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Punto X: Terry Pratchett

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Conocí a Terry Pratchett tarde. Bastante tarde. Pero el flechazo fue absolutamente instantáneo. Me encantan esos libros que abres y te absorben, te hace reír hasta las lágrimas y te obligan a releer una y otra vez una página porque no te crees lo bien escrita que está.

De hecho, conocí a Terry Pratchett por azar, en el aeropuerto de Frankfurt, cuando nuestro vuelo de Copenhague a Barcelona tuvo overbooking y nos hicieron volar vía Frankfurt. No puede haber más casualidad que esa: tuve dos horas muertas en ese aeropuerto donde no tenía que estar y mirando los lomos de los libros del kiosko cutre que había frente a nuestra puerta de embarque, vi su nombre, que había oído muchas veces, y me decidí a comprar el libro, que me hizo soltar sonoras carcajadas en la sala de espera.

Desde entonces tengo el ritual de mirar siempre los libros en inglés cuando viajo en avión. A veces lo encuentro y entonces es obligatorio comprar cualquiera de esos títulos, en esas ediciones baratas que de leerlas y releerlas acaban quedando gordas, con el lomo retorcido y las páginas amarillentas. Seguro que sabéis lo que digo. Bueno, en los aeropuertos, pero también en las librerías con sección de libros en versión original y en las estanterías de mis amigos. Sobre todo en las estanterías de mis amigos.


Tengo que admitir que se me saltaron las lágrimas al enterarme (tarde también) de su muerte el jueves pasado. Y que me he pasado el fin de semana leyendo y releyendo artículos cual stalker experta, con el corazón en un puño y la tristeza de saber que ya no habrá novedades que traigan su sello sarcástico, divertido y absurdo.

Pero nos queda una obra mágica y muy abundante para leer, releer y compartir. Cuando leí el prólogo de Buenos presagios, no pude evitar reírme mientras los autores (Pratchett y Neil Gaiman) describían el estado de los ejemplares que les tocaba firmar: manoseados, escritos, recompuestos con cinta de embalar, caídos al inodoro, prestados mil veces... Así son los libros de Terry Pratchett, los típicos libros que le pones en la mano al amigo que viene a cenar, el que obligas a leer a tu pareja, el que le pasas a tu sobrino o al jefe que te cae bien. Los típicos libros que abres al azar para releer una frase y troncharte de risa sin que venga a cuento, los que tienes apilados en el suelo junto a la mesita de noche por si te ataca el insomnio, los que sacas de la estantería para usarlos de peso y te entretienes leyendo de pie sin recordar para qué los habías ido a buscar.


Así que pensé que no podía dejar de hacerle un pequeñísimo homenaje, y aquí está mi cuadrito de punto X con una estupenda y ligeramente sarcástica frase, difícil de traducir con todos sus matices, pero que vendría a ser, literalmente: "¿Sabes? Estás graciosamente equivocado." Con un puntito condescendiente, pero con esa corrección británica que siempre me arranca una sonrisa.

De hecho, estoy pensando en iniciar una serie de cuadros con grandes frases de mis artistas favoritos. La próxima que pase por el punto X podría ser: "Nadie espera a la Inquisición española". ¿Sabéis de quién es?


He resaltado una palabra en rojo y le he puesto una tela de cuadros por detrás para que no vean todos los hilos mal pasados para que el acabado sea mucho más bonito.

Este cuadro no tiene mucho misterio si normalmente hacéis este tipo de proyectos, pero, si como yo, los hacéis muy, muy de vez en cuando, a lo mejor necesitáis el diagrama, así que os lo dejo aquí abajo. Si queréis, otro día os cuento cómo empezar en el punto de cruz, si es que tenéis dudas.


Y nada más, espero que hayáis leído a Terry Pratchett, y si no lo habéis hecho, descubridlo tarde, como yo, pero descubridlo. Podría ser que no os gustara (si tenéis muy mal gusto y nada de sentido del humor ;^P) pero lo más probable es que os deje con la boca abierta.

A Sir Terry, solo darle las gracias por los momentos compartidos... ¡y los que nos quedan!

Gyozas

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Ya os conté cuando hablamos del kimono horribilis que me encantan los dim sum. Pero mi amor incondicional se puede hacer extensivo a todas las empanadillas y rollitos asiáticos, así, en general, particularmente si se hacen al vapor o a la plancha.

Hace muchos años, en una vida previa al trabajo en casa, hice con mi amiga Elena, durante la hora de la comida de nuestro trabajo en plantilla, un curso de cocina japonesa. Fuimos todos los días durante dos semanas a la hora de la comida a cocinar y a aprender a hacer los platos y a comer luego lo que habíamos preparado. Dos semanas de auténtico paraíso gastronómico durante las que aprendimos un montón de recetas que yo no sabía ni que existían.

Entre todos esos platos, además del curry casero, de las judías con aliño de miso y otros platos que nuestra profe, Miho, había aprendido de su madre, estaban las gyozas.

Todo lo que pueda decir sobre estas empanadillas es poco. En casa, no duran nada en la mesa. Siempre hago un montón pensando en congelar las sobrantes y nunca quedan ni las migas, por más que vaya gradualmente aumentando la cantidad que preparo.

No os voy a engañar, como cualquier empanadilla, son un poco laboriosas, pero el resultado vale muchísimo la pena.

¿Os atrevéis a probarlas?

Ingredientes:

- 1 o 2 paquetes de discos para empanadillas asiáticas (los mejores tienen harina de arroz glutinoso, los conseguís en cualquier súper chino)
- 300 gramos de carne de cerdo picada (el filete es una buena opción)
- 1 cebolla tierna
- 400 gramos de col verde (o china, mejor todavía)
- Salsa de soja
- Aceite de sésamo
- Sake
- Vinagre de arroz
- Sal y pimienta

Los discos para empanadillas se suelen vender congelados, así que tendréis que sacarlos del congelador un par de horas antes de empezar a trabajar.

Lavad las hojas de col y hervidlas con un poco de agua con sal hasta que estén blandas, pero no totalmente cocidas.

Escurrid la col y picadla fina. Picad también la cebolla tierna. Mezclad las verduras con la carne picada y sazonad la mezcla con 1 cucharada de salsa de soja, 1 cucharada de aceite de sésamo, 1 cucharada de sake y sal y pimienta al gusto.


Poned una cucharadita de esa mezcla en medio de cada disco de empanadillas. Humedeced el borde de la empanadilla con agua y cerradla haciendo dos o tres pequeños pliegues con la masa en la parte delantera.


Cuando ya tengáis todas las empanadillas listas, poned una cucharada de aceite en una sartén grande con tapa. Cuando esté caliente, colocad todas las empanadillas de pie sobre la sartén.

Hay que esperar a que la base de las empanadillas quede dorada y con aspecto crujiente. Las podéis ir levantando de una en una para comprobar cómo está la base. Cuando ya esté bien, añadid medio vaso de agua a la sartén y tapadla rápidamente. Dejad cocer hasta que se evapore toda el agua y ya podréis sacar las gyozas y servirlas con una salsa preparada con vinagre de arroz y salsa de soja a partes iguales.


Como veis son laboriosas pero no difíciles y están espectaculares. Probadlas y me contáis, pero no me echéis la culpa si os volvéis adictos, porque yo ya os avisé!

Cojín de retales

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Ya, ya lo sé. Estáis pensando que dónde están los retales. Pues muy fácil: dentro del cojín.

No es trampa, señores, qué va. ¿Os acordáis de cuando erais pequeños e ibais a casa de vuestra abuela o vuestra tía abuela o cualquier otro familiar viejuno, y os acostabais en unas camas que se hundían, con cojines y colchones que pesaban más que una bolsa de patatas, una garrafa de agua o, ojo a esto, una bombona de butano? Sí, esas camas en las que te ponían tantas mantas que te parecía que no te podías mover. A lo mejor solo me pasaba a mí. No sé. Pero para mí es un recuerdo claro y vibrante, porque nunca entendí cómo una almohada podía pesar tanto.

Hasta ahora.

No tengo nada en contra de la guata ni de las plumas ni de los cojines ligeros y vaporosos que parece que flotan en el aire cuando se organiza una guerra de almohadas. Al contrario, me gustan mucho. En mi casa cada vez hay más cojines porque somos todos unos adictos. Los pompones duermen con tres cada uno, nos peleamos por la parte del sofá más mullida y hasta el gato tiene su propio sillón con doble almohadón. No, qué va, no tengo absolutamente nada en contra de todos los tejidos ligeros y suaves.

Pero no puedo evitar que este cojín grueso y pesado, esta arma mortífera para nuestra próxima batalla campal en la cama, me produzca una alegría infantil. Ni puedo evitar abrazarlo cada tres minutos y medio.


Este cojín cumple dos funciones básicas que me alegran infinitamente: una, sirve para dormir, apoyar la cabeza, sentarse y cualquier otra cosa que se pueda hacer con otros cojines; y dos, vacía la cesta de retales más rápido que Tricky un palet de Chips Ahoy. El cojín se come los retales, literalmente.

Yo lo hice con un kimono que me había regalado el pomelo para satisfacer a mi gen asiático. Creo que no llegué a usarlo nunca porque era un poco incómodo, pero lo tenía guardado desde hace una cantidad indecente de años porque la tela me parecía preciosa. Hace unos días empecé a hacer limpieza de telas, por culpa de Mònica, Miren y Mari Cruz, y me topé con él. Cuando lo saqué del armario y lo toqué, enseguida pensé en un cojín y cojín se quedó.

Podéis hacerlo con cualquier otra tela que tengáis por casa, solo necesitáis cortar un rectángulo, doblarlo a la mitad, coserlo con el derecho de la tela enfrentado y dejar una pequeña abertura para darle la vuelta. Con el cojín girado, llega el momento de asaltar la cesta de los retales.

Pero no solo los retales, no... ¿Restos de lana? Para adentro. ¿Muestras de tejido con las que no sabes que hacer? Para adentro. ¿Hilos sueltos? ¿Calcetines sin pareja? Ya pilláis la idea. Todas esas cosas que dan vueltas por vuestra casa y que no os decidís a tirar aunque no sirvan para nada pueden convertirse en un relleno estupendo para vuestro cojín. Que sí. Luego lo cerráis con una costura invisible y ya está.

Y sí, es muy cómodo. Es un cojín firme, pero agradable, que aguanta la forma y con el que puedes desafiar a cualquiera a una guerra. Y es largo. Bastante largo. Adecuado para pillarlo de una esquina y soltarle un latigazo potente a cualquiera que se te acerque.


Este se lo ha quedado la pompona. Quiere ponerlo en el banco que habrá frente a la pared que le pintamos hace unos días. Pero ya estoy preparando el próximo. Porque necesito vaciar alijo de telas... y también necesito preparar munición, mientras recuerdo las vacaciones en casa de mi abuela y la cama fresca y cómoda en la que no me podía mover.

Pst, pst!! Por cierto, hoy es el cumpleaños de Ari, que es mi partner in crime en Demodé y una persona estupenda. Si la vais a visitar, mandadle un tirón de orejas virtual. Felicitats, bonica!

Entradas encadenadas - Farolillos chinos con luz

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Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana... abrí este blog. Ya sé que lo sabéis, pero una tiene que ir lanzando citas frikis siempre que puede, que hay una reputación que mantener.

En fin. Hace unos cuantos años que empezó el blog y curiosamente hay ciertos posts que siguen generando un montón de tráfico. Digo curiosamente porque cuando voy a verlos me sorprende que Google los indexe y que la gente entre a verlos con lo feas que son las fotos y lo escueta que es la información. Claro que también es una alegría verlos, porque me doy cuenta de todo lo que he aprendido, pero en general la sensación es más de vergüenza total ante mi completa falta de ídem.

Así que he decidido ir actualizando algunos de los posts más viejunos, cambiarles las fotos y darles, en general, un aire más decente, para que quien entre a mi blog por ahí no huya despavorido.

La buena noticia, si es que la hay, es que repasar esas viejas entradas para sacar fotos más bonitas y desempolvar un poco los tutoriales, es que voy a poder recuperar ideas y desarrollarlas un poco más.

Y es que, siendo sinceros, este blog empezó como un lugar donde documentar actividades con pompones pequeñitos, porque por ese entonces, si no me equivoco, el pompón mayor tenía 5 años y los peques 3. Y poco a poco se fue transformando.

Transformarse es una cosa buena. Nunca he entendido a la gente que se queja cuando su grupo favorito saca un disco distinto, con un estilo nuevo. Solo AC/DC pueden sacar el mismo disco durante 30 años sin que el resto de los mortales nos aburramos. El resto de los grupos tienen que evolucionar y probar otras cosas para crecer y mejorar.

No es una traición personal que una escritora de libros juveniles se pase a la novela adulta, ni que un blog que trataba de manualidades infantiles se convierta en un cajón desastre para todo tipo de DIY, por mal que le pese a mi amiga Ruth, que a veces me tira de las orejas cuando no sabe qué hacer con sus hijos.

Pero me voy por las ramas. Como este blog empezó siendo un catálogo de actividades infantiles, hay todavía un montón de ideas que pueden mejorar y evolucionar y tener una nueva vida. Y como en casa somos mucho de reciclar, no las vamos a dejar ahí tiradas sin más, ¿no? Así que de vez en cuando voy a hacer una entrada encadenada que recupere un post antiguo y amplíe la actividad, con enlaces en ambos posts a su post encadenado. Que viva el reciclaje.


Pues bueno, una de las primeras ideas que compartimos en el blog fueron los farolillos chinos. Son súper fáciles de hacer y seguro que ya los hacíais cuando erais niños. Pero si no sabéis por dónde empezar, aquí os explico cómo hacerlos. Con mi lacónica forma de comunicarme de hace cinco o seis años, pero con fotos más o menos bonitas (sigo sin cámara!) realizadas ahora. No os he dejado ninguna foto vieja porque solo había una y te hacía venir ganas de llorar.

¿Qué le hemos hecho al farolillo para actualizarlo? Primero, cambiarle el asa de papel por un asa de cinta pegada con washi tape. Que los pompones preadolescentes son mucho más cuquis que los pompones niños.

Pero además, hemos cortado un círculo del mismo diámetro que la base de nuestro farolillo y lo hemos fijado con washi a la parte inferior del farolillo. Hemos comprado unas velitas eléctricas, de esas que tienen LED en la llama y las hemos metido por la abertura superior. Y voilà.


Ya tienes farolillos para tu fiesta en el exterior, para tu cena romántica en el balcón o para iluminar la mesa del estudio o el comedor mientras tú descansas vegetando en el sofá frente al último capítulo de la temporada de la serie que mires. Porque ahora es época de últimos capítulos (y si veo una vez más el anuncio de The Walking Dead voy a ser yo la que empiece a arrancar cabezas).


En fin, ahí está, nuestra primera entrada encadenada. Podéis ir a ver el post original, Farolillos chinos.

Pasta de curry casera

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A estas alturas ya sabéis que tengo un gen asiático (y otro escandinavo). No es ningún secreto que me chifla todo lo que venga de Asia Oriental, especialmente el cine y la comida. Así que mi post de hoy es un guiño para todos los que sois como yo y os relaméis pensando en una bandeja de sushi, un arroz frito o un curry.

Hace días que pienso en una nueva sección que voy a arrancar dentro de poco. Le voy a poner Nada en la nevera, que es el título de una peli que me encantó cuando la vi en el festival de Sitges. Sí, sí, una comedia romántica y española en Sitges. En una maratón en la que también pasaron Lluvia en los zapatos O_o

Pues bien, esta nueva sección va a hablar precisamente de eso, de dejar la nevera vacía y limpia como una patena, es decir, de aprovechamiento, de recetas para usar ese medio calabacín que empieza a ponerse pocho y esa cebolleta que se ha quedado triste y sola, o ese plátano que ya está un poco negro, o esos restos de pollo... En fin, ya pilláis la idea.

En su día ya hablamos de la cantidad de comida que llegamos a tirar en el mundo y compartimos trucos para generar menos desperdicios, pero en casa hemos ido trabajando un poco más el concepto porque es un tema que nos interesa bastante.

Generar menos residuos no solo es bueno y responsable con el medio ambiente (si consumimos menos, se produce menos; si tiramos menos, se generan menos residuos) sino que también es extremadamente bueno para nuestra economía. El pomelo y yo hemos estado ahorrando un montón estos meses simplemente aprovechando lo que tenemos en la nevera y en el armario.

Y no solo eso, sino que también hemos estado investigando qué hacer con los restos de comida que no usamos, o cómo sacarle el doble o el triple de partido a cada ingrediente.

Uno de los platos más versátiles a la hora de aprovechar lo que queda en la nevera es, precisamente, el curry. Lo podemos hacer de cualquier cosa, con cualquier resto que tengamos, y queda espectacular. Y sí, ya sé que venden curry en polvo que huele muy bien y tal... pero nada, repito, absolutamente nada, puede compararse al sabor intenso y espectacular de una pasta de curry casera. Nada de nada.

Esta pasta llena la cocina y la casa de calor y de colores. Y como la haces tú, puedes controlar la cantidad de picante que le pones y hacer una versión para cada paladar. En casa hacemos la versión infantil, mucho más suave, y la versión adulta, que te hace llorar de placer en cuanto te la acercas a la nariz.

Lo bueno de esta pasta es que haces una buena cantidad y luego la guardas en la nevera. Se conserva muy bien y puedes hacer curry varios meses, cada vez que te apetezca. Que personalmente, para mí, es casi siempre. Alternándolo con sushi, claro.


La receta está adaptada de "El libro esencial de la cocina asiática" de Könemann, que tomé como punto de partida para crear mi propio condimento.

Necesitáis:

  • 1 cucharada de semillas de cilantro
  • 2 cucharadas de comino
  • 1 cucharadita de granos de pimienta verde
  • 1 cucharadita de nuez moscada
  • guindilla al gusto (1 cucharadita para versiones infantiles, 2 o 3 para versiones adultas)
  • 2 cebolletas
  • 1 cucharada de hierba de limón seca
  • 10 dientes de ajo
  • 2 cucharadas de cilantro (si es fresco, mejor)
  • ralladura o zumo de limón al gusto
  • 2 cucharaditas de sal
  • 2 cucharaditas de cúrcuma
  • 1 cucharadita de pimentón
  • 1 cucharada de salsa de pescado
  • 1 vasito de aceite

Tostad las semillas de cilantro en una sartén sin aceite. Movedlas continuamente durante dos o tres minutos.

Mezclad todos los ingredientes menos el aceite con una batidora. Trituradlos bien hasta que empiecen a formar una masa compacta.

Añadid el aceite poco a poco hasta que tengáis la consistencia que queráis. A mí me gusta que mi pasta quede densa, pero que se pueda coger con facilidad con una cuchara, más o menos como una mayonesa o un yogur.

Metedla en un bote de cristal y guardadla en la puerta de la nevera.


La semana que viene os cuento cómo hacer un curry a partir de esta pasta, y qué cambios le podéis hacer para que vuestro curry se convierta en un plato de aprovechamiento ideal. Ya veréis cómo a partir de ahora miráis de otra manera las zanahorias pochas...

Hazte un delantal

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Aunque me habéis oído quejarme incansablemente por no tener abuelos por aquí que me pasen las grandes herencias familiares, lo cierto es que más de una vez pillo algún tesoro.

La familia de mi padrastro (o padre-trasto, como a él le ha gustado siempre que lo llamemos :)) está plagada de escarabajos peloteros que guardan y guardan y guardan millones de cosas. El ejemplar más acumulador de todos, es de hecho mi propio padrastro, que tiene la casa llena de reliquias.

Mi madre, por otro lado, está harta de acumulaciones y de vez en cuando busca hacer limpieza, vaciar cajones y deshacerse de miles de cosas. Y ahí aparezco yo cual ángel de la guarda interesado para ayudarla a organizar y llevarme de paso algún regalo.


Hace poco fuimos a comer a su casa y cuando quiso cerrar el cajón de los manteles, no pudo. Así que lo vaciamos con paciencia y fuimos organizando las diferentes mantelerías (del ajuar de la abuela, bordadas a mano) con sus servilletas a juego. En medio de todos los "oh" y los "ah" y los "qué maravilla", mi madre iba descartando con mano segura las piezas que no le cabían o que ya no quería, metiéndolas en una bolsa enorme de IKEA que después me puso en la mano. Y yo, que no sé decir que no, me traje todas esas bellezas a casa para mis fotos, para los días de fiesta y también, por qué no, para todas las comidas, para poner algo bonito en la mesa y disfrutarlo nosotros en familia.

Entre las muchas piezas que me regaló, había tres "mantelinas" (al menos así las llamó mi madre) que me contaron que eran para poner debajo de los manteles como protectoras de la mesa. Eran unas piezas de 80 centímetros por un metro, más o menos, de algodón rosa. La gracia que tiene ver las cosas con la perspectiva del tiempo es que pierden sus connotaciones. Lo que era un paño feo para poner debajo de las mantelerías "nobles", a mí me pareció una tela bonita y natural (de haber sido en crudo en lugar de rosa ya habría sido de otro planeta) con la que poder hacer mil cosas. Y lo primero que me gritó uno de los paños fue: delantal.

Con los delantales me pasa un poco lo mismo que os conté de los cuellos hace un par de años: me encantan, pero siempre creo que no son para mí. De hecho, tengo un montón de delantales (incluido uno de los All Black neozelandeses), pero a la hora de la verdad no me los pongo nunca. Sin embargo, el paño seguía gritando: "¡Delantal!" sin ningún pudor, así que al final le hice caso para que se callara.

Y desde el momento en que lo terminé y me lo probé... no me lo quito. Quizás la culpa sea de que es solo medio delantal, no es de cuerpo entero. O quizás sea que me hace ilusión que un trocito de tela con historia, que ya se usaba hace más de 50 años, haya encontrado una nueva vida alrededor de mi cintura. Sea como sea, este es mi delantal y le auguro una vida larga dedicada a todo tipo de pruebas, recetas y experimentos de bricolaje.


No os hace falta tener un mantel de la abuela para haceros un delantal. Con cualquier tela que tengáis es suficiente. Pero si la tela tiene historia os lo vais a poner con más ganas.


Necesitáis:

  • Medio metro de tela, un paño de cocina bonito o cualquier retal que tengáis en casa
  • Hilo
  • Tijeras
Yo corté mi pieza a la mitad, así que mi delantal mide más o menos 80x50. Si sois más delgados que yo, podéis hacerlo menos ancho, de 70 o 60 centímetros. A mí me gusta que el delantal me cubra la cadera, creo que queda más bonito.

En mi caso, ya tenía dobladillo, pero si lo hacéis con tela, tendréis que hacerle un dobladillo en los dos lados cortos y uno de los lados largos.

Cortad también dos tiras de tela de unos 10 centímetros por 60-80 centímetros, según lo largas que queráis las tiras para atar vuestro delantal. Otra de las cosas que me obsesionan es atármelo por delante, es decir, darle la vuelta a la cintura y dejar el lazo sobre la barriga. No me preguntéis por qué. Así que mis tiras son de 80 centímetros, bastante largas.


Coged las tiras y dobladlas a la mitad longitudinalmente. Planchad con energía. Abrid el doblez y doblad cada mitad sobre sí misma otra vez. Volved a planchar. Mis lados cortos también tenían dobladillo, pero si los vuestros no lo tienen, hacedlo doblando un trocito de tela hacia el revés de la tela dos veces. Planchad.


Volved a plegar la tira por la mitad, dejando todos los bordes sin dobladillo dentro de la tela, sin que se vean. Y cosed alrededor de vuestra tira para cerrarla y terminarla.


Coged el cuerpo de vuestro delantal. Doblad el lado largo que habéis dejado sin dobladillo más o menos con el mismo ancho que vuestras tiras. Planchad. Volved a doblar y planchad otra vez.


Colocad una punta de cada tira en el primer doblez y sujetadlas con un alfiler. Fijadlas con una costura en forma de caja.


Cuando ya lo tengáis, volved a doblar el cuerpo del delantal y cerradlo con una costura cerca del doblez que queda más abajo.


Y ya lo tenéis. Yo no le he añadido bolsillos porque me estresan, pero son fáciles de colocar. También podéis estampar la tela con sellos y tinta textil, o pintarla directamente. Podéis colocar una tira del mismo ancho en la parte de abajo y crear una tira entera de bolsillos o espacios para vuestras herramientas. O simplemente podéis disfrutar de un delantal sencillo y cómodo que no tiene nada más que un montón de años y un tacto agradable.

No me voy a cansar de decirlo: vivan los tesoros familiares.

Nada en la nevera: Curry de restos

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Pues venga, lanzamos ya la sección Nada en la nevera. Cada dos semanas, más o menos, colgaré una receta de aprovechamiento que puede hacerse fácilmente con los restos que tenemos en la nevera o con las cosas que normalmente desecharíamos. Nuestro objetivo: no tirar nada de comida, reducir los desperdicios y reducir también el dinero que nos gastamos en alimentos.

Hoy, como os había prometido, os cuento cómo hacer un curry con la pasta que hicimos la semana pasada. Os aconsejo que hagáis pasta una vez al mes o cada dos meses y la guardéis en la nevera para hacer un curry en cuanto se os acumulen unas cuantas verduras con las que ya no sabéis qué hacer.

En estas recetas os voy a poner un montón de alternativas para sustituir algunos ingredientes. La idea es que toméis mis indicaciones como una base para crear vuestra propia versiones. Lo ideal sería que todos investigásemos y encontrásemos nuestros favoritos. De hecho, si tenéis blog y queréis compartir alguna receta, dejadme un comentario y las iré recopilando. Podemos incluso montar un pequeño libro anti desperdicio con lo que vayamos probando y descubriendo. ¿Qué os parece?

En mi caso usé:
  • 3/4 de cebolleta que tenía abandonada en un bol (podéis usar cebolla, puerro, ajos tiernos...)
  • 2 cucharadas de pasta de curry (podéis ajustar la cantidad a vuestro gusto)
  • 3 yogures (podéis usar leche de coco, nata líquida, nata mezclada con leche...)
  • 1 vaso de agua
  • 2 zanahorias, 1 calabacín, restos de judías verdes (podéis usar las verduras que queráis, particularmente las que estén más cerca de fenecer; si tienen pedacitos un poco perjudicados, cortadlos y aprovechad el resto de la verdura)
  • Restos del pollo a l'ast que habíamos comprado el fin de semana (podéis usar restos de pollo, cerdo o ternera sin ningún problema. Si usáis pollo, deshuesadlo, pero no tiréis los huesos. Guardadlos en el congelador y pronto os cuento qué hacemos con ellos)
  • El zumo de medio limón o media lima
  • Un chorrito de salsa de pescado (podéis usar salsa de gambas, salsa de soja o nada)
  • Cilantro picado (fresco o seco. Podéis usar cualquier hierba aromática que os guste)

Poned una olla al fuego. Cortad la cebolleta a trozos grandes y ponedla en la cazuela junto con la pasta de curry. Coced unos cinco minutos, hasta que la cocina huela al paraíso.

Añadid los yogures y el agua y removed bien. El yogur no da una consistencia muy cremosa, pero es muy rico de gusto, porque tiene un punto de acidez y también es más ligero. Lo mejor es usar leche de coco, pero yo no tenía. Lo bueno que tiene usar yogur, es que podéis hacerlo vosotros mismos.

Dejad que la mezcla hierva y añadid entonces las verduras cortadas a trozos grandes y regulares. Funcionan casi todas las verduras carnosas (brócoli, coliflor, pimiento, calabacín, zanahoria, patata, boniato, berenjena, judías, espárragos, nabos...). Si tenéis restos de carne, añadidlos también ahora, para que se vuelvan más suaves y absorban los sabores.

Dejadlo cocer quince o veinte minutos, a fuego lento y tapado, hasta que las verduras estén tiernas.

Parad el fuego, añadid el zumo de limón, la salsa de pescado y las hierbas aromáticas. Removed y servid.

Si tenéis alguna patata cocida o restos de legumbres cocidas, podéis triturarlas y añadirlas a la salsa, para hacerla más espesa. Podéis hacer lo mismo con restos de frutos secos pasados por el mortero (aunque en mi casa nunca hay restos de frutos secos, arrasamos con ellos).


Ya está. Un plato fácil, que os ayuda a limpiar la nevera de restos antes de que se vuelvan radiactivos, y barata, porque aprovecha casi cualquier resto que tengáis en casa. No os quejaréis.

Nos vemos dentro de dos semanas con más Nada en la nevera.

En perspectiva

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Hoy os iba a hablar de otra cosa que no tenía nada que ver, pero ayer vivimos una tragedia en Barcelona y me ha parecido un buen momento para reflexionar un poco sobre la educación, la comunicación y la responsabilidad que tenemos todos como sociedad.

En cuanto se supo que un alumno había matado a un profesor, enseguida empezaron a correr ríos de tinta. Enseguida se empezó a especular. Enseguida se empezó a pedir la cabeza de alguien y a exigir que los niños puedan ir a la cárcel desde los ocho años. No me malinterpretéis, yo lo entiendo. Son cosas que te paralizan porque te cuesta entenderlas. Yo tengo un hijo de 11 años y ese chico tiene 13, apenas dos más. Es fácil dejarse llevar, no comprender nada y asustarse. Pero antes de hablar hay que pensar.

Pensar, antes que nada, que tanto el profesor como el alumno tienen familias. Que lo que acaba de ocurrir es un drama para el entorno de esas dos personas. Que detrás de ese profesor hay muchas personas rotas de dolor. Pero que detrás de ese niño, también. Quizás haya unos padres que no sepan qué ha pasado. Quizás haya una situación familiar complicada. Puede que haya un hermano muerto de miedo. No es el momento de ponernos a gritar muy fuerte, por muy conmocionados que estemos.

Y no es hora de pedir cabezas ni leyes más duras. Escuchaba hoy en las noticias cuál es el protocolo, qué se hace cuando un niño de esta edad comete un acto criminal. Es una institución dedicada a la protección de los menores la que se hace cargo de ese niño. La institución evalúa si hay situaciones peligrosas en el entorno del menor, o si el niño tiene algún problema psicológico. Y actúa en consecuencia. Desde luego, me parece la manera más lógica de abordar la situación. Me parece que está bien. No querría bajo ningún concepto que se juzgara a un niño de doce o trece años como se juzga a un adulto. No querría que rebajásemos más todavía la edad a la que hacemos pasar a los críos a la madurez, porque durante las últimas décadas la hemos ido adelantando tanto que antes de que los los niños lleguen a la pubertad ya los consideramos casi adultos y los cargamos de responsabilidades que los consumen. Me parece bien que se evalúe al menor y se presuponga que todavía no es muy consciente de la gravedad de sus actos, porque, sinceramente, dudo que lo sea.

Por otro lado, hay una cosa que sí me molesta y de la que me parece que somos poco conscientes. En muchas culturas los niños son de todos, de la sociedad entera. Y parecería que en la nuestra no. Ayer leí a gente muy indignada que se preguntaba por qué nadie se había dado cuenta de nada. ¿No lo habían visto los profesores? ¿Sus compañeros? ¿Sus padres? Y me gustaría devolver la pregunta: ¿nos fijamos acaso en la gente que tenemos alrededor? ¿En los compañeros de clase de nuestros hijos? ¿En los niños del parque? ¿Echamos una mano? ¿Ayudamos a educar? ¿Toleramos las críticas a nuestros hijos? ¿Entendemos que los niños son niños y que necesitan que todos los adultos seamos comprensivos, tolerantes, coherentes y justos? Es muy fácil decir que "alguien" se debería haber dado cuenta. Pero ese alguien a veces deberíamos ser nosotros mismos. Todos deberíamos estar atentos, escuchar a los niños y crear relaciones de confianza para que ellos se sintieran lo bastante seguros para compartir con nosotros lo que les pasa, lo que les preocupa, lo que les da miedo. Ser niño hoy debe de ser totalmente aterrador, y todos los adultos deberíamos estar ahí para echar una mano.

Y luego está lo de siempre. No hay tragedia que no venga acompañada de su buena dosis de: "El niño escuchaba la música X, veía la serie Y, jugaba al videojuego Z, compraba el cómic W". No esperamos a saber si el crío tiene algún problema del tipo que sea, no. Cuando algo nos aterra es más fácil buscar algo a lo que echarle la culpa, y en este tipo de casos siempre es la cultura popular.

Me da rabia por múltiples motivos. El primero y más evidente es que hay muchos niños a nuestro alrededor que necesitan ayuda. Y no la necesitan porque les encante ver The Walking Dead. Necesitan ayuda porque viven en situaciones de exclusión, de maltrato físico o psíquico, de pobreza, de desequilibrio mental. Niños que necesitan menos etiquetas y más ayuda.

El segundo es porque la cultura popular es cultura popular. Hitler escuchaba a Wagner, señores, y nunca le echamos la culpa al compositor de las atrocidades que cometió el dictador. Que alguien cometa un acto terrible no tiene nada que ver con la cultura que consume, sino mucho que ver con la educación que ha recibido o con su salud mental. Mis hijos todavía no ven series de zombis porque son pequeños y les dan miedo, pero llegarán a ellas, porque en casa nos gustan. Juegan a la consola, escuchan rap, ven clásicos de los 80 y tienen las estanterías de casa repletas de cómics de todo tipo. Es probable que yo misma les ponga su primera novela de Stephen King en las manos dentro de unos años. Y si son como yo leerán ávidamente a Lovecraft y Edgar Allan Poe. Veremos películas de terror en Sitges. Se saltarán las clases para ir al salón del cómic. Escucharemos, bueno, ya escuchamos, a Metallica y a Extremoduro. Dirán más palabrotas de las que ya dicen ahora. Y serán personas totalmente normales a las que, simplemente, les gusta la cultura popular. Eso no los convierte en nada más que en personas con un gusto determinado. Un gusto que no toleraré nunca que alguien quiera criminalizar.

Sé que estas cosas nos aturden y nos dan miedo. Sé que nos aterra que nuestros hijos puedan tener que vivir una situación similar en la escuela. Sé que a veces hay cosas que no tienen explicación y que nos inventamos una mitología propia para darles sentido, porque la realidad nos destroza. Pero a veces hay que ir un poco más allá, ser más empáticos, comprender que las cosas no son tan fáciles. No solo por nosotros, sino, especialmente, por todos los niños que tenemos a nuestro alrededor, que en este momento se sienten todavía más inseguros y asustados que nosotros y que nos necesitan.

Y sobre todo, como sociedad, tenemos que ser lo bastante maduros como para ser constructivos y no correr en busca de algún culpable; ser respetuosos y no convertir en un circo el sufrimiento de tantas personas.

Organización para desorganizados: cómo conseguir cualquier objetivo

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Esto es una mezcla de Organización para desorganizados con Posts encadenados. Estoy que lo peto.

Os vais a sorprender muchísimo cuando os diga que me cuesta un montón mantener mis buenos propósitos. Sí, ya oigo vuestros "¡Ah!" y vuestros "¡No puede ser!". Efectivamente, me entusiasmo, empiezo un montón de cosas y me cuesta horrores terminarlas. Puede ser una dieta, una serie de posts en el blog o beber agua todos los días (qué horror eso del agua, ¿no podría ser beber margaritas mientras comes patatas bravas?). La cuestión es que me pongo un objetivo y NO LO CONSIGO. Casi nunca.

Pero eso va a cambiar starting now, porque después de sesudas charlas conmigo misma he descubierto que no consigo mis objetivos porque me faltan dos cosas: organización y motivación. ¿Os suena de algo?

Así que hoy os traigo los mejores consejos que he leído por ahí y que voy a poner en práctica para conseguir cualquier cosa que me planteo. ¿Vamos allá?

1. PLANIFICA. Ya lo sé. Ya solo la palabra da un poco de pereza. Pero es que los desorganizados tenemos tendencia a empezar la casa por el tejado. And you know it. Piensas en esa serie para el blog y lo primero que haces es la pestaña en la que vas a poner todos esos posts que todavía no tienes escritos. Quieres salir a correr todas las mañanas y te compras unas zapatillas increíbles y una camiseta dri-fit de esas que respiran por todas partes porque te va a hacer falta cuando ya corras maratones. Mal. Muy mal. Siempre hay que empezar por el principio. Cuando te plantees un nuevo objetivo, dedica el primer día a no hacer nada más que planificar. Nada de tocar el código del blog ni de ir de compras. No. Nein. Niet. Coge una hoja de papel y un boli y apunta todo lo que tienes que hacer para conseguir tu objetivo. Planifica qué vas a hacer cada día, qué necesitas tener en casa (de una manera realista; para salir a correr, por el momento, te vale con cualquier camiseta), cómo vas a organizarte los horarios o qué tienes que preparar de antemano para tenerlo todo a punto cuando empieces con tu objetivo. Hazte un plan que luego solo tengas que seguir, sin pensar. Pensar nos da pereza a todos y está sobrevalorado.


2. SÉ METÓDICO. *bostezo* Sí, ya, esto también es aburrido, pero es la clave de todo el proceso. Si quieres escribir en tu blog todos los días, bloquéate un par de horas, idealmente siempre a la misma hora, para escribir, hacer mantenimiento o comentar. Dos horas de blog. Si estás haciendo dieta, come siempre a la misma hora, prepárate una buena comida y siéntate a la mesa. Todos los días. Si quieres pagar la hipoteca, ten algún tipo de plan (¿os acordáis de las monedas de 2 euros de las que hablamos hace tiempo?) y cíñete a él. Entra en la página del banco todos los días para ver cómo van tus finanzas. Dedica dos horas diarias a purgar tu casa y buscar cosas para vender y sacar un ingreso extra. Ahorra dinero todo el mes y ve a ingresarlo a la cuenta de la hipoteca todos los días 1 del mes siguiente. Ser metódico y repetitivo es la mejor manera de crear un hábito y, a largo plazo, de hacer las cosas por costumbre y conseguir tus objetivos casi sin darte cuenta.

3. VUELVE ENSEGUIDA AL BUEN CAMINO. Te invitan a una fiesta de cumpleaños y te saltas la dieta. Se te pincha una rueda del coche y no puedes ahorrar ese mes. Quieres salir a correr todos los días, pero un día te encuentras mal y te quedas en el sofá. Chachi. Cosas que pasan. Olvídate tan rápido como puedas y vuelve a hacer lo que sabes que tienes que hacer para conseguir tu objetivo. Un día malo lo tiene cualquiera, no dejes que se alargue y se convierta en tres meses malos.

4. SIÉNTETE UN PRIVILEGIADO. Es difícil seguir adelante con cualquier objetivo si siempre crees que te estás perdiendo un montón de cosas, si piensas que te estás sacrificando. En cualquier momento vas a decirte a ti mismo que vale ya y vas a dejar el objetivo por imposible. Tienes que sentir que lo que haces es un lujo y que tienes más suerte que nadie, que todos los demás deberían estar haciendo lo que haces tú. ¿Estás a dieta? Cómprate las mejores frutas y verduras, prepárate unas ensaladas de escándalo. Haz que tu familia o tus amigos quieran comer lo mismo que tú. ¿Ahorras dinero? Piensa que es una suerte poder disfrutar de tu casa, tener tiempo para hacer lo que siempre quieres hacer y además, de rebote, poder ahorrar para deshacerte de cualquier deuda o para hacer el viaje de tu vida o comparte un coche. Aprovecha para mimarte con cosas que no sean materiales, con tiempo para leer o ver pelis o series, para hacer punto, para quedar con tus amigos en casa o para organizar torneos de juegos de mesa. ¿Sales a correr? Piensa en lo mucho que cuidas tu cuerpo, en lo en forma que estás y en cómo aprovechas el tiempo escuchando noticias, música o podcasts, o teniendo un rato para ti solo sin más. Los que no corremos no lo tenemos y lo envidiamos.


5 - MOTÍVATE. Aquí viene la parte del post encadenado. El segundo más visto de la historia de este blog es el de las modestísimas cadenas de papel, las guirnaldas típicas que hacen los niños para cualquier fiesta. Pensaba renovarlas con papeles más bonitos y tal, pero luego me encontré con un uso muy diferente para ellas y me encantó. Se trata de usarlas como recordatorio visual de lo que te queda para conseguir tu objetivo. En el caso de ese blog es un objetivo financiero, acabar con sus deudas, pero tú lo puedes usar como quieras. Cada eslabón de la cadena es un paso que te acerca a tu objetivo. ¿Quieres adelgazar? Cada eslabón pueden ser 200 gramos que pierdes y arrancas de tu cadena. ¿Quieres liquidar la hipoteca? Cada eslabón puede equivaler a 1000 euros pagados, o 500, o lo que te vaya bien. Puedes incluso escribirlo dentro de la propia cadena, si quieres. ¿Quieres que tu blog crezca hasta los 10.000 seguidores? Cada eslabón puede ser 500 seguidores nuevos. Invéntatelo como quieras, con cantidades o con pasos que tienes que lograr para poder acceder al siguiente (eso a mí me motiva muchísimo). Ponte un eslabón con un premio de vez en cuando, o déjate mensajes positivos para leer cada vez que arranques un eslabón. Crea una cuenta atrás de días. Me chifla la idea y le veo muchísimas posibilidades, ¿no?

Y cuando todo lo demás falle, usa mi consejo favorito:

6 - INSISTE. Yo soy tozuda como una mula, cabezona para aburrir, y aunque la planificación me mate, sigo adelante, insisto e insisto. Puede que no consiga mis objetivos tan rápidamente como la gente que es más organizada que yo, pero consigo muchas cosas simplemente siendo cansina. Haciéndolo UNA Y OTRA vez. Aprendiendo lentamente a base de prueba y error. Dándome un montón de batacazos. Yo insisto. Insiste tú también.

Camino a Mordor

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2863 kilómetros. Eso fue lo que caminaron Sam y Frodo desde Hobbiton hasta Mordor. Aunque tiendo a definirme como friki (casual friki, vale), es un dato que descubrí ayer por la noche. Un dato que me fascinó, la verdad, de una manera total, absoluta y premonitoria.

Porque después de asimilar ese dato, lo único en lo que pude pensar fue en hacer exactamente el mismo camino, llegar a Mordor y, como no tengo anillo que lanzar, bailar una jota en el Orodruin mientras le hago una peineta a Sauron.

Total, que lo he comentado esta mañana en Instagram, como quien no quiere la cosa, y me ha sorprendido recibir alguna respuesta animada e incluso me atrevería a decir que entusiasmada. Y mientras me hacía la comida he pensado: "Qué carallo, vamos a montar un reto como Galadriel manda".

O sea, que me he venido aquí para anunciaros el primer reto "Camino a Mordor", que consiste, básicamente, en conseguir caminar 2863 kilómetros en un año. O un año y medio, quejicas.

En realidad, si hacéis algunas matemáticas básicas, Sam y Frodo tardaron unos dos meses en hacer todo el recorrido. Y eran hobbits. Con las piernas cortas. Si esos dos medianos lo hicieron, ¿no vamos a poder hacerlo nosotros que somos... ¡catalanes! ¡Madrileños! ¡Andaluces! ¡Meseteros! ¡Chicarrones del norte! ¡Sudakas orgullosos!

Que no se diga que los hobbits son más que los de Bilbao...

¿Quién se apunta?


REGLAS

Porque esto no es un reto si no ponemos algunas


1 - Hay que caminar todos los días. Un mínimo de cinco minutos. Podéis caminar cuando vais a comprar, a buscar a los niños al cole o lo que queráis, pero hay que caminar cinco minutos al día como mínimo (y si queréis llegar a hacerlo en un año, ¡más vale caminar un pelín más!). No os podéis saltar ni un solo día, en solidaridad con los hobbits y los elfos caídos. Y porque cinco minutos los tiene cualquiera, no me digáis que no.

2 - No valen las caminatas en casa o en el trabajo. Ni la cola del súper. Ni cuando te levantas del sofá para ir a la nevera a pillar una cerveza. Nope. Nein. Niet.

3 - Hay que beberse un zumo de frutas (con verduras o sin ellas) todas las mañanas. Los hobbits tenían lembas y acordaos de lo que les pasó. Por mucha energía que les dieran al final estaban hartísimos de comer únicamente esos cuadraditos insípidos. Necesitamos comida élfica variada para nuestro reto y como no tenemos, nos conformamos con frutas y verduras de todo tipo, mezcladas como queráis.

¿CÓMO LO HACEMOS?

Fácil. Tengo el reto creado en Endomondo. Solo os tenéis que bajar la aplicación al móvil y pasarme vuestra dirección de correo para que os envíe una invitación. O hacer clic aquí. A partir de ahí, veréis quién va líder (espero ser yo, ya os aviso) y cuánto os queda para pillarlo y todo eso.

Si queréis podéis ir haciendo updates en vuestras redes sociales. Yo me comprometo (sí, sí, me comprometo) a colgar en Instagram y Facebook como mínimo una vez a la semana una foto con mini receta de zumo de fruta y un update de kilómetros caminados/kilómetros totales. El hashtag, como no puede ser de otra manera #caminoamordor.

¡¡PREMIOS!!

Aunque esto es, principalmente, un reto contra nosotros mismos, no tendría la más mínima gracia si no hubiese premios, ni goodies, ni otras cositas chulas para compartir y por las que luchar. Así que habrá premios. Y hasta camisetas. Lo que pasa es que como la idea esta del reto la he tenido hace apenas una hora, como que todavía no he pensado cuáles. A lo mejor una licuadora para hacer tus zumos más fáciles. O un pack coleccionista de El señor de los anillos (esto es mala idea porque seguro que todos lo tenéis ya, ¿NO?). O un anillo único, para que lo tiréis vosotros mismos al Monte del Destino donde ya estaréis. No lo sé, pero habrá premios, lo juro. Y puede que incluso haya alguna descarga con recetas de zumos matinales (o polos, ahora que aprieta el calor). Y camisetas. Nada es real hasta que se hacen camisetas.

Venga, vamos, apuntaos. Caminad conmigo hasta Mordor para salvar la Tierra Media (o la zona media de nuestro cuerpo, quizás).

Disclaimer: La idea de caminar a Mordor la leí en Nerd Fitness. Ellos no se referían a caminar los 2863 kilómetros, sino a salir a caminar de una vez por todas, pero yo, que soy casi vasca, decidí que recorrer exactamente la misma distancia que Sam y Frodo me parecía muchísimo más interesante que salir a caminar media hora cada día.

Shibori

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Junio. Ese mes en el que no puedes ir caminando a Mordor, porque ya estás en Mordor. Y te está atacando el Imperio. Mientras Voldemort se cuela en tu cerebro y lo hace puré. Junio.

A ver, empieza el verano y eso siempre está bien, aunque por la noche se te peguen las sábanas y no consigas dormir hasta que entra la brisa de las tres de la mañana. Pero es que junio es un mes maldito con el que tengo una relación de amor-odio.

Este año, además, el pompón friki ha terminado la primaria. Whaaaat? Sí. A mí me parece que hace media hora todavía tenía tres años, pero no, se ve que no. De hecho, si buceáis por el blog vais a encontrar unas cuantas fotos del friki con dientes de leche todavía, pero de algún modo se ha hecho mayor. Él solo, porque los demás estamos plantados en un cómodo limbo de juventud.

Pero yo hoy venía a contaros otra cosa. Y todo empezó hace muchos meses. Fue culpa de Núria y de mi famoso culoveoculoquierismo. Cuando vi que ella se había apuntado a una comunidad creativa llamada Handbox, yo también quise. Y aunque al principio no entendía muy bien dónde me había metido, con el tiempo la comunidad ha ido creciendo y convirtiéndose en un sitio chulo para buscar tutoriales y conocer blogs nuevos.

Hace unas semanas me escribieron de Handbox para preguntarme si quería unas muestras de Tintes Iberia para probar y para hacer algún proyecto. Aunque junio es MAL, como soy una inconsciente dije que sí. Y así, en lugar de traducir, me metí en la cocina a teñir, mezclar colores, hacer pruebas y pasármelo bien en general.

He hecho un montón de cosas diferentes (y todavía me queda un poquitín para algún otro proyecto que tengo pensado), pero lo que hacía mucho tiempo que tenía ganas de probar era el shibori. Que es una manera pija y japónida de referirnos a las camisetas hippies que hacíamos con nudos y los mismos tintes Iberia cuando yo era pequeña. Si no pasasteis por el momento camiseta hippy en vuestra infancia... no fuisteis niños.

Aquí tenéis una pequeña pista de otro proyecto teñido que os muestro la semana que viene...

El shibori se suele hacer con añil y en color azul, pero me pareció chulo hacerlo en otros tonos. El resultado, qué queréis que os diga, me encanta. He usado una sábana antigua de algodón y ha teñido perfectamente, pero la técnica se puede aplicar a cualquier prenda siempre que sea de fibras naturales.

Está de moda hacer trapos de tela de varios tamaños que se usan como mantas de pícnic, manteles o pañuelos, pero podéis ir más allá y convertir vuestros trapos en furoshikis, los envoltorios japoneses de regalo que me parecen chulísimos. Voy a ver si la semana que viene me pongo con eso y os lo enseño.

Pero me voy por las ramas. Con tinte y la técnica shibori podéis conseguir un montón de acabados diferentes. Yo opté por tres de los que me parecían más curiosos.

Necesitáis:

  • Tela de fibras naturales
  • Agua
  • Sal
  • Tintes de colores (yo usé los de Iberia)

Para hacer shibori vais a teñir a mano y no en máquina, evidentemente. No necesitáis tener recipientes dedicados únicamente a teñir, se pueden lavar después con un poco de lejía y ya está.

Usé tres litros de agua caliente para cada color, no porque los necesitara el proyecto del shibori, sino porque hice otras cosas con cada tinte. Por cada litro de agua, se añaden cinco cucharadas soperas de sal.

Abrid vuestro tinte y seguid las instrucciones. En el caso de los tintes Iberia, hay dos sobrecitos de color, para que gradúes la intensidad y otro de fijador, que se tiene que usar entero.

El color se disuelve primero en un vaso de agua caliente y luego se mezcla con el agua con sal y el fijador. Y ya tienes el tinte listo.

Los dibujos que crea el shibori van en función de lo que hagamos con la tela. Podemos anudarla, atarla, doblarla...

Para crear el dibujo de estrellas, doble mi tela como si fuera un acordeón longitudinalmente, es decir: un doblez hacia delante y otro hacia atrás. Cuando tuve un rectángulo muy largo de tela, hice el mismo movimiento de acordeón, pero formando triángulos. Si no entendéis bien cómo se hace, decídmelo y os grabo un vídeo. Sujeté el triángulo con un par de pinzas (de centro de bricolaje: una de las mejores compras ever, baratísimas y súper útiles) y mojé las tres puntas del triángulo un ratito.


En principio, para conseguir un color muy vivo hay que sumergir la prenda durante 40 minutos, pero yo trabajé con intervalos de entre 10 y 15 minutos y estoy muy contenta con el resultado para el shibori. Eso sí, las prendas de ropa (que también he teñido) sí que necesitan un poco más de tiempo sumergidas.

Sacáis la prenda del tinte y la enjuagáis bien. Pero muy bien. Hasta que el agua salga transparente. Con ganas. Luego solo os queda poner la prenda a secar y ya la tenéis.

Para hacer el shibori naranja doblé la tela a la mitad dos veces, como para formar una cruz, y luego, sencillamente, la enrollé y la sujeté con cuatro gomas elásticas. Usé las de los espárragos que son más anchas y me gustan mucho. Metí el churro resultante en vertical, para que sobresaliese una parte.


Y la técnica del verde era la que tenía más ganas de probar. Normalmente se hace con bloques de madera, pero yo no los tenía y no sabía qué usar. Hasta que me fijé en la caja del queso que mi madre nos había traído de Francia (gracias, mamá!). Desmonté la caja y voilà. En este caso hay que doblar la tela formando un cuadrado un poco más grande que las piezas que vamos a usar. Ponemos una pieza delante y otra detrás y las sujetamos con gomas elásticas, apretando muchísimo. Sumergimos completamente en el tinte durante un rato y ya está.


Os voy avisando: es completamente adictivo. Pero mucho. Vais a empezar a buscar en casa trozos de tela que podáis convertir en pañuelos maravillosos. No se puede hacer nada por evitarlo, es así.

Y para que veáis que no paré en el shibori, aquí tenéis a la pompona luciendo camiseta nueva con tinte naranja y rojo. Sus hermanos quieren una camiseta igual. Lo que os decía: sin camiseta teñida no hay infancia...


¿Plátanos maduros? Haz un brownie.

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Plátanos negros. O con manchitas. Plátanos que ya no huelen, sino que directamente te pegan un tortazo de aroma platanil cuando abres la nevera. Plátanos que poco a poco van dejando de ser, esperando el momento en el que los tires a la basura o hagas el sempiterno pan de plátano (que en casa solo me como yo). Plátanos, en resumidas cuentas, que están medio muertos y para los que no hay ninguna esperanza.

En una casa con tres pompones y un Ironman (el pomelo a partir de ahora es el Sr. Iron) siempre hay plátanos. Siempre. Es la fruta por excelencia, la que devoran todos, la que piden de postre, especialmente si queda Nutella.

Pero creo que en todas las casas sucede este fenómeno paranormal: cada cierto tiempo hay un racimo que por algún extraño motivo NO SE COME. No sé por qué ocurre (la semana siguiente vuelves a comprar plátanos y vuelven a desaparecer de la nevera por arte de magia), pero ocurre: hay plátanos malditos, como el templo.


Hasta ahora mi solución en esos casos era solo una: a la basura. Porque ya te he dicho que en casa el pan de plátano solo me lo como yo, y no me conviene. Si son solo plátanos manchados los chafo con un tenedor y les pongo un chorrito de miel (ñam!), pero los plátanos negros... esos morían siempre.

Peeeeeeero, para eso tenemos nuestro Nada en la nevera, ¿no? Cuando hace poco descubrí unos plátanos negrísimos detrás de un melón, decidí que había que coger el toro por los cuernos y encontrar algo que se comiera toda la familia y que nos solucionara un desayuno o una merienda o un apretón de esos de las dos de la mañana cuando miras capítulos repetidos de Modern Family mientras haces punto.

Y encontré una receta de brownie. Sí, sí, como lo lees. Brownie. Ese manjar de los dioses que debería ser ilegal de lo bueno que está. Ese pastel perfecto hasta en el nombre.

Le hice unos cuantos cambios para adecuarla a nuestros gustos e hice un par de pruebas. Pruebas que no duraron en la cocina ni medio día. De hecho, hay fotos porque conseguí esconder unos trocitos que fueron diligentemente devorados en cuanto dije: "Vale, ya está".

Pruébala y me cuentas. Te va a surgir el problema contrario: vas a tener ganas de que los plátanos se echen a perder...


BROWNIE DE PLÁTANO

Ingredientes secos:

-2 tazas de harina
-2 tazas de azúcar (a mí me gusta más con azúcar moreno)
-1 taza de cacao puro
-1 cucharadita de polvo de hornear
-1 pizca de sal

Ingredientes húmedos:

-3-4 plátanos muy maduros
-2 huevos
-1 taza de leche
-50 gramos de mantequilla fundida
-1 chorrito de esencia de vainilla (mejor si es casera)

Mezcla los ingredientes secos en un bol. En otro bol aplasta bien los plátanos maduros y mézclalos con el resto de los ingredientes húmedos.

Vierte los ingredientes húmedos sobre los secos y mezcla bien.

Prepara un molde de horno ancho (yo uso uno de pírex rectangular) forrándolo con papel de plata y untándolo de mantequilla para que el brownie no se pegue. Pon la masa en el molde y hornea durante media hora a 180 grados, o hasta que pinchándolo con un palo de brocheta, este salga completamente seco.

Puedes añadir también una taza de pepitas de chocolate o de frutos secos a la masa.

Funda de ganchillo para el Kindle

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Hoy tengo DIY en el blog de Demodé. Súper fácil, ya lo sé, pero también muy resultón y práctico. De hecho mi amiga Noe ya me ha encargado una de estas fundas, porque también está enamorada de su lector de ebooks.

Como te cuento en el post, pensaba que nunca caería en las redes de la lectura virtual, pero una vez que lo pruebas... bueno, en fin, no se puede dejar. Tengo el Kindle a reventar de libros y leo muchísimo más, porque siempre lo llevo en el bolso y siempre hay algo que me apetece leer.

¿Tú qué? ¿Has sucumbido a la lectura 2.0 o te niegas en redondo como yo hasta hace unos meses?

Y por cierto, estoy tejiendo sin parar para #lamantadelavida, el proyecto de Clara Montagut que consiste en tejer mantas para enviar a Siria. Hace días que le doy vueltas a un post sobre el tema de los refugiados, los inmigrantes y el miedo que tenemos en Europa a que nuestra plácida vida se vea afectada por alguien diferente a nosotros, y, como a todos, el tema me está removiendo por dentro. Por eso la iniciativa de Clara me parece hermosa y estoy dándole a las agujas. Si quieres unirte o simplemente curiosear para saber qué es exactamente, aquí te dejo el grupo de Facebook que ha montado Clara.

Mueble en tonos de azul (a partir de uno de melamina)

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Amo la pintura en aerosol.

Con todo mi corazón.

Me hace sentir una bricolajera experta, capaz de enfrentarse a cualquier proyecto del mundo. Vamos, que con un aerosol en la mano me vengo arriba cosa mala.

No me malinterpretes, me gusta pintar con pincel. Me encanta la chalk paint y me chiflan los efectos que se pueden conseguir con una brocha. Pero hay que ser un poco hábil. Y no siempre consigo el resultado que tenía en mente.

La pintura en aerosol es otra cosa. Es para tontos. Si sabes poner cinta de pintor (otro de mis amores) con cierta eficacia, el resultado es perfecto siempre. Y si por desgracia o por ansia te sale algún chorro de pintura, lo lijas con paciencia y le das otra capa.

¿Y te he dicho que seca en media hora? What's not to love?

Estaba en Japón cuando me llegó el mensaje de Handbox que nos proponía hacer un proyecto con pintura en aerosol. No tenía mucha idea de qué hacer (demasiado sushi en el cuerpo o algo) y me daba un poco de pereza pensar. Pero en cuanto volvimos a la rutina y entré en la habitación de la pompona, tuve claro que había que arreglar el desaguisado que había organizado yo misma el año pasado.


Era una estantería de melamina color haya, totalmente normalísima, como las que puedes comprar en cualquier gran superficie (sea sueca o no).

Un día me harté de ella y decidí que había que pintarla para que quedase más acorde con la decoración de la habitación de la pompona, en azul y blanco. Y lo que te decía. Saqué la brocha, la cinta, mi sábana para evitar gotas de pintura en el suelo e hice todo un montaje increíble que quedó... como el culo.

Rayas torcidas, manchas azules en la parte blanca, capas de color poco uniformes y cualquier otro error de novata que se te ocurra. Y además todo el proyecto se me alargó más de una semana esperando que secara del todo. Cuando terminé, frustrada y enfadadísima conmigo misma, escondí todas las fotos que había sacado en la carpeta de "proyectos no compartibles", metí el mueble en la habitación e intenté no mirarlo demasiado.

Total, que era una espinita clavada y que pensé que la pintura en aerosol podría ayudarme a superar el trauma. Oh yeah.

Desde Novasol me enviaron todo lo que les pedí (¡mil gracias!): tres tonos de azul, un blanco y un barniz mate para terminar el mueble.


Y me puse a trabajar.

Lo más complicado del proceso fue poner cinta de pintor por todas partes. Lo demás: pan comido.

Como la estantería ya estaba pintada no tuve que poner imprimación, pero si tú partes de un mueble comprado que no es macizo, dale una buena capa. La tienes también en aerosol.

Lijé un poco las manchas y las imperfecciones de mi primera chapuza con la pintura. Usé un bloque de lija de grano fino y mucha, mucha paciencia. En algún sitio, al lijar, volví al mueble original y le di una capita de imprimación. Y cuando ya estaba todo lijado e imprimado, pasé un trapo para retirar todo el polvo y ayudar a que la pintura se adhiriera mejor.

Pinté primero la parte de dentro de la estantería; dos estantes de cada tono de azul. Puse el más claro arriba y el más oscuro abajo. Para pintar cada "cubículo" cubrí de cinta de pintor gruesa todos los cantos y tapé con una tela los cubículos siguientes.

Como la pintura seca al tacto en unos minutos, pude ir trabajando constantemente, pasando de un cubículo a otro y volviendo a empezar con la segunda capa al terminar.

Di tres capas en total y me sobró pintura para los retoques finales (no hagas caso de lo que te digan, SIEMPRE hay retoques finales) y para otros proyectos que ya te mostraré.

Cuando los cubículos estuvieron secos, pasé a la parte más laboriosa que fue pintar el borde de las baldas de blanco. Otra vez tuve que encintar con mucha paciencia y tapar todos los cubículos para que no me entrase nada de color blanco. Esto sí que me llevó un poco más de tiempo, porque no siempre pude trabajar por etapas: tenía que esperar a que se secaran las piezas para desmontar y volver a montar más abajo.


Eso sí, a medida que iba terminando cubículos y baldas, los iba cubriendo con barniz mate (algo he lijado, pero muy poco. Otra de las ventajas de la pintura en aerosol es que el acabado suele ser uniforme y agradable al tacto).

¡Y ya está!


La habitación de la pompona empieza a tomar forma y ya estoy pensando en la mesa que le voy a hacer para sustituir la que tiene ahora que es heredada y demasiado pequeña para los botes y botes de lápices de colores que acumula. Y en el espejo que le quiero poner en la pared de las ondas.

Nos ha llevado un año, pero parece que hemos vuelto a coger el ritmo. A ver si empezamos a cerrar proyectos, que hay miles de cosas que te quiero mostrar.

Caja de fruta para las mantas

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Título raro, ¿no? ¿Fruta, mantas? ¿Qué tiene todo eso que ver?

No sé si te acuerdas (porque fue hace muuuucho tiempo) de la cesta de tela que hice para guardar las mantas junto al sofá. Nos ha servido fielmente durante muchos meses, pero había llegado al fin de su vida útil, no por deteriorada, sino porque somos cinco en casa y a todos nos gusta tener una mantita encima los viernes de pizza y peli.

Y por una feliz casualidad hace unos días tuvimos la visita imprevista de mi mejor amigo (uno de mis mejores amigos, Kike, esto lo escribo por ti) que vino a ver a los pompones que estaban enfermos mientras volvía de una granja perdida en la Catalunya profunda de buscar cajas de fruta para el negocio familiar.

Serendipia, dicen que se llama eso de encontrar algo que no buscas.

Total, que cuando me contó que había hecho esa mañana se me iluminaron los ojos y le dije: "Yo quiero una". Y me hizo ir con él a la furgoneta y me dejó elegir la que más me gustara y volví a entrar en casa con una sonrisa de oreja a oreja y una caja de madera que en algún momento a lo mejor contuvo manzanas o naranjas o peras, bajo el brazo.


Y así llegó a mis manos este tesoro que en parece que perteneció a un tal Agustí, que es un nombre que me encanta porque me recuerda al vecino de mi abuela en Montevideo, a mi profesor de gimnasia del instituto y al padre de Ari.

Como la caja era realmente vieja y estaba totalmente al natural, tuve que hacerle un tratamiento de spa, pero fue todo rápido e indoloro. Con la visita al LM incluida no creo que tardara más de 24 horas en terminarla. Y estoy enamorada.

En teoría es para las mantas, pero yo creo que casi le quedan mejor unos ovillos de lana y todos mis WIP y mis UFO, ¿no?

No soy ninguna experta en restauración, pero he hecho algún curso y empiezo a aclararme con todas esas latas y productos extraños que prometen milagros, así que te voy a contar cómo hacerle un tratamiento de belleza a cualquier mueble de madera que encuentres en el contenedor. De nada.

Lo primero, primerísimo, es lavar la pieza. Una esponjita, un poco de agua y a darle al brazo. Yo cambié el agua cuatro veces para limpiar esta caja y le añadí un poco de jabón casero. Ya verás la cantidad de porquería que sale de una cosa tan pequeña. Casi como si fuera un bebé.


Luego hubo que ser implacable y mirar la caja desde todos sus ángulos. Yo soy tozuda y me da igual, pero mi profe de restauración me dijo que hay que ver si vale la pena restaurar o no. Que hay muchas veces que la pieza es insalvable o de mala calidad y el resultado será igualmente malo.

Mi caja solo tenía un defecto, un tablón abierto en la parte de abajo (lo puedes ver en la foto anterior). Cuando tienes grietas o piezas sueltas que se pueden arreglar, lo mejor es usar pegamento de contacto ultrafuerte. Vamos, super glue de toda la vida. Así que eso hice: puse pegamento, hice palanca con el martillo para mantener la pieza pegada y al cabo de unos segundos ya lo tenía arreglado.


Y entonces empezó el lijado. Tengo una lijadora que es uno de mis máximos amores, pero se la presté (a regañadientes) a mi madre, así que tuve que usar un bloque de lija de grano medio y sufrir un poco. Pero poco, porque como no había restos de ninguna laca o barniz, la cosa fue bastante rápida.


Ya te oigo preguntar... "¿y si mi mueble tiene barniz, pintura o laca?" Pues existe una cosa llamada decapante. Es un gel que untas en tu pieza con un pincel o brocha y luego lo quitas frotando con lana de acero y se lleva también la pintura, la laca o lo que tengas. También puedes usar una pequeña espátula para ir arrancando los restos.

Si usas decapante, antes de lijar, tendrás que limpiar otra vez, esta vez con disolvente, para eliminar los restos de producto.

Por cierto, nunca lo digo, pero para hacer este tipo de trabajos, no te olvides de ponerte guantes. Los encuentras en cualquier ferretería, son bastante cómodos y te evitan heriditas, astillas de todo tipo y exposición a materiales químicos. Si además, como yo, tienes problemas respiratorios, no está de más usar una mascarilla para evitar aspirar polvo o gases.

Después de lijar, ya tienes la pieza lista para darle el acabado que quieras. Dudé un montón entre teñirla o no, pero al final decidí que no, que no hacía falta, que ya era bonita como era y que la quería en todo su esplendor viejuno. Pero si tú quieres darle un algo a tu mueble, ahora es el momento de teñirlo con algún tinte, pintarlo, o incluso hacerle un decoupage.

Yo le di una capa de tapaporos, que es un barniz sellador de color blanco que se vuelve transparente al secarse.


Al final lo acabé con un bañito de cera, aplicado con muñeca de algodón (¿te das cuenta de la cantidad de palabras técnicas que suelto? No sé si sé restaurar, pero me he quedado con todos, absolutamente todos los términos, para poder tener conversaciones súper profesionales.)


En mi caso, solo me quedó ponerle unas ruedas para poder meterlo bajo la mesita del comedor (que es fea, ya lo sé, pero todo de golpe no se puede. Ya veremos qué nos inventamos para ella en un futuro, lo prometo.) Elegí unas ruedas industriales, porque me parecía que le daban un rollo muy... no sé. Soy una nulidad en decoración. Me gustaron, me parecieron bonitas y se las encajé. Y creo que no han quedado mal.


Y ya está. Tenemos nueva caja para las mantas y caben muchas más. Esa que asoma y que está tejida con tantísimo cariño es mi Manta de la vida, a la que ya le quedan pocas vueltas para marcharse con su nueva familia.


Estoy extasiada con mi caja porque ha sido un proyecto de una tarde y me encanta como ha quedado. Me pone de buen humor. Y no puedo evitar pensar en las manzanas, las peras, las naranjas o las mandarinas que hubo ahí dentro algún día. Y eso me pone de mejor humor todavía.

Cuadro luminoso del Museo Ghibli

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Esto no es un post, es una declaración de amor.

Ya te conté en Instagram que habíamos ido al Museo Ghibli y que nos había encantado. Pero no te pude explicar (y dudo que lo consiga ahora tampoco) la sensación que tuve en ese edificio, en ese momento.

Soy fan de Ghibli desde hace tiempo. Si no has visto ninguna de sus películas tienes dos opciones. Dejar de leer este post ahora mismo y pensar que soy una friki infantiloide que disfruta con pelis de dibujos con música de gusto dudoso o arriesgarte y sentarte a ver cualquiera de esas pequeñas obras maestras con la mente tan abierta como puedas.

Ya te aviso que no estamos hablando del Disney japonés. Que en estas historias no hay buenos ni malos, solo gente con matices, personajes ricos y profundos con mil y una lecturas. Que no hay moraleja aunque siempre se respira un gran respeto por la naturaleza, por las tradiciones y por la paz. Que hay folclore que no entendemos y giros argumentales que te hacen pensar muy fuerte. Que hay historias cotidianas y extraordinarias, con un ritmo sosegado y algunas veces violento. Que no se pueden describir porque son precisamente eso, historias diferentes, obras de arte.


Creo que mi primera película de Studio Ghibli fue El viaje de Chihiro. Sigue siendo una de mis favoritas. Pero también soy una fan acérrima de Totoro y de Ponyo. De la Princesa Mononoke y del Castillo ambulante. Creo que no hay película de Ghibli que me haya decepcionado, aunque algunas me gusten más que otras.

El museo... bueno, el museo en sí mismo es un mundo, uno de los lugares más mágicos que visitamos. Las exposiciones nos parecieron preciosas. Hay una sala que explica el proceso de animación de una manera muy didáctica e interesante, pero las salas en las que se explica cómo se trabaja en Ghibli, con libros llenos de fotos antiguas para inspirarse y un montón de diagramas de aviones me llegaron al alma. Pasamos una hora larga mirando las imágenes que empapelaban las paredes, los storyboards, las transparencias pintadas...

Eso los adultos, porque los niños desaparecieron desde que entramos. Yo iba muerta de miedo porque llevaba tres criaturas muy latinas al ordenado corazón de la animación japonesa, pero el museo está pensado para los niños y les da igual que corran por todas partes y se cuelen por pasadizos, escaleras y puertas diminutas. De hecho, hubo un momento en el que vi a una trabajadora del museo llamando a mis hijos y me temí lo peor... pero no, solo les estaba indicando el camino para ir al laberinto de cartón... en el que también nos animaron a entrar a nosotros (y evidentemente, lo hicimos, aunque supusiera arrastrarnos por el suelo para pasar por puertas tamaño niño).


Los tres pudieron subirse al gatobús (el friki por los pelos; al principio no quiso pero luego se animó y me alegré un montón, porque sé que algún día se iba a maldecir los huesos por no haber aprovechado la ocasión) y entramos todos a ver un cortometraje que estaba en japonés (y debía ser graciosísimo por cómo se reía la pareja de ancianos que teníamos detrás) pero que se entendía perfectamente y nos encantó a los cinco.

En fin, no puedo dejar de recomendarte la visita si pasas por Tokio. El barrio es precioso y el paseo desde el tren hasta el museo también. Puedes jugar a descubrir las pistas que te guían hasta él; hay huellas, pequeños Totoros sonrientes y carteles.

¿Y cómo es la entrada del museo? Sí, un trozo de celuloide. Los recogí con amenazas en cuanto nos los dieron en taquilla y los guardé como oro en paño hasta que volvimos a Barcelona. Porque tenía claro que había que exhibirlos en casa y fardar ante cualquiera que entrase por la puerta.


Y este es el resultado, fácil, muy fácil de hacer y precioso. Si no tienes entradas de Ghibli puedes hacerlo con... no sé... ¿negativos de fotos? ¿El perfil de tu gato recortado en cartulina negra? En fin, no sé. No sé si esta idea te va a servir si no tienes entradas de Ghibli, pero la comparto contigo igualmente por si se te ocurre algo más para aprovecharla (o para que te veas obligado a montarte en un avión y entrar al museo en busca de tus propias entradas).

Usé:

-Dos marcos de fotos de esos gruesos con mucho espacio por detrás (de Ikea)
-Papel de seda
-Guirnalda de luces LED

No podría ser más fácil. Coloqué las entradas con cuidado sobre el cristal de uno de los marcos de fotos (aunque ahora veo que no están totalmente rectas y sé que lo voy a notar cada vez que las mire y que tendré que moverlas) y encima les puse una hoja de papel de seda cortada del mismo tamaño que el cristal y el cristal del segundo marco.

Fije el bocadillo de entradas y cristal en uno de los marcos de fotos (el otro lo guardé para alguna otra manualidad, quizás un telar) y por detrás pegué la guirnalda de luces al marco, rodeándolo. La sujeté con washi, pero puedes hacerlo con celo normal.


Y ya está. Las cuelgas de la pared y las enciendes siempre que tengas la ocasión.

Y corres a ver una de Ghibli. O a volver a ver tu favorita si ya eres fan. Eso sí, cuéntame cuál es y por qué te gusta.

(Por cierto, no hay fotos del museo porque está prohibido sacarlas. Y aunque me fastidia no poder mostraros nada, creo que es una buena decisión, porque te metes dentro, te olvidas de la cámara y del móvil y te pones a disfrutar.)

Crema de calabaza, boniato y zanahoria con jengibre

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No sé qué pasa en octubre, pero en cuanto empiezan los días fríos, las lluvias y el striptease de los árboles, lo único que me apetece es tomar crema de verduras. Para horror de los pompones, particularmente del friki, cargo la cesta y el carro en la frutería como si nos enfrentásemos a un holocausto zombi y preparo mezclas y combinaciones, pruebo sabores y especias e indefectiblemente planto un bol y una cuchara a la hora de la cena, haya protestas o no.

Y no es solo la crema de verduras, son las verduras y las frutas de otoño. Las castañas, los higos, los membrillos, las calabazas, los boniatos (que me encantan y duran un suspiro), las granadas... E incluso las setas, que a mí no me gustan, pero que compro totalmente hechizada por los colores y las texturas.

Me gusta el otoño. Yo, que soy tirando a introvertida, disfruto mucho de los días cortos, de los ratos de estar en casa, de la manta en el sofá, de tejer un jersey de lana y probártelo y dejártelo puesto porque estás muy a gustito. Después del estallido social del verano, con planes y viajes, findes de semana, cenas y fiestas, me apetece tener tiempo para mí, disfrutar del silencio (o cuasi silencio, en mi casa siempre hay alguien haciendo ruido), leer, bordar, cocinar, mirar partidos e idear cosas para el blog, para Demodé o para mi nueva aventura para escritores (todavía en vías de desarrollo, pero ahí está). Me encanta la gente, pero también necesito tiempo para mí, tranquilidad, el ritmo sosegado de las tardes otoñales, que se vuelven oscuras, frías y largas.


Por eso llevo unos cuantos días recluida en la cocina. Otra de las cosas que me gustan mucho son estos días fríos en los que no enciendes todavía la calefacción, pero sí que enciendes el horno y los fogones, y la cocina se convierte en el cálido corazón de la casa.

Uno de esos días, de vuelta de la frutería, con la compra esparcida sobre el mármol de la cocina, nació esta crema naranja. Tenía unos dados de calabaza, unos cuantos boniatos que pensaba hacer asados y un manojo de zanahorias. Y me entró una necesidad muy fuerte de mezclarlo todo. Como también había comprado una raíz de jengibre tan grande como Andorra, me pareció buena idea añadir un pedacito.

El resultado es un manjar exquisito, de esos de lamer el plato hondo. Cosa que yo no he hecho nunca (ejem). Y muy sencillo y muy sano. De hecho te vas a preguntar mil veces cómo puede ser que esté tan rico si es tan sano. ¿No habíamos quedado que eso era imposible?


Ingredientes:

  • 2 cebollas
  • Medio kilo de calabaza
  • 3 boniatos
  • 6-7 zanahorias
  • Un trozo de jengibre al gusto
  • Aceite
  • Agua
  • Sal y pimienta

Pica la cebolla y saltéala en una olla con un poco de aceite. Cuando esté dorada, añádele la calabaza, los boniatos y las zanahorias, todo pelado y cortado en daditos. Añade también el jengibre pelado y cortado en rodajas. Rehoga bien las hortalizas para que cojan un poco de sabor, unos 5 minutos.

Añade el agua suficiente para cubrir las hortalizas, tapa la olla y deja cocer a fuego medio-bajo hasta que estén tiernas.

Añade sal y pimienta y tritura. Ya lo tienes.

Cuando las hortalizas estén tiernas puedes añadir un yogur, un chorrito de leche (animal o vegetal) o un poco de queso rallado, aunque así ya queda riquísimo.

Yo suelo añadir siempre un poco de aceite o unos tropezones a la hora de servir para que el frente infantil se tome la sopa con más ganas. A veces frío unos ajos en un poco de aceite y añado eso. Otras veces salteo un poco de tocino o de jamón. Otras veces uso virutas de algún embutido. Un huevo duro. Olivas troceadas. En fin, abre la nevera y usa lo que tengas.

Si estás más bien en modo Halloween (yo este año bastante poco), vete a ver nuestra corona-momia (mi manualidad favorita, que cuelga de la puerta todos los años), nuestros frascos-farolillos-calabazas (que necesitan urgentemente fotos nuevas, estos días las hago) o nuestro mantel de telarañas, que también es de mis favoritos y que sigue vivo (fotos necesarias también, voy a ver si me estiro y las preparo).

24 ideas para Navidad

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¡Volvemos a casa como el turrón! Y nunca mejor dicho, que empieza ya la época de los copos de nieve, las ramitas de acebo, el espumillón y las luces en las calles.

E igual que el año pasado, me he aliado con Carla, Ari y Laia para traerte 24 ideas para Navidad cual calendario de adviento blogueril.

Vamos a hacerlo igual que en 2014, excepto por el tema de los retos, que nos supuso un montón de trabajo extra. Tampoco habrá semanas temáticas, porque eso también nos restringía un poco. Este año cada una ha elegido sus proyectos sin más limitación que hacerlos navideños. Y todos los días, del 1 al 24 de diciembre, encontrarás una idea nueva.


Como siempre, yo te dejaré un post con el enlace a la idea del día e iré actualizándolas aquí para que tengas una lista bien ordenadita de todas las cosas que hemos ido creando y compartiendo. Y creo que también te crearé una página de archivo para que cuando busques ideas navideñas las encuentres todas, porque es uno de los temas que más hemos tocado en el blog.

Esperamos que nos acompañes estos días y que pruebes las ideas. ¡Y esperamos que nos des también las tuyas! Ya sabes que usamos el hashtag #24ideasNavidad. ¡Queremos ver tus proyectos!

Día 1 - Botón para decorar
Día 2 - Decoración de cartón y lana
Día 3 - Estrellas articuladas
Día 4 - Atrapasueños navideño
Día 5 - Cubretazas de ganchillo
Día 6 - Carta a los Reyes Magos
Día 7 - ?
Día 8 - ?
Día 9 - ?
Día 10 - ?
Día 11 - ?
Día 12 - ?
Día 13 - ?
Día 14 - ?
Día 15 - ?
Día 16 - ?
Día 17 - ?
Día 18 - ?
Día 19 - ?
Día 20 - ?
Día 21 - ?
Día 22 - ?
Día 23 - ?
Día 24 - ?

Botón para decorar

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Me encanta diciembre. No lo puedo evitar, me entra el síndrome de Peter Pan y aplastaría la nariz contra el cristal de una juguetería o una pastelería todas las tardes, mientras cuento los días que faltan para que pase Papá Noel.

Como eso acarrearía inevitablemente más de una y más de dos miradas de reprobación absoluta, me conformo con nuestro propio calendario de adviento, nuestras 24 ideas para ir calentando motores antes del día D. O antes de los días D, porque yo, como los niños, me tomo dos semanitas de vacaciones navideñas (o digo que me las tomo y me llevo el portátil bajo el brazo, ya sabéis como es la vida de los autónomos).


Me toca empezar a mí y la primera idea que te traigo es fácil, fácil, fácil, de esas de literalmente dos minutos. Vamos, que tardarás más en buscar el material que en realizar la actividad en sí. Pero lo bueno es la cantidad de cosas que puedes hacer con ella, el potencial que tiene...

Necesitas:

Discos de madera (o piezas de madera de diferentes formas, hilo o cuerda (puede ser elástico, si quieres) y una barrena.


Hazle un par de agujeritos con la barrena a tus discos de madera. Recuerda que para sacarle el máximo partido a la herramienta tienes que hacer un poco de presión mientras enroscas. Si no, puedes pasarte tranquilamente tres horas haciéndola girar y conseguir únicamente una muesca. Mejor giros más cortos, pero más presión.

Puedes lijar los agujeros si quieres para dejarlos más suaves, si no, puedes limpiar los restos con los dedos.

Pasa una cuerda por los agujeros que has hecho y haz un nudo en los dos extremos de la cuerda. La longitud no es importante, dependerá de para qué quieras usar tu decoración.

Mueve la cuerda hasta esconder el nudo bajo el disco de madera y ya está, ya puedes envolver lo que tú quieras y asegurarlo con el botón.


Puedes hacer lo mismo con botones de color navideño o con otras figuras de madera, como estrellas o corazones. Si en lugar de cuerda usas algún tipo de cordón elástico, podrás asegurar mejor las cosas. Y en la figura de madera le puedes poner el nombre, por ejemplo, con rotulador dorado, plateado o blanco.


Puedes usarlo con la servilleta y añadir bastones de caramelo, ramitas de acebo, tarjetas, unas campanitas o cualquier otro regalo que quieras hacer. O hacerlo con cerámica, Fimo o incluso fieltro. Las posibilidades son infinitas.

Por cierto, las instrucciones para hacer la servilleta están aquí. Y te dejo también otro uso navideño para los discos de madera.

Adornos de cartón y lana

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Hoy le toca a Laia y ha preparado estos bonitos adornos de cartón y lana que puedes hacer con niños (o no). Si eliges bien los colores y combinas bien las formas, y si experimentas un poco con las texturas del cartón, puedes conseguir un montón de efectos diferentes y bonitos para decorar cualquier pared o incluso como etiqueta para un regalo. Corre a su web a mirar cómo lo ha hecho.
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