin parar. 

Cuando ya lo tengáis, añadid la mezcla de aceites esenciales que queráis, según el olor y las propiedades (luego os cuento qué mezclas hicimos nosotras). Ojo con los aceites esenciales, unas pocas gotas nos valen, porque son muy, muy concentrados. No uséis más de 4 o 5.

Mezclad bien y ya solo os quedará añadir algún otro elemento, si queréis, para acabar vuestra mezcla. Se suelen usar flores secas y ralladuras de cítrico, aunque también podéis usar flores frescas o algún fruto, aunque todo lo fresco que le pongáis complicará su conservación.

Finalmente, si queréis evitar que los aceites se enrancien, podéis añadirle un poco de vitamina E a la mezcla. Igual que con los aceites esenciales, con muy poquito es suficiente.


¿Qué aceites podéis usar de base? Además de los que os he propuesto, podéis hacer "oleomacerados" o lo que es lo mismo, una infusión de hierbas en aceite. Ponéis las hierbas en un bote de cristal, las cubrís con el aceite, tapáis el bote y lo dejáis en la encimera cuatro o cinco semanas. Luego coláis el aceite con una gasa y ya tenéis vuestro oleomacerado listo. Yo lo he hecho muchas veces con aceite de oliva y flores de caléndula (tanto secas como frescas) y el resultado es genial.

¿Qué mezclas hicimos nosotras?

- Sal, aceite de almendras, AE de menta, AE de eucalipto y AE de árbol del té (vigorizante y antiséptico)
- Sal, aceite de coco y AE de menta (vigorizante e hidratante)
- Sal, aceite de almendras, AE de lavanda y flores de caléndula secas (antiinflamatorio y regenerativo)
- Sal, aceite de almendras, AE de mandarina y ralladura de mandarina (relajante)

Si queréis una lista completa de las propiedades de los diferentes aceites esenciales, podéis visitar esta página.


No os quedéis toda vuestra producción, ¡compartidla! Aunque ya se ha acabado la época de regalos navideños y de detallitos para el amigo invisible, podéis echarles una mano a los Reyes, o simplemente regalarle un botecito a algún amigo porque hoy es hoy y es un buen día para empezar a cuidarse, ¿no?

Bienvenido, 2015


Una de mis partes favoritas de Polar Express (aunque me gusta entera) es el momento en el que los niños vuelven a subir al tren y el revisor les pide el billete y les escribe una palabra (o más de una). Debe de ser deformación profesional, pero para mí las palabras tienen muchísima fuerza, mucho peso, mucha energía, y sirven de brújula o de timón, guiándonos, empujándonos o arrastrándonos hacia donde ellas quieren.

Por eso el año pasado, además de algún propósito, lo que hice fue buscar una palabra que marcara mi año. No sé si os acordáis, pero durante 2014 la palabra fue SIMPLIFICAR, seguida de muchas palabras afines, como "ordenar" u "organizar".

Si hago balance, creo que la palabra me ha servido de bastante más que los propósitos y ha sido definitivamente un faro, una luz en un año bastante difícil. He organizado mucho y muy bien. Estoy bastante orgullosa de mí misma en ese sentido. Es cierto que no he terminado, pero por lo menos he añadido la palabra a mi vocabulario y he avanzado en esa dirección, en la de una vida más organizada, más ordenada, más simple.

¿Tengo agendas con papelitos de colores marcando todo lo que tengo que hacer? Nein. ¿Tengo menús semanales para todo el año? Ni hablar. ¿Está mi casa como los chorros del oro? No, qué va. Pero todos los días miro las cosas que tengo, las valoro y tiro lo que me sobra. Cada vez me cuesta menos ordenar (debe de ser porque cada vez hay menos cosas) y ahora se me ocurren maneras de reorganizar lo que tenemos para que todo esté en su sitio y bien recogido. Eso no me había pasado nunca y debo confesar que me gusta. Mucho. Aunque mi casa siga siendo una leonera.

Estos días he estado pensando mucho, mucho en la palabra que quería elegir para este año. Le he dado muuuchas vueltas y primero tuve claro que sería una... pero luego me di cuenta de que esa es perfecta para el año que viene y que la de este año tenía que ser más potente y ponerme los puntos sobre las íes, que ya sabéis que yo me voy por las ramas y no me centro.

En fin, que cuando uno organiza, ordena y simplifica, lo que le queda es un lienzo vacío. Quedan espacio, tiempo, ganas y mucha energía, porque todo lo que había por todas partes, todo lo que nos despistaba y nos agobiaba, de repente ya no está y todo es más sencillo. Y cuando todo está así de claro, lo mejor que uno puede hacer es...


Esta es mi palabra del año. ACTUAR. O también "trabajar", "empezar" o "hacer".

Quiero que este año sea activo. Que sea el año de empezar a hacer todo lo que digo que voy a hacer algún día, sean proyectos de Pinterest, salir a solas con cada uno de los pompones o (Dios no lo permita) hacer algo de deporte. Da igual lo que sea, lo importante es lanzarse y empezar. Pensar en prioridades, decidir qué quiero hacer y hacerlo. Sin excusas. Sin dudas. Sin peros. Sin miedos. O con muchos miedos, pero con muchas ganas de superarlos también.

Vamos, que quiero que este año mi vida dé un vuelco y se convierta en el año en el que hice y dejé de esperar el momento perfecto. El año que decidí que el mejor momento para empezar una dieta es ahora mismo y no el lunes o después de Reyes o cuando los pompones vuelvan al cole. El año que decidí que si quiero escribir tres veces a la semana en este blog lo único que tengo que hacer es escribir tres veces a la semana en este blog. El año que pensé que todo era posible y lo hice posible. El año que dejé de poner excusas.

Ya sé  que suena tremendo y grandilocuente y enorme, pero ese es mi objetivo. Y como con la palabra "organizar", no espero que de repente sea todo perfecto y mágico y mi casa parezca de revista, sino que espero únicamente centrarme en esa palabra y trabajar para que no haya tanta paja, tanto ruido, tanta queja y tanto "y si", sino más "venga, va, vamos allá".

Ahí está, esa es mi palabra del año. ¿Cuál es la vuestra?

Cera casera para madera (título con ritmo)


Creo que no lo he comentado nunca, así que no lo sabréis, pero el pomelo es comercial, y aunque ha ido variando un poco el perfil de las empresas que ha llevado, siempre han estado relacionadas en mayor o menor medida con la madera.

Así que desde hace casi 16 años (que son los que celebraremos en breve) mi mundo se ha visto inundado por palabras y conceptos que yo no sabía ni que existían (ni falta que me hacía). Es más, el trabajo de terminología que tuvimos que hacer durante la carrera lo dedicamos al parquet porque el pomelo nos facilitó la vida a mi compañero (hola, Carlos!) y a mí.

Una de las primeras cosas que aprendí fue que la madera está viva. Dejad de reíros de mí. La madera, pese a que la hemos asesinado vilmente y la hemos arrancado del árbol en el que vivía feliz, sigue reaccionando a los estímulos. Encoge con el frío, se expande con el calor, se rompe con la humedad y cambia de color con la luz.

Si tenéis parquet en casa y no es sintético (sí, es casi imposible) lo notaréis enseguida. En las casas de montaña los suelos y los techos se agrietan porque el frío hace que la madera encoja. Los muebles de madera en los que hay un tapete o un adorno que nunca se mueve, o incluso la tele, se oscurecen por todas partes menos ahí donde estaba el objeto que los tapaba.

¿Qué os decía? La madera está viva. (It's aliveeee! dicho con voz gutural, como si de repente fuera a levantarse cual zombi y a devorarnos los sesos.)

Y como está viva, sufre mucho. Por eso normalmente enceramos el parquet o la mesa (y ahora mismo, como soy viejuna, pienso en "Tú pasa el Pronto, yo el paño", ¿quién se acuerda?) y lijamos y barnizamos a conciencia cualquier mueble.

Pero, ¿qué pasa con la madera pequeñita que usamos todos los días?


Ya lo sabemos: no se puede meter en el lavaplatos (JA JA JA!) y hay que lavarla rápidamente con un paño, sin empaparla, después de haberla usado. Pero... si sois como nosotros seguro que no hacéis nada de eso. Si sois como nosotros lo metéis TODO en el lavaplatos, seguramente apelotonado y de cualquier manera, porque creéis (inocentes) que el lavaplatos lo cura todo. Y si no sois como nosotros (hola, Ruth) dejadnos en paz y hacednos creer que sí, Don o Doña Perfectos :^P

En fin, que cuando leí por ahí que la madera de uso diario había que nutrirla, me pareció lo más lógico del mundo. ¿Cómo no se me había ocurrido? Claro que sí. Que está viva y seca, la pobre. Y hace varios meses probé una receta. No estaba mal, me gustó, pero los efectos me pareció que duraban poquito, el olor era fuerte y era mucho trabajo para tan poco resultado.

Y entonces probé esta otra.


Amor completo y absoluto. Huele súper bien, es fácil de usar y el efecto es más duradero (aunque como todo, lo que más se necesita es constancia y hacerlo cuando vuestra madera no esté ya casi muerta). Y solo necesitáis dos ingredientes:

-Aceite de coco (100 ml, más o menos)
-Cera de abejas (10 g más o menos)

Calentáis las dos cosas al baño maría, removéis bien y lo ponéis en un bote bonito. Ya está.

Como el aceite de coco es bastante sólido a temperatura ambiente, le ponemos poca cera que nos ayuda a darle un poquito más de estructura.


Lo dejáis enfriar y cuando esté frío y sólido, ya podéis usarlo, como si se tratara de betún para los zapatos: cogéis un poquito con un trapo y lo frotáis bien por la madera. Dejáis reposar varias horas, hacéis una segunda capa y dejáis reposar varias horas más (yo lo dejo toda la noche la primera vez y la segunda 4-5 horas). Laváis con agua y jabón suave y ya está, ya tenéis vuestra madera... iba a decir como nueva, pero no nos engañemos tampoco.


Entre estas fotos tenéis mi tabla de cortar favorita, que me regalaron mis tíos Tato y Lili hace un montón de años (diría que 10!). Y la pareja de cucharas que nos regalaron Anna y David tras un viaje a África. ¿Cómo no va a estar viva la madera si tiene tantas historias detrás? ¿No es estupendo tener este tipo de cosas que te hacen pensar todos los días en la gente a la que quieres?

Botes de cristal forrados


En enero siempre me pasa lo mismo. Le veo tantísimas posibilidades al año nuevo y tengo tantas ganas de hacer cosas que me ahogo un poco en mi propia emoción y ando de aquí para allá, sin mucho orden, empezando todos los proyectos que quiero hacer.

No me malinterpretéis, es un momento que me encanta. Me siento llena de energía, tengo una palabra que guía mi año y se me ocurren miles de ideas que quiero llevar a cabo. Estoy pletórica, contenta, animada e inspirada.

Pero, por otro lado... tengo el lavabo grande a medio pintar (si queda bien habrá fotos, post y explicación. Pero en este momento está horroroso.) y medio inutilizado, el armario del lavabo en el pasillo, una funda de cojín de punto a medio hacer y el cojín triste, solo y desnudo en el sofá. Los dos armarios/agujeros negros de la casa están abiertos y a medio ordenar y en el comedor hay un montón de recetas recortadas y desperdigadas a la espera de acabar formando parte del menú semanal. En mi habitación hay una pila de pantalones pomponiles que necesitan remiendos en las rodillas y un par de proyectos de costura que tengo a medias porque todavía no he conseguido ordenar el rincón de costura lo suficiente para ponerme a coser.

Vamos, que aunque estoy siguiendo a rajatabla mi palabra del año, ACTUAR, creo que tengo que primero tengo que volver al año pasado y recuperar la palabra SIMPLIFICAR y a su amiga, la palabra ORGANIZAR.

¿Y qué mejor para ogranizar que un bote de cristal?

En diciembre ya os conté que soy adicta a los botes de cristal y que los guardo todos. Al principio los usaba para las conservas y para guardar cosas en la nevera, pero desde hace algún tiempo nos están colonizando cual pequeños alienígenas transparentes y han ido ocupando casi todas las habitaciones de la casa.

En el baño guardan los exfoliantes y las cremitas caseras (pronto os cuento!), en el armario del bricolaje (supongo que no dudabais que eso existía en mi casa) guardan brocas, tornillos y tuercas, y cada vez más, en las habitaciones, guardan lápices, tijeras y pequeños tesoros.

Pero aunque el bote sea muy bonito, puede quedar todavía mejor si le hacemos una fundita de ganchillo. La funda, de hecho, cumple bastantes funciones:

1 - Es bonita.
2 - Si el bote se cae al suelo hay menos posibilidades de que se rompa
3 - Si el bote está lleno de algo feo, no se ve
4 - Si en el bote se guarda un tesoro que no queremos que nadie vea, no se ve
5 - Si los botes chocan en el carrito azul de IKEA (sé que sabéis cuál es) no se rompen
6 - Se gasta alijo lanero, especialmente los ovillos chiquitines que no sabemos de dónde han salido
7 - ¿He dicho ya que es bonita?

En fin, todo son ventajas con una funda de ganchillo. Aunque seguro que eso ya lo sabíais.


Y lo mejor de todo es que son súper fáciles y súper rápidas de hacer. Que yo tengo una capacidad de atención limitada y los proyectos largos se me atragantan (hola, funda del cojín).

¿Que no sabéis cómo se hace? No os preocupéis, que yo os lo explico. Y os pongo fotos y todo...

Necesitáis cualquier ovillito de algodón que tengáis dando vueltas, una aguja de ganchillo y un bote de cristal. Y tenéis que saber hacer cadeneta y punto bajo.

La lana de algodón se suele tejer con agujas de entre el 2 y el 4, según su grosor. A mí me gusta hacer las fundas con una aguja pequeña (2,5-3) o al menos medio número más pequeña de lo que nos pide la lana. Así el punto queda más apretado y la funda tiene más estructura.

Pues empecemos. Haced cuatro cadenetas.


Haced un punto enano en la primera cadeneta que habéis hecho. Tendréis un círculo.


Haced una cadeneta (cuenta como primer punto) y cinco puntos bajos dentro del círculo que habéis hecho. No cerréis la vuelta, tejemos en espiral. Tendréis un total de seis puntos.


Haced dos puntos en cada punto. 12 puntos en total.


Vamos a ir ampliando nuestra base y va a ir cogiendo una forma hexagonal. No os preocupéis, que es exactamente como debe ser.

Haced dos puntos en el primer punto y uno en el segundo. Repetid cinco veces más. 18 puntos en total.


Haced dos puntos en el primer punto y uno en cada uno de los dos siguientes. Repetid cinco veces más. 24 puntos en total.


Haced dos puntos en el primer punto y uno en cada uno de los tres siguientes. Repetid cinco veces más. 30 puntos en total.


Ya veis cómo funciona, se hacen siempre dos puntos en el primer punto y luego se hace un punto en cada punto, añadiendo en cada vuelta un punto más.

Nuestra base irá creciendo seis puntos en cada vuelta (vais a repasar las tablas de multiplicar cosa fina).

Id probando a ponerle el bote encima, para ver cuándo tenéis que parar. La base tiene que sobresalir un poco de la base del bote, pero no mucho. Si vuestro bote no tiene parte redondeada en la base, es mejor que la base que tejéis no sobresalga nada. ¿Me explico? Es que he escrito tantas veces la palabra "base" que estoy hecha un lío...


A partir de ahí, ya solo nos queda hacer un punto bajo en cada punto. Aquí empieza la parte un poco más aburrida, porque no hay que fijarse en nada, solo tejer y tejer sin parar. Si queréis, podéis contar las vueltas, si no, podéis poner un marcador, o simplemente olvidaros de contar y tejer compulsivamente.

Normalmente, las bases de mis botes (os recuerdo que con una aguja del 2,5 o 3) tienen entre 48 y 66 puntos. Para que os hagáis una idea.

A medida que vayáis haciendo vueltas, podéis irle probando la funda a vuestro bote.


Podéis forrarlo hasta media altura o podéis forrarlo hasta arriba del todo. Si queréis hacerle la forma del cuello, tenéis que reducir puntos, de la misma manera que los estábamos aumentando, es decir, seis puntos en cada vuelta. Para ello tejeréis dos puntos juntos y luego un punto bajo en cada uno de los puntos siguientes.

Os pongo un ejemplo. Si he hecho una base de 60 puntos y quiero hacer la forma del cuello, de los 60 tengo que pasar a 54. Tejeré los dos primeros puntos juntos y los ocho siguientes con un punto bajo en cada punto.

Cuando ya lo tengáis, solo tenéis que hacer un par de puntos enanos en los dos puntos siguientes y rematar. Podéis esconder el hilo que sobra en los puntos de dentro del bote.

Ya tenéis vuestro bote forrado. Y lo mejor es que se le pueden hacer mil cosas. Los podéis hacer de rayas, los podéis hacer lisos, los podéis hacer de cuello alto o con escote generoso. ¡Y después los podéis tunear! Les podéis hacer caritas, pegarles o coserles trozos de fieltro... ¡E incluso les podéis hacer una tapa! Lo que sea para que nuestros lápices y nuestros tesoros estén abrigaditos, escondidos y ordenados, ¿no?



Y ahora, perdonadme, pero os dejo. Tengo un lavabo que pintar.

Estante bajo la mesa para esconder aparatos


Me gustan los días feos como hoy. Sí, sí, me encanta que llueva, que truene, que se abra el cielo y caiga hasta piedra. Me chifla.

Es verdad, no me insultéis más, es cierto, yo no salgo de casa y trabajo en pijama, y esos días ese es un placer que no se puede comprar con dinero. El pomelo lleva a los pompones al cole y yo no me visto, me echo una mantita por encima, en todo caso, y desayuno en el sofá mirando cómo cae agua y más agua.

De las cosas buenas que tiene la autonomía, esa es la mejor. Quedarte en casa mirando cómo llueve, o salir al balcón a disfrutar del sol de la mañana, o quedarte cinco minutos más en la cama porque puedes. O hacer punto en medio de una reunión porque nadie te ve. Por eso ya no sé si podría adaptarme a un trabajo con horarios y lejos de casa, porque me encanta, me apasiona estar en mi casa y disfrutar del día tal y como se presenta.

De hecho, esa es una de las cosas que por fin estoy dispuesta a aceptar. Y me ha costado un montón. Esperad, que voy a salir del armario... Soy una maruja. Lo repito: Soy una maruja.

Me gusta mi casa, me gusta ordenarla, organizarla, decorarla. Me gusta cocinar, hacer conservas y, hasta cierto punto, casi incluso me gusta limpiar (aunque si el follón es muy grande es una tarea que siempre recae en el pomelo, que para eso es pinche). Me gusta coser, hacer punto y el ganchillo. Me gusta el bricolaje, me gusta la jardinería, me gusta la fotografía. Me gusta hacer cosas sin salir de mi casa.

No soy una maleni porque en lugar de cupcakes y té prefiero un margarita y unos nachos, pero especialidades culinarias al margen, soy una maruja.

Ya está, ya lo he dicho y no ha sido muy doloroso.

Mi idea de un fin de semana ideal es quedarme en casa y hacer cosas. Pintar, plantar, envasar, preparar, recoger, organizar. Me gusta. Me gusta salir también, pero menos. Si me dais a elegir entre salir al parque a jugar al fútbol y quedarme en casa a ver una peli y a hacer punto o jugar a un juego de mesa... Lo tengo clarísimo.

Y supongo que de ahí viene mi amor por los días lluviosos... porque prácticamente no hay discusión: si llueve, lo normal es quedarse en casa.

Este fin de semana no ha llovido, pero ha sido uno de esos en los que se alinean los planetas y no tienes planes. Ni uno. Hubo partido de baloncesto infantil (y ganaron!), hubo carrera popular, pero no hubo nada más. Ni comidas, ni cenas, ni ver el partido con amigos. Nada de nada.

Así que me dediqué en cuerpo y alma a lo que más me gusta hacer. Y sí, el lavabo ya va por buen camino y pronto os muestro el primer paso del spa privado que me estoy montando. Y sí, como os mostramos en Instagram, plantamos bulbos de tulipanes y narcisos. Y también montamos esta mini estantería que me ha hecho feliz como pocas cosas en el mundo.

Ya lo hablamos el día de la organización mental: un espacio ordenado te ayuda a pensar mejor. Parece una tontería, pero es cierto. El día que tengo la mesa ordenada, las ideas fluyen, escribo rápido y trabajo a toda velocidad. El día que tengo pilas de papeles por todas partes, me estreso en cuanto me siento.

Y sí, el módem me causaba un cierto estrés. Porque como mi casa es alargada y la entrada de la fibra está en la otra punta, además de un módem que ejerce de punto inalámbrico, necesitaba un amplificador de señal. A mí no me preguntéis mucho, yo solo me quedo con las palabras para hacerme la interesante. El técnico vino, me lo instaló todo y funciona.

Total, que desde que todos estos aparatos pasaron a formar parte de mi paisaje cotidiano, vengo pensando cómo deshacerme de ellos.

Pensé en la balda por debajo de la mesa y me pase un par de meses buscando la manera de sujetarla. Pero nada me convencía, ni era lo bastante alto ni nada de nada. Hasta que se me ocurrió el concepto columpio.


¿Qué se necesita?

Un tablón de madera (yo lo corté con caladora, ahora os cuento, pero podéis pedirlo a medida)
Lija
Un taladro
Nogalina, betún de Judea o cualquier otro tinte
Barniz o tapaporos
Cuerda gruesa (un poco más pequeña que la broca del taladro)
Tornillos... de esos que tienen un gancho... Mmm... No tengo ni idea de cómo se llaman.

Para empezar, yo tomé las medidas del hueco que tenía para mi estantería. La quería entre las patas de la mesa, así que tenía medidas muy claras.

Las trasladé a mi tablón de madera y lo sujeté con unos sargentos (que me acabo de comprar y me hacen muy feliz) a la mesa.


Corté el tablón con la caladora. Tuve que hacerlo dos veces porque todavía no le tengo pillado el truco y se me va para cualquier sitio.


Os podéis saltar este paso si compráis vuestro tablón directamente del tamaño que lo necesitéis.

Lijé bien el tablón, no solo en el corte, sino por todas partes, para eliminar posibles astillas.


Luego volví a sujetar el tablón a la mesa con los sargentos e hice un agujero en cada esquina con el taladro y una broca de madera.


Volví a lijar con paciencia para retirar todas las astillas.

Pasé un paño suave para eliminar todo el polvo del lijado y teñí.

Para teñir podéis usar cualquier cosa. Por ejemplo, el preparado con vinagre del que ya hablamos aquí. O nogalina o betún de Judea. Yo quería oscurecer un poco la madera, pero que se siguiera viendo la veta, así que rebajé la nogalina con agua y con una gasa (también se puede hacer con mecha de algodón) teñí el tablón.


Un consejo que he aprendido en mi clase de restauración de muebles: mojad la gasa en la nogalina y teñid con un movimiento largo que cubra toda la madera. No frotéis, porque tendréis diferencias de color. Solo se hacen pasadas largas para cubrir y no se repasa hasta haber terminado. Le podéis dar tantas capas como queráis, en función del acabado que os guste, pero siempre de esta manera, haciendo capas completas y sin pasar más de una vez por el mismo sitio.

Lo dejé secar. Cuando estuvo seco, barnicé.

Luego solo me quedó cortar cuatro trozos de cuerda iguales. Como mi cuerda era sintética, quemé los extremos para que no se deshilachara. Hice un nudo en un extremo y pasé la cuerda por el agujero.

Coloqué los cuatro tornillos en la parte de abajo de la mesa con ayuda de unos alicates y con otro nudo colgué finalmente mi estantería en su sitio.

Ahora tengo la mesa más despejada, para llenarla mejor de papeles. Ay, no. Para subir al nirvana de los trabajadores por cuenta propia. O algo.


Ya solo me queda inventarme algo para los cables. Odio los cables. ¿Tenéis algún truco infalible?

¿Os gustan los días feos? ¿Os hacen felices chorradas como esconder el módem? ¿Sois marujones como yo? Aunque digáis que no, os voy a querer igual.

Hacer jabón reciclado


Entre las muchas, muchas obsesiones que tengo, está la del autoabastecimiento, que es una palabra larga y con todas las vocales que significa generar todo lo que uno gasta.

Igual que me pasa con el minimalismo, mi actitud ante el autoabastecimiento es bastante personal. Soy consciente de que nunca voy a fabricar todas las cosas que necesito y, la verdad, creo que no me gustaría hacerlo, pero sí que me gusta aprovechar las cosas que tengo en casa y crear objetos de uso común dándole una segunda vida a las cosas que ya hemos usado.

Cuando era adolescente (y muy ecologista) me compré la Guía del joven consumidor verde, que leí y releí mil millones de veces y que me sirvió para sembrar mi casa de pequeños carteles: "Cierra el grifo mientras te laves los dientes", "Apaga la luz cuando salgas de la habitación" y ese tipo de cosas.

Uno de los conceptos que más me impresionó fue la contaminación que causa el aceite sucio que tiramos por los desagües. Un concepto que recuerdo que mi profe de ética puso en duda con un argumento de peso: "Si así fuera, no nos dejarían tirar el aceite por el desagüe". Y la adolescente inocente era yo.

Años después me enteré de que con ese aceite usado, bien filtrado, se podía hacer jabón. Y que ese jabón era el mejor para lavar la ropa. Y que el jabón era sencillo de realizar y que nuestras abuelas lo hacían en casa.

Así que era cuestión de tiempo que empezase a probar y a hacer experimentos.

Este año me he decidido a ir pasando poco a poco a productos de limpieza naturales. Ya he hecho algunos experimentos con las pastillas del lavavajillas (que todavía tengo que perfeccionar antes de compartirlas con vosotros) y con el jabón para lavar la ropa (que es más fácil y ya lo tengo mucho más conseguido). Y quiero seguir intentándolo con otro tipo de productos que no me gusta tener en casa y que, además, son caros. El jabón que uso ahora para la ropa me cuesta cuatro duros, literalmente. Y su base es este jabón casero que hago con un aceite que de otro modo tiraría (desplazándome al punto azul o verde, como le llaméis en vuestra zona, para tirarlo con seguridad). Así que este, como podéis comprobar, es uno de esos proyectos que me chifla hacer.

Aunque hacer jabón es fácil, es un proceso en el que importa mucho la exactitud y la paciencia. Se trabaja con sosa cáustica, que es un producto irritante que puede causar heridas de consideración y luego hay que remover la mezcla durante un buen rato. Así que no es un trabajo para tomarse a la ligera.

Tenéis que trabajar en un lugar bien ventilado y usar guantes y, a ser posible, gafas de protección para evitar salpicaduras. Para trabajar tenéis que usar recipientes de cristal, cerámica o plástico duro, nunca metálicos. Y podéis usar cualquier batidora que tengáis en casa si luego la limpiáis bien. No os hace falta tener una batidora únicamente para hacer jabón.


Pues empecemos. Necesitamos:

- 1 kg de aceite de oliva reciclado (bien colado)
- 100 gramos de aceite de coco
- 387 gramos de agua destilada
- 151 gramos de sosa cáustica
- Aceites esenciales, flores secas o lo que queráis añadir para darle olor, propiedades y color

Para hacer jabón, mediremos nuestros ingredientes por el peso. Yo le añado un poco de aceite de coco porque es espumoso, pero podéis omitirlo. Si lo omitís, variará la cantidad de los demás ingredientes. En Mendrulandia tenéis una buena calculadora en la que podéis poner la cantidad de aceite exacta que tenéis (y mezclar varios aceites) y os dirá la cantidad de agua destilada y sosa cáustica que tenéis que añadir.

Usad tres recipientes diferentes. En el primero poned vuestros aceites, en el segundo el agua destilada y en el tercero la sosa cáustica, todo bien pesado.

Lo primero que haremos será disolver la sosa cáustica en el agua. Añadid la sosa al agua, nunca al revés, para evitar salpicaduras. En cuanto la sosa se empiece a mezclar con el agua notaréis que la disolución aumenta mucho la temperatura. Es normal. Revolved bien con una cuchara de madera, pero no os acerquéis demasiado, porque los gases que desprende la mezcla son nocivos.

Disolved completamente la sosa y dejad que la mezcla se enfríe a temperatura ambiente.

Verted la sosa cáustica en el aceite.

Ahora llega el momento de la batidora. Se puede hacer con un minipímer, con unas varillas o incluso con la Thermomix. Con mucha paciencia, porque tarda un rato, batid la mezcla. Es importante que lo hagáis siempre a la misma velocidad y con los mismos movimientos, porque el jabón se puede cortar igual que una mayonesa.


De hecho, tenemos que llegar a una textura parecida a la de una mayonesa o una bechamel, que se llama "traza". Tened paciencia e insistid, parece que le cuesta, pero primero emulsiona y luego, poco a poco, va espesando hasta que tenéis una consistencia de crema.

Cuando lleguéis a la consistencia de crema, hay que verter el jabón en un recipiente. En este caso, yo usé un tupper viejo, pero podéis hacer un molde con un tetrabrick de leche abierto por un lado y bien limpio, por ejemplo.

En este momento podéis añadir los aceites esenciales o las flores secas, si queréis darle algo de color o de olor. Recordad que hay que usar poca cantidad de aceites esenciales porque pueden quemar la piel si la concentración es demasiado elevada.


Envolved el jabón con un par de trapos para que conserve su calor. Veréis que al cabo de unas horas el recipiente sigue calentito.

Al cabo de 24-30 horas, podéis cortar el jabón, que todavía estará blando, en pastillas. O lo podéis dejar en bloque y cortarlo después de curarlo, a medida que lo vayáis necesitando.

Tenéis que dejar que "cure" o endurezca durante unas cinco o seis semanas. Ya sé que os parece mucho tiempo, pero es solo la primera vez, porque después lo iréis haciendo a medida que tengáis aceite disponible y siempre tendréis algunas pastillas curándose y otras en uso.


Y ya está. Ya tenéis el mejor jabón del mundo para lavar la ropa y para hacer muchos de los productos de limpieza que necesitáis en casa. Ya os iré contando. Y lo mejor es que habréis aprovechado un aceite que si no habríais tirado. Vamos, que cada pastilla os sale casi gratis (la sosa cáustica es muy barata).

Ya sabéis que este es uno de esos proyectos que me hacen inmensamente feliz. No lo puedo evitar. Menos basura siempre me pone de buen humor. Y menos compras también. Probadlo y me contáis.

Lo estás haciendo bien


Cuando estudiaba el máster en traducción audiovisual de la UAB, vino un día el que hoy es mi amigo Xosé a darnos una charla sobre el mercado profesional. Y entre muchísimos buenos consejos, nos dijo una frase que me dejó de piedra. Una frase sencilla y lógica, que causó un terremoto bajo mis pies (porque yo soy una criticona nata). Dijo:

"Nadie se equivoca a propósito".

Y es cierto. A veces nos cuesta verlo así porque estamos dolidos, enfadados o resentidos. A veces el error de la otra persona tiene repercusiones sobre nosotros, nuestro trabajo o nuestra vida. Pero nadie lo hace nunca con mala fe. Nadie se equivoca para putearnos.

Fast forward a la semana pasada. Me senté a hablar con la profesora del pompón friki. Estamos las dos un poco preocupadas, porque el pompón friki es un niño brillante, muy inteligente, pero totalmente desmotivado y falto de actitud. Tiene un caso agudo de lo que toda la vida hemos calificado como "ley del mínimo esfuerzo".

Y su maestra, que es absolutamente maravillosa, me debió de ver un poco apurada, porque en un momento dado me miró, puso una mano encima de las mías y me dijo:

"No te preocupes. No os estáis equivocando. Lo estáis haciendo bien."

Creo que fue el mejor momento de mi semana. No, de verdad. Que alguien te mire a los ojos y te diga que lo estás haciendo bien, que confíes en ti, que sigas adelante, que seas consecuente con tus decisiones, porque son buenas decisiones, es algo que no solo te quita un peso de encima, sino que además te permite mirar cualquier situación con otros ojos.

Para mí estas dos frases, estas dos afirmaciones, resumen mucho más de lo que dicen. Estas afirmaciones básicamente te dicen que te perdones a ti mismo y que perdones a los demás. Dicen que de todo se aprende. Dicen que si lo haces lo mejor que puedes, lo haces bien. Aunque se pueda mejorar. Dicen que confíes en ti y confíes en la gente que tienes a tu alrededor. Dicen que sigas adelante y que sonrías mientras caminas.

Por eso cuando Elsie Marley lanzó el primer reto de The Creativity Club (al que me he apuntado, como podéis imaginar) lo tuve claro. Aunque la frase no sea exactamente mía, sí que es algo que últimamente me repito a todas horas e intento repetirles también a las personas que tengo a mi alrededor:


Aunque dudes, aunque tengas un mal día, aunque te quieras replantear toda tu existencia, aunque estés en un bache, aunque a veces quieras tirar la toalla, aunque haya días en los que te tengas poca paciencia, aunque te parezca que el universo a veces se alía en tu contra: Lo estás haciendo bien.

Lo haces bien cuando te levantas todas las mañanas y luchas un día más por lo que sea que luches: por tus hijos, tu trabajo, tus pasiones o tus sueños. Lo haces bien cuando tropiezas y te levantas, y también lo haces bien cuando te quedas en el suelo un rato pensando en la mejor manera de ponerte en pie. Lo haces bien cuando dudas y lo haces bien cuando estás seguro. Lo haces bien cuando te equivocas e incluso lo haces bien cuando lo haces mal. Porque nada es blanco y negro, porque la vida no es solo una oportunidad que se pueda perder y porque cada vez que piensas en cómo mejorar algún aspecto de tu día a día, lo estás haciendo bien.

Tú lo haces bien y también lo hace bien esa persona a la que criticas o que te ha fastidiado el día. Esa persona que se ha equivocado sin querer y que no es consciente del impacto que ha tenido en ti. Esa persona que tiene sus propias batallas y que está haciendo lo que puede y haciéndolo bien.

Lo estás haciendo bien. De verdad. No dudes de ti y sigue adelante. Porque lo estás haciendo bien.

Demodé


Hace unos cuantos meses... bueno, va, hace más de un año, mi amiga Laia y yo nos fuimos a cenar a un japonés estupendo que hay aquí en Sabadell. Comimos un sushi espectacular y hablamos un montón. Creo que fue una noche que nos vino muy bien a las dos. Entre bocado y bocado de pescado, las dos comentamos algo que nos tenía preocupadas... no éramos felices. A ver, vamos a matizar. Éramos felices con nuestra vida y nuestros hijos y nuestros amigos, y evidentemente, podíamos permitirnos salir un miércoles por la noche a comer sushi. Pero no nos gustaba lo que hacíamos todos los días de la semana para ganarnos la vida. O, matizo también, no es que no nos gustase nuestro trabajo, que a las dos nos gusta, sino que sentíamos la necesidad de hacer otra cosa más acorde a nuestras habilidades, nuestros gustos y nuestras pasiones.

Como nosotras siempre hemos sido tres, al día siguiente hablamos con Ari y quedamos para comer las tres y para pensar qué podíamos hacer. No sé si os dais cuenta, pero todo siempre es una buena excusa para sentarnos a la mesa.

Hablamos y hablamos, preparamos y montamos, y al final plantamos la semillita de una idea. Una idea pequeña y débil todavía, una plántula de idea, que nos encargamos de nutrir, regar y abonar todos los días, con llamadas, correos y, como no, más comidas.

Laia finalmente tuvo otras prioridades en su vida, algunas muy felices :) así que nos quedamos Ari y yo con esa macetita que seguimos alimentando todos los días del mundo.

Y hoy, que ya tiene alguna flor, os la queremos presentar, porque nos morimos de ganas de verla crecer como una enredadera (o como una mala hierba, que ya se sabe que son las que más crecen!).

Así que os presento Demodé. Es el proyecto que nos ha tenido absorbidas y nerviosas, pero con una sonrisa feliz en la cara durante los últimos meses. Acaba de empezar, pero esperamos que vaya creciendo y convirtiéndose en un lugar de referencia para todos, en un lugar práctico y útil.

Pero no os doy más pistas. Podéis ir a la página de Demodé a enteraros de todo y podéis seguirnos en redes sociales y todo eso. Os queremos ver a todos ahí! Porque esperamos que nuestro proyecto también sea un poco vuestro y que crezca según vuestras necesidades. ¿Todavía estáis aquí? Venga, va, al blog de Demodé a la de ya!

Mi spa personal - Primera parte


Sé que os va a parecer increíble, pero yo no nací con el buen gusto que me caracteriza. Sí, me da un poco de vergüenza admitirlo, pero yo, como todos, tengo un pasado. Y lo peor es que tengo un montón de fotos para documentarlo.

Estas fotos son del lavabo de mi casa hace apenas un par de semanas.



Lo peor de todo es que no tengo excusa, porque este no es el lavabo que tenía originalmente mi piso. El lavabo original tenía unos horrendos azulejos rosas que vistos en perspectiva no estaban tan mal, puesto que no tenían este look de mausoleo punk que tenía mi lavabo gris con muebles naranjas.

Pero aunque no tengo excusa, voy a intentar disculparme con algunos motivos de peso para tener uno de los lavabos más feos ever:

- Estaba embarazada de seis meses de mellizos. Esta tiene que ser la mejor excusa del planeta.
- Estaba viviendo en casa de mi suegra con un niño de dos años al que los cambios lo superaban un poco.
- Necesitaba que la obra se hiciera rápido y volver cuanto antes a mi casa para volver a la normalidad.
- El tipo que nos vendió la reforma nos insistió, seguramente porque tenía stock.
- Me gustaba mucho.

Realmente, no es para tanto. Los azulejos son bonitos, o serían bonitos en un lavabo de quince metros cuadrados. El mío, que debe medir unos seis, apurando mucho, parecía una lata de sardinas.

Y para los muebles sí que no tengo explicación. En su momento me pareció que la combinación naranja y gris era bonita y que los muebles eran modernos y (ojo a la palabra) desenfadados. O algo.

Pero hacía semanas y meses que cada vez que entraba al lavabo se me caía encima. La sensación de opresión era mortal.

En algún momento tuvimos la buena idea de cambiar la cortina de baño (que se caía indefectiblemente porque estaba puesta con una de esas barras de ventosas que, SPOILER, son una porquería) por una mampara transparente para darle un poco de amplitud al espacio. Y ahí ya empecé a soñar con un alicatado nuevo, baldosas blancas, muebles más pequeños y bonitos...

Pero la realidad es la que es, y en este momento una obra no es factible por varios motivos. Los de más peso: no hay quien la pague y hace menos de seis meses que hicimos otra reforma. Así que por el momento es NO.

Y sin embargo a mí se me seguía cayendo el espacio encima y cada vez que me duchaba suspiraba por un lugar donde poner unas velitas mientras me daba un baño de espuma (sí, sí, en nuestra bañera de juguete).

Total, al final decidí que me iba a hacer un spa. Un spa propio, coquetón y bonito en mi lavabo feo y gris. Porque igual que dicen que la vida es muy corta para tejer con lana barata, yo creo que la vida es muy corta para bañarte en un sitio feo. O para lavarte los dientes. O para hacer otras cosas para las que necesitas comodidad y un buen ambiente.

Así que me fui a mi centro de bricolaje y llené un carrito de un montón de cosas, empezando por un bote de pintura para baldosas. Y el resultado es este.


Mi lavabo ha ganado por lo menos tres metros cuadrados. No me digáis que no.

Y lo que he aprendido después de dos semanas pintando, una bursitis en el hombro y muchas quejas del resto de la familia por no poder usar el lavabo ni la ducha (el pomelo y sus entrenos, qué coñazo, oiga) no me lo quita nadie. Y lo comparto con vosotros para la tranquilidad de mi gen exhibicionista.

- Antes de pintar hay que limpiar. La pintura no se coge bien si hay restos de jabón en la pared, y, evidentemente, en el lavabo hay muchísimos restos de jabón. Coged un paño, un bote de disolvente universal o de acetona y con paciencia infinita fregad todos los azulejos. Vale la pena, lo juro, por el rato y la pintura que os ahorraréis más tarde.

- Supongo que si trabajáis con colores claros no tendréis este problema, pero para pasar de gris a blanco necesité muchas capas de pintura. Pero muchas. El bote de pintura decía de 2 a 3, pero yo di un mínimo de 4 y una media de entre 5 y 6, según la pared. Ojo con esto, porque la pintura es cara. No, no es cara, es muy cara.

- Pintad primero las juntas de los azulejos. Con ganas. Si no, se va a ver el yeso que, por limpio que esté, está sucio y no va a quedar tan bien.

- Usad una esponjita para las esquinas y la parte de abajo y de arriba de la pared. Yo encinté el suelo y pinté todo el techo convencida de que luego le daremos una capa de pintura también. Y estoy convencida porque también hay que pintar el comedor del mismo blanco...

- Yo soy de esas pintoras caóticas que se giran con el rodillo en la mano y pintan la puerta sin querer. No lo puedo evitar y forma parte de mi forma de ser. Diría que hasta me gusto así. Tened un paño húmedo cerca para limpiar bien cualquier manchita (o brochazo).

- La pintura tarda unas seis horas en secar y unos seis días en estar lo bastante dura para poder pasarle un paño directamente. Pero al cabo de esas seis horas o un poquito más, podéis usar la ducha si intentáis no salpicar demasiado. En casa hay una sola ducha, así que lo hicimos así y no hubo problema (salvo por los entrenos del pomelo, pero eso es otro tema).


No me digáis que no es una maravilla. Estoy tan enamorada de mi lavabo que a veces entro y me siento a mirar las paredes durante varios minutos, sin hacer nada más que contemplar el blanco inmaculado. Hay algún chorretón de pintura, alguna gota rebelde, algún sitio donde se ve el gris de debajo... pero estoy tan orgullosa, tan contenta y tan de buen rollo cada vez que entro que me da bastante igual. O muy igual.


Ahora voy a por la siguiente fase: los muebles naranjas. No puedo soportar verlos así ni un minuto más. Y habrá que cambiar ese espejo, que está pidiendo jubilación a gritos. Y luego quedará lo más divertido: los pequeños detalles para hacer que el lavabo sea realmente un spa...

Jabón en polvo para la lavadora


Habréis oído decir mil veces eso de que la piel es el órgano más grande que tenemos. Y que si hay cosas que no nos comeríamos jamás, tampoco deberíamos frotárnoslas contra el cuerpo como si no pasara nada.

Tengo que confesar que, como tantas otras cosas, me costó un poco asimilar este concepto.

Porque a mí, señoras y señores, me gustan los geles de baño. Me gustan los suavizantes. Y aunque no las uso porque soy demasiado vaga, me gustan las cremitas. Me gustan los baños de espuma, lavar los platos con un montón de burbujas y los olores espectaculares de muchos de los productos que usamos para la limpieza personal y de nuestra casa. No lo puedo evitar: me gustan.

Así que durante mucho tiempo me resistí a hacer cambios en ese apartado. Nada podía oler tan bien, nada podía ser tan suave, nada podía gustarme tanto.

SPOILER ALERT: nada es igual que los productos comerciales.

Esto que quede claro desde ya, no os quiero mentir y deciros que la vida es maravillosa lavándolo todo con vinagre. Nope. El olor no es el mismo, el tacto de los productos no es el mismo y, desde luego, la espuma no es la misma. Y creo que ese es el motivo principal de mi resistencia durante tanto tiempo: el cambio era muy grande.

Así que primero hice lo que haría cualquiera: intenté comprar productos comerciales, pero de mejor calidad. De esos que te cuestan un ojo y medio de la cara pero tienen sellitos ecológicos para aburrir. Pero eso no me pareció sostenible. No, no para el ambiente, sino para la economía familiar.

Y poco a poco me fui haciendo a la idea de que era necesario empezar a plantearme alternativas reales y caseras, por muy poca espuma y muy poco olor que me ofrecieran.

Como además de las cremitas también me fascinan el ahorro y la autosuficiencia, al final hubo una lucha de titanes en mi cabeza y ganó la curiosidad de ver si podía ocuparme yo misma de crear una alternativa más sana a los productos convencionales... y a partir de ahí nació la obsesión que habréis visto reflejada en el blog últimamente. Oh yeah.


Como ya os he dicho: no es lo mismo. No es para nada lo mismo. Pero el resultado es similar y en ocasiones, mejor. Y cuando te acostumbras a los cambios, la satisfacción es inmensa. Hemos ido probando muchas cosas y poco a poco os las iremos contando, a medida que vayamos puliendo y mejorando las recetas, que hay mucha cosa publicada por ahí, pero hacen falta muchas pruebas y ajustes para acabar teniendo una receta buena de verdad. Especialmente si, como a mí, te gustan mucho las texturas y los olores.

Pero la receta que os traigo hoy es fácil, fácil, fácil y súper efectiva. Mucho. Hacía tiempo que no tenía la ropa tan limpia. Sí, en casa somos un poco guarrillos y rara es la prenda que luce una colección de medallas...

Ya os conté hace un par de semanas que el jabón casero hecho con aceite reciclado es de lo mejor que hay para la ropa. Y esto no lo digo yo, esto es sabiduría popular entre las abuelas. Cada vez que entra alguna en mi casa, suspira y vuelve a suspirar cuando ve el jabón y me dice: "Esto es lo mejor para las manchas de grasa". Comprobadísimo lo tengo. Y ya sabemos todos que las abuelas, en estas cosas, no se equivocan nunca.

Así que me puse a buscar maneras de reciclar mi jabón reciclado en un jabón utilizable para la lavadora. La receta del jabón líquido la estoy perfeccionando, porque todavía no me gusta como queda... pero la del jabón en polvo os la doy ya, encantadísima, porque funciona, como dicen en inglés like a charm. Vamos, a la perfección.

Y es muy, muy, muy fácil de hacer. Necesitáis:

- entre 200 y 300 gramos de jabón reciclado.
- 1/2 taza de percarbonato de sodio o carbonato de sodio (la famosa "washing soda", yo la compro en Mercadona, la llaman Blanqueador o algo así, fijaos en la composición química. También se puede comprar por internet, por ejemplo, aquí)
- 1/2 taza de bórax (optativo, hay gente que lo considera irritante. Si preferís no usarlo podéis sustituirlo por 1/2 taza de bicarbonato de sodio)
- 2 cucharadas de sal
- aceites esenciales (a mí me gustan el de menta y el de eucalipto)

Lo primero que tenéis que hacer es rallar el jabón. Yo prefiero hacerlo con un rallador grueso, pero si lo preferís, podéis picarlo o rallarlo pequeñito.

Cuando ya esté rallado, lo mezcláis con el percarbonato, el bórax y la sal. Si habéis usado un rallador grueso, podéis pasar la mezcla por un robot de cocina para que quede todo bien incorporado. Yo lo hago siempre, porque me gusta más, queda más uniforme y la textura es más auténtica.

Le añadís unas gotitas de aceite esencial a vuestro gusto para que huela bien (ojo, si el jabón ya tenía aceites esenciales intentad que sean aromas que se complementen) y ya lo tenéis.


Yo uso 2-3 cucharadas por lavado, así que os podéis imaginar lo muchísimo que me cunde (y el pastón que nos ahorramos).

Y sí, la bolita de las fotos es una bola para la secadora... La semana que viene os enseño a hacerlas y os cuento los beneficios que tiene usarlas.

¿Qué? ¿Estáis decididos a probar? ¿O este tema os da un poco igual? ¿Tenéis en cuenta que la piel es el órgano más grande que tenemos o sois de los de "de algo hay que morirse"?

Bolas para la secadora


Mi cámara ha muerto y con ella un pedacito de mí :) Qué desnuda e indefensa se queda una sin un aparato que a veces parece una extensión de una misma. Aunque, sinceramente, ya hacía tiempo que estaba pensando en cambiarla y había estado curioseando e intentando decidir cuál me quedaba. Pero no me esperaba esta traición.

Total, las cosas están un poco lentas y complicadas en Casa Pompón. Intento sacar fotos con la cámara del móvil y no me gusta ninguna. Me enfado, vuelvo a intentarlo, pero nada. Y no sé si os pasa, pero en ese momento sale lo peor de mí misma, mi parte vaga, el demonio de los dibujos animados que se te sienta en el hombro y te susurra al oído que da igual, que ni lo intentes, que mejor te tumbes en el sofá y te dediques a no hacer nada, que una pantalla más del Candy Crush, venga.

Pero no hay que ceder nunca, porque esa vocecita es el preludio de una sensación incómoda y una modorra que se extiende durante días...

Así que pasemos del demonio y sigamos a lo nuestro. Aunque las fotos sean feas.


Como os prometí, vamos a ver cómo hacer unas bolas para la secadora. Pero antes que nada, vamos a ver para qué sirven y por qué estaría bien usarlas.

Hay bolas para la secadora de muchos materiales. Hay versiones comerciales y varias versiones caseras, que luego os explico. Pero todas siguen el mismo principio. Meter bolas en la secadora ayuda a reducir la cantidad de electricidad que usamos porque separan la ropa y absorben humedad, con lo que todo se seca más rápido. Además de eso, precisamente gracias al movimiento que generan las bolas, las prendas quedan más suaves, con lo que se puede obviar el suavizante (ya sabéis que en casa, por ejemplo, no lo podemos usar porque los tres pompones tienen piel atópica).

¿Y qué podéis usar como bola de secadora? Pues pelotas de tenis, sin ir más lejos. O bolas de papel de plata. O también podéis haceros estas bolas tan bonitas de lana con los restos que tengáis de algún proyecto.


Necesitáis:

-Hilo con un alto contenido en lana. Si es lana 100% mejor que mejor.
-Un calcetín.
-Una lavadora.
-Una secadora.

Lo primero que tenéis que hacer es un pequeño ovillo de lana. Para empezarlo, enrollad la lana alrededor de los dedos de una mano y luego sacad la lana y empezad a enrollarla sobre sí misma. En fin, supongo que no hace falta que os cuente cómo se hace un ovillo, pero si necesitáis ayuda, me lo decís.


Cuando tengáis el ovillo, que no tiene que ser muy grande, con que os quepa en la mano es suficiente, lo metéis dentro del calcetín y le hacéis un nudo para que el ovillo quede bien cogido.

Metéis el calcetín en la lavadora en un ciclo que llegue como mínimo a los 30 grados. Podéis meterlo junto con la ropa que vayáis a lavar, yo siempre lo hago así.

Cuando haya terminado de lavarse, metéis el calcetín en la secadora y hacéis un ciclo entero.

Sacáis el ovillo para ver si se ha afieltrado. Si veis que todavía le falta un poco, repetís calcetín-lavadora-secadora. Yo normalmente lo hago dos veces por cada ovillo para estar segura (una vez no lo hice y la bola se me deshizo en la secadora...)

Y ya está, ya tenéis vuestra bola de secadora. Yo os aconsejo que os hagáis cuatro o cinco aprovechando restos de lana que tengáis por casa.

Para usarla, ya sabéis, solo hay que meterla en la secadora cuando vayáis a ponerla en marcha. Yo le añado a cada bola unas gotas de aceite esencial para que la ropa (y la casa!) huela bien.

Cuando la ropa esté seca, sacáis las bolas y las guardáis hasta el siguiente uso. Sí, así de fácil.


La semana que viene (o la otra) os cuento ya por fin la receta del jabón líquido, que he conseguido gracias a Anabel, que el otro día me dejó su versión. Y luego os haré un recopilatorio para que sepáis exactamente cómo lavar la ropa con productos naturales... El otro día me di cuenta de que ya no compramos nada. Y luego iremos a por los platos, que sé que lo estáis deseando. Y también tengo que contaros qué estoy haciendo en la habitación de la pompona, porque está quedando genial. Veo que es urgente que me compre una cámara...

Kimono reto tela horribilis


Ah, mis amigas costureras... Os hablo tanto de ellas que ya son parte de la familia Pompón, no me digáis que no. En su día no os lo conté, pero a finales de noviembre, el equipo de Patronpedia se reunió en Sevilla. Suena tan oficial que se me saltan las lágrimas. La cuestión es que nos pusimos (casi) todas de acuerdo, tomamos trenes y aviones y nos plantamos allí de visita.

Paseamos y sacamos fotos, fuimos a tiendas de tela y comimos mucho, pero lo más importante es que nos reímos un montón. Fue un poco curioso, la verdad, eso de reunirte con tanta gente a la que conoces virtualmente... y descubrir que casi todo el mundo es exactamente como te lo imaginas. Salvo María José, que no solo no es igual, sino que es mucho mejor de todo lo que me podría haber imaginado. Team María José forever.

Total, estuvimos tienda de tela arriba, tienda de tela abajo (visita a Telaria incluida, léase esto con voz de fan adolescente) y a alguna de las cabecitas pensantes que me acompañaban, a las que les gusta más un fregao que a Cristiano Ronaldo mirarse las cejas, se le ocurrió que podíamos hacer una especie de reto entre nosotras, llevándonos todas un trozo de alguna tela fea y barata.

Yo no las tenía todas, ya sabéis que soy la infiltrada del grupo porque coso regulín, pero en ese ambiente de buen rollo y tal, me vine arriba y me llevé un metro. Y me vine tan arriba que no fue eso lo único que me llevé, ya os iré mostrando la cantidad de material que me traje.

En fin, que ahí lo tenía yo, un metro de tela que en un primer momento me pareció horripilante y que luego, a fuerza de mirarla y verla por todos los blogs de mis compañeras, me ha empezado a parecer hasta bonita. Bonita. Madre mía. Y viendo lo que habían hecho las demás, empecé a repasar como loca todos mis patrones en busca de algo que coser. Y empecé a buscar vestidos complicadísimos con (horror!) cremalleras y botones y forros...

Hasta que decidí ser realista. Por un lado, no tenía tiempo para aprender, hacer una primera costura de muestra y probar alguno de esos patrones. Por otro lado... bueno, creo que ese era el único motivo :)

Así que empecé a buscar una idea facilita. Saqué la tela, la miré y remiré, la toqué... y entonces me di cuenta de que tanto dorado me parecía súper oriental, ¿no? Ideal para recibir al Chino Yuan cada vez que me trae el pedido. Y pensé que con unos rectángulos de tela me podía hacer un kimono la mar de apañado.


Al César lo que es del César, miré con interés este tutorial, pero no me acababa de convencer, así que le hice algunos cambios. Y en 30 minutos me preparé este kimono que, curiosamente, creo que voy a usar bastante. Porque además de ponértelo encima de los vaqueros, me parece una bata perfecta. Y ya sabéis que yo trabajo en pijama, así que es el complemento ideal para esas mañanas en que se te congelan hasta las ideas.

Yo nunca seré ego blogger, ya lo veis. Sacarme fotos me cuesta la vida, me siento muy ridícula. Además, sin cámara y haciendo malabares con el teléfono... pues bueno, sale lo que sale.

Pero bueno, aquí tenéis mi kimono y si os queréis hacer uno, os cuento rápidamente cómo.

Necesitáis:

-Una pieza de 1 metro x 1,5 metro de tela. La mía es gruesa, pero una tela fina y con caída es perfecta.
-Tijeras
-Máquina de coser

Cortáis las siguientes piezas:

-Espalda: 60 cm de ancho por 80 de largo.
-Delanteros: 2 piezas de 30 cm de ancho por 70 de largo.
-Mangas: 2 piezas de 30 cm de ancho por 50 de largo (las cortáis una encima de la otra para aprovechar la tela)

Lo primero que tenéis que hacer es hacerle la forma del cuello a la espalda. Dobladla a la mitad, medid 10 centímetros desde el doblez y cortad desde ese punto hasta el doblez una curva suave.


Ahora vamos a darle forma a los delanteros. Medid 10 cm del ancho y 40 de alto desde el mismo punto. Trazad una diagonal suave entre los dos puntos. Repetid con el otro delantero, teniendo en cuenta que hay que hacerlo en esquinas opuestas.

Doblad a la mitad las piezas de las mangas. Os tienen que quedar unas mangas de 25 de alto por 30 de ancho. Como veréis, yo aproveché el orillo de la tela porque me gusta. Y porque me ahorraba una costura. Pero sobre todo porque me gusta.

Ahora encarad las piezas delanteras con la trasera y poned alfileres en los hombros. Luego poned alfileres en los laterales, dejando un hueco para las mangas desde el hombro hasta donde termine la pieza de la manga.



Ya podéis coser los hombros y los laterales.

Cosed las mangas. Giradlas y colocadlas dentro del hueco que habéis dejado. Sujetad con alfileres y cosed.


Y ya casi está. Solo os falta darle forma a la parte de abajo. Para eso podéis usar mi herramienta favorita: un plato. Dibujáis la curva y la cortáis con cuidado. Yo he hecho también una diagonal en los delanteros desde la costura hasta 10 centímetros por encima del bajo. Y a la punta también le he hecho una forma redondeada con un vaso.



Ya solo nos queda hacer un pequeño dobladillo en todo el borde, o ponerle una cinta al bies, como hizo Lola en su falda. Creo, de hecho, que si lo vais a usar como bata, una cinta al bies es la mejor manera de rematarlo. Y si usáis alguna tela de punto, recordad que no se deshilachan y no hace falta que hagáis dobladillo.

Y ya está. Listo para esos días de primavera que están a punto de llegar en los que hace calor, pero no tanto... O listo para que te lo pongas sobre el pijama mientras comes dim sum con palillos. Ah, me encanta comer dim sum en pijama.


Y nada, esta es mi aportación al reto Por amor a la costura con tela horribilis. Y lo voy a usar un montón. Venid a comprobarlo y os invito a dim sum.

Hoy ya terminamos, pero podéis ver las cosas increíbles que han hecho mis amigas en sus blogs. Son tan buenas costureras como buena gente, así que pasaros a verlas.

Día 3: La pequeña AprendizPrincesita de mamá (18/02/2015)
Día 4: OnlylolaCoser, Cosir Sewing (20/02/2015)
Día 5: Mi MartinaMa,me,mi,mo (23/02/2015)
Día 7:Cosiendo y Aprendiendo / Tess Soap (27/02/2015)
Día 8: Solo SewingTres Pompones(02/03/2015)
Día 9: RECOPILATORIO (04/03/2015)

Pared pintada con chalk paint


En verano hicimos reformas. Supongo que ya lo sabéis, porque durante unos días fui más pesada que de costumbre y solo publiqué fotos de herramientas, de pintura y de muebles a medio montar. Pero todos me lo perdonasteis porque sois los mejores.

En fin, que desde el verano la pompona y yo no paramos de hablar de la decoración de su habitación: que si va a tener esto, que si va a tener lo otro, que si le pondremos lo de más allá, que si paleta cromática, etc, etc, etc.

Pero como ya me conocéis, sabéis que suelo hablar y pensar mucho, mucho, mucho, antes de ponerme manos a la obra. Pero mucho.

Por suerte, 2015 es el año de la acción, el año de ponerse las pilas e ir a por todo lo que queremos. El año de dejar de procrastinar y lanzarse con alegría al bello arte de terminar las cosas. El año que me está costando la muerte, porque siempre es más fácil tumbarse en el sofá con un bote de Nutella y una cuchara que ponerse a rematar cualquier proyecto.

Y es que empezar no es lo chungo. Lo chungo es cuando ya se te ha pasado el subidón y hay que picar piedra para acabar lo que tienes a medias de una vez por todas. Lo chungo es apartar de tu cerebro esa nueva idea increíble que te mueres por empezar para acabar la idea increíble que tuviste la semana pasada y que se está extendiendo más de lo esperado.

La cuestión es que la pared de la pompona apenas me ha llevado un par de semanitas. Pero si sois decididos y tenéis los materiales de antemano, os puede llevar muchísimo menos. Vamos, es un proyecto que se puede acabar en un fin de semana tranquilamente.

Y no me digáis que no es precioso. La verdad es que cada vez que entro a la habitación de la pompona me quedo mirando mi obra maestra muerta de amor.

¿Qué necesitáis?

-Un plato de plástico.
-Un lápiz.
-Una brocha.
-Un pincel pequeño.
-Chalk paint en color azul y blanco.
-Cinta de pintor.

Lo primero que hice fue pintar dos líneas perpendiculares que pasaban por el centro del plato. Es decir, dibujé dos líneas que dividían el plato en cuatro cuartos exactos.

Luego, con ayuda de una tapa de caja (por ejemplo; podéis hacerlo con una regla si sois más tradicionales) dibujé una línea recta a la altura de mi primera línea de ondas o circulitos.


Cogí el plato, hice coincidir la línea que tenía pintada en la pared con una de las líneas que dividían el plato y dibujé los semicírculos uno al lado del otro.

Después pasé al segundo piso. En este caso coloqué una de las líneas del plato en el sitio donde se encontraban dos semicírculos de los que ya había dibujado. La línea perpendicular a esa la hice coincidir con la parte de arriba de los dos semicírculos. Si no os queda muy claro mirad la foto, seguro que lo entendéis mucho mejor.


Podéis seguir haciendo todas las filas que queráis. A mí me bastó con tres, pero podrías cubrir toda la pared con el mismo método.

Luego empecé a pintar desde abajo. Encinté bien el zócalo y las tapetas de la puerta para no manchar, claro. Creía que tendría que hacerme una plantilla de cartón para pintar sin salirme, pero con paciencia y una buena brocha (compré una de las que vende Neus con la pintura) conseguí hacer unas líneas perfectas.

La chalk paint tiene varias cosas buenas. La primera es que seca muy rápido, con lo que el proceso no se eterniza. La segunda es que el acabado es precioso, no es nada uniforme, tiene ese aspecto como de pizarra un poco rústica que a mí me gusta muchísimo. Y precisamente de ahí sale la tercera cosa buena: no hay que ser un especialista de la pintura, queda bien sin grandes esfuerzos.

Para asegurarme de no arrancar ni estropear la primera capa, esperé un día antes de aplicar la segunda. Mezclé partes iguales de pintura blanca y azul para bajar el tono y encinté las curvas con cinta de pintor. Pensaba que encintar iba a ser un infierno precisamente porque no había ni una recta, pero la verdad es que la cinta de pintor es muy agradecida y se le puede dar forma fácilmente con las manos.

Después de esa segunda capa os mostré la pared en Instragram porque yo ya estaba totalmente enamorada...


Esperé un día más y di la tercera capa. Para esta, mezclé tres partes de pintura blanca por una de pintura azul, más o menos. Encinté la segunda capa y me lancé a terminar mi obra.

Cuando ya estaba, con un pincel pequeñito di los últimos toques, suavicé alguna línea, rellené algún hueco... en fin, terminé de darle forma a todo.

Y este es el resultado final.


La pared todavía no está terminada. Queremos ponerle un espejo, un baúl para sentarse y guardar los disfraces y a lo mejor incluso una estantería en la parte de arriba. Pero por el momento es la más bonita de la casa. Os juro que no me canso de mirarla.

Jabón líquido para la lavadora


Este post se lo voy a dedicar a Anabel Martín, que se pasó por aquí y nos dejó su receta de jabón líquido, a la que prácticamente no le he hecho ningún cambio. Mil gracias, Anabel, por tu generosidad y por echarnos una mano con esta fórmula, que nos tenía locos porque no había manera!

Ayer fue el día de la mujer trabajadora. Ese día en el que se hacen públicos un millón de estudios que demuestran que la cosa está muy mal y que las mujeres llevamos siempre las de perder. Ese día en el que todas hacemos mucho ruido, nos enviamos mensajes con nuestras amigas y puede ser que estemos un poco más peleonas en casa y en la calle cuando alguien nos dice algo.

Pero no nos engañemos. Un día no cambia nada. Y esa especie de orgullo mezclado con indignación que nos inunda el ocho de marzo tendríamos que vivirlo todos los días del año.

El otro día leía el post de Udon Wool que reflexiona sobre el aspecto doméstico y femenino de tejer, que hace que una parte de la población lo rechace como vestigio de una época en la que la mujer estaba sometida. Y estuve pensando un rato, porque lo cierto es que no es algo exclusivo de las labores.

Uno de los grandes problemas de las mujeres es que no tenemos claro dónde estamos. Ha pasado el tiempo, nos hemos emancipado, hemos salido de casa, estudiamos y trabajamos. Pero todavía tenemos muchos complejos. Complejos que a veces nos llevan a rechazar lo que hacían nuestras abuelas. Complejos que nos llevan a gritar muy fuerte, a hacer mucho ruido y, a veces, a escucharnos poco.

Esos complejos nos llevan a ser crueles con otras mujeres. Las mujeres, como decía Soraya, que tejen. Pero también las mujeres que se quedan en casa con sus hijos, las mujeres que son muy ambiciosas en su trabajo, las mujeres a las que les gusta el trabajo de casa, las mujeres a las que les encanta vivir sin pareja. No tenemos muy claro qué es lo deseable en una mujer, porque nos ha cambiado el paradigma y todavía andamos un poco perdidas. Así que nos rebelamos un poco ante todo: ante las mujeres que hacen lo mismo que nuestras abuelas; ante las mujeres que hacen lo mismo que los hombres; ante las mujeres que no son perfectas.

Pero ninguna de nosotras es perfecta. Y ninguno de ellos tampoco. Somos lo que somos, con contradicciones, sueños y deseos. Con dudas y con miedos. Por eso, para celebrar este ocho de marzo os pido que seáis generosas con las mujeres que tenéis a vuestro alrededor. Y que seáis generosas con vosotras mismas. Porque no hay una sola manera de ser mujer ni fórmulas mágicas para saber qué es lo que tenemos que hacer.

El mundo ha cambiado y eso es bueno. Y sea tu situación como sea, vivas tu vida como la vivas, está bien si a ti te hace feliz. La única manera de recorrer el camino que todavía nos queda hasta la igualdad, es siendo solidarias y comprensivas entre nosotras y entendiendo que cada una hace lo que quiere con su vida, estemos de acuerdo las demás o no. Y que con los palos que nos caen desde fuera por el simple hecho de tener dos cromosomas X, no nos hace ninguna falta juzgarnos y maltratarnos entre nosotras.

Yo, que soy una persona totalmente casera, ya lo sabéis, a veces me siento culpable por lo mucho que me gusta la vida "doméstica". Y me da rabia. Porque no soy menos feminista por mucho que me encante hacer jabón y cocinar.

Así que, como regalo del día de la mujer, aquí os traigo la receta del jabón líquido que Anabel me ayudó a conseguir. No podría ser más fácil ni más barato ni más ecológico.

Necesitáis:

- 150 g de jabón reciclado
- 3 litros de agua
- 3 cucharadas de percarbonato de sodio (o bicarbonato)
- Unas gotas de aceite esencial


Ralláis el jabón. Ojo con dónde lo dejáis, porque tanto los pompones como el pomelo han estado a punto de comérselo pensando que era queso. De hecho, una vez encontré mi botecito de jabón en la nevera :)


Disolvéis el jabón en 3 litros de agua hirviendo. Removed suavemente para evitar que se forme mucha espuma y aseguraos de que realmente se deshace todo.

Cuando esté disuelto, añadís las 3 cucharadas de percarbonato (Anabel lo hace con bicarbonato, pero a mí me gusta más el percarbonato, porque es un buen blanqueador) y removéis bien. Empezará a gelificar, ganará en consistencia.


Añadís cuatro o cinco gotas de aceite esencial. Mi mezcla favorita últimamente es menta y pomelo. Removed bien para que el aceite se integre.

Y ya está. Lo repartís en botellas de cristal (mucho más ecológicas que las de plástico... yo compro caldo en botellas de cristal y luego las reutilizo) y ya tenéis jabón de la ropa para un montón de lavados. Si calculáis lo que os ahorráis, veréis que podéis salir ahora mismo a tomaros una cerveza a mi salud (y a la de Anabel!)

Probadlo y me contáis. Yo hace un par de meses que ya no uso jabón comercial y no podría ser más feliz.

Máquina de coser restaurada

 
Os presento a una amiga. Una amiga que todavía no he podido poner en marcha, mind you, pero amiga al fin y al cabo.

Mi amor por las máquinas de coser es cada vez más grande y más incondicional. Ahora que el pomelo no me oye voy a admitir que incluso aunque no me gustara nada coser, estos aparatos me seguirían pareciendo una belleza y seguramente los tendría en casa para decorar sin más. Me chiflan en los escaparates y me encantan en los catálogos y en cualquier casa antigua que se precie.

La historia de esta en cuestión es muy curiosa. Hace unos meses mi suegra me mandó un mensaje. Había encontrado un anuncio de venta de una máquina de coser en un periódico del pueblo. "¿Te puede interesar?" me decía. Fue amor a primera vista. Así que mi suegra negoció el precio y fue a probarla con una vecina que cose como los ángeles. Julia, la vecina, dio su aprobación y la máquina cambió de manos. Pero justo antes de que se la llevaran, en su charla con el vendedor, ocurrió la magia esa típica de los pueblos. Porque la máquina había dado algunas vueltas, pero en algún momento de su vida había sido de un tío del pomelo que era sastre. Y a mí, que ya sabéis que no conservo casi nada de mi familia, eso me hizo una ilusión especial, porque era la confirmación de que esta máquina tenía que venir a parar a mi casa.

Conservaba todos los detalles. En el cajoncito estaban las instrucciones originales con su guía de puntos, pero además había herramientas, agujas de recambio y hasta hilos.

Eso sí, la mesa de la máquina era fea. No, no, era peor que fea:


Pero yo estaba enamorada y las posibilidades me parecían infinitas, así que decidí liarme con un proyecto de estos de bricolaje para patosos, y me fui de okupa al garaje de mi suegra.

Lo primero que hicimos fue limpiarlo todo muy bien. Veréis que uso un plural mayestático:


Limpiamos todo con agua y jabón y luego con una buena capa de desengrasante. Podéis usar productos comerciales típicos o limpiar con disolvente y alcohol.

Yo tenía la esperanza de poder hacer un apaño con la máquina montada, pero tuve que desmontar todas las piezas (muchas piezas) y sacar varias fotos para acordarme de la posición de las cosas.

El pie de la mesa es de hierro y estaba perfecto. Lo desmonté del todo y lo pinté con pintura en aerosol de la que imita el hierro forjado. Tuve que darle un par de capas para que cubriera bien y gasté dos aerosoles enteros, para que os hagáis una idea.

Luego llegó una de mis fases favoritas, el lijado.

Empezamos tímidamente con los cantos. En la foto podéis ver la diferencia del color de la madera.


Arrancamos el trocito de fórmica que cubría el ángulo de la parte delantera de la mesa y lijamos bien. Ahí la madera era bonita, como listonada. Lijamos bien la parte de debajo de la mesa.

Cuando ya lo tuvimos todo bien lijado, el tono de la madera había bajado muchísimo y era más suave, pero aún así le di una capa de pintura rebajada con agua, como hicimos para la mesa del despacho. Mezclamos una cantidad igual de agua y de pintura blanca y la aplicamos con una gasa. Solo una capa, para dejar la madera un poco más pálida.

Luego barnizamos bien. Últimamente uso este bariz súper resistente, que me encanta.

Y ya solo nos quedaba la parte de arriba.

Apliqué una imprimación de base, porque la pintura no cubre bien la fórmica. Y luego le di dos capas de esmalte al agua blanco. También podría haberlo pintado con chalk paint, por ejemplo.


Para terminar, di un par de capas de barniz y ya está.


No puedo estar más orgullosa ni más contenta. Cuando hicimos las obras y tuve claro que me iba a quedar sin rincón de costura (barra ganchillo, barra biblioteca, barra cuarto para todo, barra basurero de la casa) empecé a hiperventilar. No sabía muy bien dónde iba a poder hacer mis proyectos, ni dónde iban a parar todas las cosas que tenía embutidas en el estudio. Pero ahora, a falta de arreglar un cable del motor de esta máquina y de comprarme una silla que sea cómoda y bonita, tengo un pequeño rincón de nuestra habitación habilitado como puesto de mando para la dominación mundial. Y ya estoy ideando mis primeros planes.
Viewing all 238 articles
Browse latest View live