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Channel: Tres pompones
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La gran D

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Soy una zampabollos. Una tragaldabas. Ya sé que lo sabéis, y si no, un vistazo rápido a mi cuenta de Pinterest os saca de dudas. Me encanta comer. Me encanta la comida. Me encanta cocinar. De viajar, una de las cosas que más me gustan es descubrir qué comen en otros lugares del mundo. Me gusta el chocolate, me encantan los pasteles, me parece que a veces la mejor manera de demostrar cariño es con una comida casera o una bolsa de galletas. En fin, que llevo lo del placer de comer en el ADN, no lo puedo evitar.

PERO, como sabéis, porque hace meses que lo repito aquí y allá en todas las entradas, mis redondeces empezaban a preocuparme. A ver, pongamos las cosas en perspectiva antes. Yo no soy delgada ni lo voy a ser nunca. Y tampoco quiero serlo, porque seguramente eso significaría renunciar a mucha comida y si sopeso las dos cosas, prefiero mis michelines. Pero sí que es verdad que últimamente me costaba subir la cremallera de los vaqueros o abrocharme los botones de alguna blusa. Y palo vestido no, pero universo en expansión, tampoco.

Así que fui a ver a mi doctora, le comenté que a lo mejor últimamente me había engordado un poco y que "quería" hacer dieta. Y mi doctora, que también es dietista (qué feliz coincidencia) me preparó un programa para aprender a comer bien.

Me pasó la lista de alimentos prohibidos para la primera fase (de un mes) y me dio un librito con ejemplos de menús para dos meses.

Cuando abrí el librito y empecé a leer los platos se me cayó el alma a los pies. Porque para alguien a quien le encanta comer no hay nada más triste que leer: "carne X a la plancha y verdura Y hervida".

En ese momento me falló la fe y estuve a punto de dejarlo sin empezar. Porque la doctora me plantea un plan a largo plazo para perder bien el peso y aprender a comer y todo eso, así que sé que van a ser varios meses... y sinceramente, yo soy incapaz de estar varios meses comiendo verduras hervidas y carne y pescado a la plancha.

Pero llegué a casa y pensé. Pensé mucho. Muchísimo. Y decidí una cosa: si estoy haciendo esto por mi cuerpo, para encontrarme mejor, para darme lo que necesito y nada más... digo yo que tendré que mimarme por todo lo alto y darme lo mejor de lo mejor, ¿no? Porque al final, cuando uno hace dieta o come sano, tendría que disfrutar de ello y no agobiarse pensando en una hamburguesa con patatas fritas. ¿O no?

Así que se acabó. Señoras y señores, he decidido empezar La gran D, una recopilación de recetas ricas y aptas para dietosos como yours truly. Vale ya de ensaladas y pechuga de pollo, vamos a buscar guisos, parrilladas, tortillas y otros platos que además de tener pocas calorías estén buenísimos. Como la pizza de coliflor que me hice ayer y que acabó comiendo TODA la familia, chupándose los dedos y pidiendo hacer dieta también.

Que estar a dieta no significa (o no debería significar) morirse uno de tristeza mirando una lechuga marchita y un tomate solitario. Con los mil ingredientes que sí podemos comer los dietosos seguro que nos podemos hacer un montón de cosas ricas.

No sé si hay algún otro dietoso preparándose para la gran bouffe navideña, pero si lo hay, me encantaría que esto fuese un esfuerzo colectivo... Venga, animaos y publicad alguna receta light para que entre todos tengamos un buen fondo de platos entre los que escoger, no solo cuando estamos a dieta, ojo...

 Así que os he hecho un botoncillo para que incluyáis vuestras recetas si os apetece y las enlacéis aquí, donde pondré una lista resumen de platos, a ser posible con fotos, a ver si me apaño...


Tres Pompones - La gran D

Venga, va, dietosos del mundo, vamos a petarlo. Que nos envidien por una vez esos del "metabolismo lento"...

Pastel de calabacines

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Venga, que empezamos.

Pero antes, permitidme un off-topic. Todavía es, aunque sea por los pelos, el día del traductor. Y me gustaría felicitar a todos mis compañeros y amigos, además de haceros reflexionar a los demás sobre nuestro trabajo, que consumís todos los días de vuestra vida aunque no lo sepáis. Noticias que se traducen, programas de tele o dibujos doblados, pelis subtituladas, libros cuando os vais a dormir, páginas web, instrucciones... Todos los días consumís alguna traducción que ha hecho alguno de nosotros. ¿No es alucinante a cuánta gente llegamos? En fin, solo quiero decir que me encanta ser traductora y que es un trabajo que no cambiaría por (casi) nada en el mundo. ¡Felicidades, traductores!

Llevo casi una semana de dieta (madre mía, lo que me va a costar!) y por el momento, la verdad, no me está costando demasiado. El truco es tratarme como a una reina, dedicar tiempo a buscar recetas y tiempo a prepararlas y hacer platos que toda la familia quiera probar. Me estoy decantando mucho por los platos asiáticos, pero hoy voy a compartir con vosotros una receta de mi madre, de toda la vida, que yo comía de niña y que siempre me encantó.

Hace un mes la recuperé en todo su esplendor, pero hoy os doy la versión baja en calorías (aunque también os explico la versión full con todas sus calorías para los que no necesitáis la gran D).


Esta vez solo tengo esta triste foto de Instagram, así que os tendréis que conformar con ella.

Necesitáis: calabacines (2 o 3 según el tamaño), un par de puerros (aunque también se puede hacer sin o con cebolla), un huevo, una taza de queso rallado (con poca materia grasa), sal y pimienta.

Cortáis los calabacines en cubos y los puerros en rodajitas y los ponéis en una sartén con un chorrito de aceite. El fuego tiene que estar bajo, porque se trata de hacerlos sudar, no de saltearlos. Así que fuego bajo y mucha paciencia; dejad que se vayan haciendo poco a poco. Van a tardar un buen rato, 15 minutillos, más o menos, según el grosor de vuestros trozos.

Cuando estén hechos, añadid el queso rallado y el huevo batido y mezclad bien. Salpimentad y si queréis añadid otras especias (perejil, guindilla...) Verted la mezcla en un molde de horno y si queréis, espolvoread un poco más de queso rallado por encima o poned unas lonchas de queso light.

Dejadlo en el horno (arriba y abajo) unos minutos hasta que se haya gratinado... ¡y a disfrutar!

Si queréis hacer la versión normal de este plato, cuando añadáis el queso, no añadáis un huevo, sino una cucharada de harina que tostaréis un rato y mezclaréis con el jugo de los calabacines. Después le podéis añadir un poquitín de leche si os apetece, pero no hace falta. Lo pasáis al molde de horno y por encima espolvoreáis pan rallado. Sí, sí, pan rallado. Y le ponéis un par de cucharaditas de mantequilla para que no se queme y forme una costra fina y riquísima.

Bueno, ya está, una receta familiar, no os quejaréis. Prontito más, como el delicioso salteado de cerdo y judías verdes que nos hemos comido (todos!) este mediodía. Para chuparse los dedos.

Cuello mágico

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Cuando me compré el primer número de la revista Veo Veo, vi este cuello y me pareció que estaba bien. Pero tampoco tenía ninguna intención de correr a tejerlo, ni nada, era un proyecto más de esos de "quizás algún día".

Sin embargo, entre las Liantes de la Troka (que son el grupo con el que tejo los fines de semana, y ya tenemos página web!!) el cuello causó furor y no había fin de semana que no lo tejiera alguna. Así que a fuerza de verlo y de reverlo me fue entrando un ataque de #culoveoculoquierismo espantoso y me planteé que la estupenda Laña de España que había comprado en Black Oveja iba a ser un material perfecto para realizarlo.


Así que como quien no quiere la cosa, empecé. Y la verdad es que terminé igual: como quien no quiere la cosa. Es un cuello muy fácil de hacer, que básicamente consiste en un rectángulo tejido a punto bobo en el cual en la última vuelta se teje un punto y se salta otro, lo que crea "carreras" como las de las medias en la labor y hace que se extienda y se esponje.


Luego solo hay que coser una punta con la otra para crear un círculo y ya está, ya tenemos cuello calentito, cómodo y bonitísimo. Me alegro un montón de que las Liantes me hayan liado para tejerlo, porque es realmente práctico. Me habría perdido un gran proyecto de no ser por ellas. Mi madre, que fue en realidad la que pagó la lana en nuestra excursión madrileña, ya le ha dado el visto bueno y ha solicitado uno para ella ;^)

Salteado de cerdo con judías verdes

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Antes que nada os tengo que contar algo. Porque estoy tan orgullosa de mí misma que no puedo dejar pasar la oportunidad de chillarlo: ¡me he montado en la montaña rusa más alta de Europa! Todo gracias a Eva (gracias, guapa) que insistió y me puso carita de querer subir y no se rindió y aunque yo me moría de miedo al final decidí que sí. Por suerte la cola era corta, porque si me lo hubiese pensado cinco minutos más, me habría rajado totalmente. Pero no, me monté, hicimos esa subida interminable en la que solo se veía el cielo y las estrellas (porque ya había oscurecido) y cerré un poco los ojos cuando empezamos a caer... pero enseguida los abrí y disfruté de un subidón de adrenalina tal que la euforia todavía me dura. Y tenía que contároslo para que sepáis que he vencido a mi vértigo enfermizo una vez más. Canguelo 0 - Paula 1.

Vamos a ver si conseguimos mantener ese mismo marcador con la gran D, porque pasada la euforia de la primera semana, cuando la báscula desciende a toda velocidad, llega el momento de picar piedra y lo llevo un poco peor.

Por suerte tengo libros de cocina para aburrir y sigo montones de estupendos blogs de recetas, así que no me quedo sin ideas y la verdad es que en general no me cuesta decir que no. Pero cuando anoche mis pompones se zamparon una pizza y el olorcito llenó la cocina y el comedor, tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para seguir comiéndome como una campeona mi berenjena asada y mis huevos al plato.

Pero seguimos buscando recetas para salivar, como la crema de coliflor y zanahoria que ha publicado Cannnela en Instagram. ¿Qué me decís los demás? ¿No os animáis? ¿O tenéis un metabolismo lento? Pensándolo mejor, si tenéis un metabolismo lento no lo compartáis con nosotros en este momento, que estamos sensibles :^P


Bueno, esta es una receta china, adaptada completamente de El libro esencial de la cocina asiática que está siendo una de mis fuentes favoritas estos días. Está tan adaptada que el original era un salteado de ternera con tirabeques :^)

Necesitáis: 1 solomillo de cerdo de medio kilo, 300-400 gramos de judías verdes finas, salsa de soja, jengibre (fresco o seco), ajo y aceite.

Coged el solomillo y cortadlo en dados. Ponedlo en un bol con tres o cuatro cucharadas de salsa de soja, un poco de jengibre (rallado si es fresco, si no, puede ser en polvo) y un par de dientes de ajo majados. Mezclad bien y dejad reposar un rato. Con diez-quince minutos basta, pero si lo dejáis más, mejor.


Mientras esperáis, podéis preparar las judías, cortarles ambas puntas y dejarlas todas del mismo tamaño, más o menos dos dedos.

Calentad un poquitín de aceite en un wok o una sartén. Saltead la carne y las judías durante un rato, hasta que la carne quede marcada.

Añadid un poco de agua (medio vaso o un poco más) y una cucharada más de salsa de soja. Removed bien, esperad que el agua se evapore un poco y servid. Podéis probarlo antes para salpimentar si hace falta, aunque normalmente la salsa de soja ya le aporta toda la sal que le hace falta. Eso sí, yo le espolvoreé guindilla picante por encima.


Yo lo comí solo, pero a los pompones les puse un poco de arroz para acompañar y arrasaron. No quedaron ni las migas. Eso es lo mejor que tiene este plato, que se puede compartir y no tiene casi grasa.

Venga, vamos, ¿cómo lo lleváis? A mí el tercer kilo me está costando más, va y viene, pero creo que ya lo tengo perdido también. Ya queda menos.

¡Ánimo, dietosos!

DIYMania

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Buenos días! ¿Cómo estáis? ¿Con ganas de hacer alguna manualidad? ¿De tejer algo? ¿De coser? ¿De aprender una técnica nueva?

Pues, señores, Sabadell se mueve, se mueve y el viernes empieza la feria DIYMania, donde podréis encontrar materiales para hacer de todo. La organización ha sido espectacular, así que creo que la feria va a ser increíble.

Si os podéis escapar, avisadme y quedamos ahí para tomarnos un café o un agua (que estamos de Gran D) y para conspirar nuevos proyectos.

Pero es que además, Les liantes de la troka, el grupo del que ya os he hablado en otras ocasiones, organiza una acción solidaria muy chula. Pasaros por el stand, tejed un par de cuadritos, ¡y colaborad!


Venga, que no hay excusa. Nos lo vamos a pasar bien, vamos a colaborar con una buena causa y vamos a gastarnos el sueldo que nos quede. ¡Os espero!

Palak Paneer

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¿Qué tal el fin de semana? ¿Qué os pareció la feria? Yo estoy muy contenta porque la acción de las Liantes fue todo un éxito, ¡la cantidad de gente que llegó a acumularse en esas mesas! Me encanta que este tipo de cosas tengan tan buena acogida, que la gente pierda un rato para sentarse a tejer y a charlar.

Como es lunes y estoy intentando ser un poco más ordenada en el blog (jajajaja!) os dejo la recetilla de esta semana de la Gran D. Ya veis que cumplo con mis buenos propósitos :^P

Esta semana os propongo un palak paneer, un plato indio muy, muy rico, apto para vegetarianos e incluso para veganos y muy, muy ligerito. Sinceramente, me entraron unas ganas brutales de hacerlo cuando vi esta receta de Pinch of Yum, un blog que me encanta. Me acordé de la primera vez que lo comí, en un bar de Udaipur, en la plaza que hay debajo del palacio, durante los primeros días del viaje, cuando descubrimos que Paneer era queso. Yo creo que para mí este plato ya está para siempre relacionado con Udaipur y su lago. Me encanta que pase eso, que un plato te transporte a un momento preciso de tu vida y tenga una carga afectiva. ¿No os parece increíble?


Bueno, para preparar palak paneer necesitáis: 2 manojos de espinacas frescas (podéis hacerlo con espinacas congeladas, pero yo soy muy fan de las espinacas frescas y me parece que la textura le da mil vueltas), 1 o 2 cebollas, 400 gramos de queso fresco (este de las fotos lo hice con requesón, que tiene pocas calorías, pero lo podéis hacer con queso de burgos, con feta o incluso con tofu), media taza de tomate frito, 1 yogur desnatado, media cucharadita de bicho seco (o menos si no os gusta muy picante), 1 cucharadita de comino molido, 1,5 cucharaditas de garam masala, 1 cucharadita de perejil fresco picado (puede ser seco), media cucharadita de jengibre rallado o en polvo, 4 dientes de ajo picados, agua y sal.

Picáis la cebolla bien fina y la salteáis con un chorrito de aceite. Cuando esté transparente añadís el bicho (si lo usáis) y dejáis que la cebolla se dore un poquitín. Añadís el comino, revolvéis bien y entonces añadís el garam masala y volvéis a revolver. Luego ponéis el perejil, el jengibre y el ajo y volvéis a revolver bien. Dejadlo un rato para que las especias suelten todo su aroma (a estas alturas ya estaréis salivando). Removed a menudo y cuando esté todo bien tostado y preparado, añadid el tomate frito. Seguid removiendo y dejad que todo se mezcle bien.

Cuando la salsa esté bien amalgamada y reducida, añadid las espinacas. Yo les quito buena parte de los tallos, pero podéis hacerlo como queráis. Las espinacas tardan muy poquito en cocerse, así que atentos, porque cuando ya se haya arrugado y esté bien mezclada con la salsa, pasaremos la minipimer por encima del sofrito. No se trata de convertirlo todo en una sopa, pero sí de licuarlo un poco para que tenga la consistencia de una salsa espesa. A mí me gusta encontrar trozos de espinacas, así que no trituro del todo.

Añadidle el yogur y media tacita de agua. Dejad que reduzca un poco mientras cortáis el queso a dados y luego añadidlo a cazuela. Lo dejáis que se haga todo junto un ratito para que el queso coja un poco de gusto y ya lo tenéis. Le podéis poner perejil o cilantro picado encima y servirlo a los no dietosos con arroz blanco. Para los dietosos en un estupendo plato único, pero también os puede servir de entrante para acompañar una carne o un pescado.


Ya sé que no es un plato muy fotogénico, pero lo tiene todo para ser un plato estrella de cualquier Gran D. Es muy ligero, muy nutritivo y si os gusta la comida especiada lo vais a encontrar espectacular. Dadle una oportunidad a las tristes espinacas, que pueden hacer platos increíbles.

Nos vemos mañana que quiero contaros una cosa...

Pirates del ganxet

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¿Os acordáis de que hace unos meses os hablé de un curso de ganchillo al que había asistido? Os conté que había conocido a una gente estupenda, que habíamos estado hablando de acciones urbanas, que tenía muy buena pinta...

Pues bueno, la cosa fue evolucionando poco a poco y en verano nacieron las Pirates del ganxet. Hacía muchos días que quería informaros del nacimiento, pero estaba esperando a que tuviésemos la página web preparada y no había manera... Seguimos sin tenerla terminada (pronto la encontraréis aquí) pero como estamos preparando una acción para la semana de la ciencia y esta semana es la primera convocatoria para tejer juntos, tenía que contároslo ya:


Pues sí, vamos a hacer una pequeña exposición en el Museo de Paleontología de Sabadell, y queremos que todos participéis. Este sábado nos reunimos para desayunar juntos y aprender a tejer hojas, huellas, huesos y herramientas. Habrá proyectos de tres niveles diferentes, para que podáis venir sepáis mucho o sepáis poco. Y os lo contaremos todo sobre la gran puesta en escena del día 16, dentro de la semana de la ciencia.

Yo os puedo garantizar que hablaremos hasta por los codos, que aprenderemos algo, seguro, y que nos lo pasaremos genial. Venga, va, venid a vernos!!

Por cierto, las Piratas somos las culpables de la exposición de la pelu Anna Ferrer en la carretera de Barcelona de Sabadell y de la forrada de aparcabicis de Can Capablanca. Y ya tenemos nuevos proyectos pensados...



Manta de la pompona

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¿Os acordáis de la manta de la pompona de la que os hablé aquí? No sé cuánto he tardado en hacerla, ni cuántos cuadraditos he tejido, ni cuántos ovillos de lana he usado. Pero hace un par de meses, un día, sin más, la terminé. Evidentemente, fue una alegría y un subidón y un alivio espectacular (nada peor que observar día sí día también un proyecto a medio hacer que te mira medio suplicante, medio amenazador entre el desorden de tu mesa) y corrí enseguida a ponerla en la cama de la pompona y a lanzar un montón de ahs y ohs y qué bien que queda.

PERO, porque todo en esta vida tiene un pero, con el paso de los días no lo tenía tan claro. La pompona se destapaba, la manta quedaba hecha una bola a los pies de la cama y si estaba puesta se veía de fondo el color de la sábana que había debajo. Y en casa somos de colores brillantes. Así que no me acababa de convencer. Y empecé a darle vueltas a la idea de forrarla por detrás (y de paso matar dos pájaros de un tiro y esconder todos los hilillos que por pereza no he rematado del todo bien, ehem).

En fin, después de darle muchas vueltas y quiero decir MUCHAS vueltas, se me ocurrió hacer una funda nórdica con la manta. Es decir, coserle una funda, pero dejar abierta la parte de abajo para poder meter el edredón. Edredón blanco que queda perfecto con los colores de la manta of course.

Rebusqué entre mi arsenal de telas y encontré una de punto gris, muy suave. Y nada, me puse manos a la obra.


Solo puedo decir dos palabras: EPIC WIN (triunfo épico, si hay algún no friki en la sala que debe ponerse de cara a la pared y copiar la frase mil veces en la pizarra cual Bart Simpson). La cama queda preciosa, los hilos ocultos, la manta no se mueve...

La primera mañana que la pompona se despertó con su nueva manta, tras haber dormido con un pijama hecho (torpemente) por mí y se puso los pantalones que le hice hace unas semanas, se le iluminó la cara y me dijo que todo lo que se ponía se lo había hecho yo. A lo que el pompón peque contestó: "Ostras, podrías coser más y venderlo y nos forraríamos". Angelito.

Eso sí, el orgullo que es que tus hijos vayan a la escuela con algo hecho por ti y que cuele como prenda comercial no se explica con palabras. Más aún cuando tú sabes cómo están las costuras por dentro. Mi arsenal de telas puede empezar a temblar.

Lisboa

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Reconozco que soy una persona enamoradiza. De repente no sé muy bien por qué, las emociones se me disparan y me doy cuenta de que he perdido la cabeza. Y es curioso, porque yo creo que no obedece a ningún motivo particular, o al menos no a un motivo que pueda racionalizar. Pisar Lisboa fue así: amor a primera vista, totalmente intenso y devastador, imposible de describir.

Porque, aviso, Lisboa no es una ciudad de postal. Tiene mil rincones únicos y hermosísimos, pero su principal atractivo no es ese. Lo más importante de Lisboa es que se vive. Se vive en todos los rincones, en los bares y los restaurantes, en los vecinos charlando por la noche en la calle, en las paredes desconchadas, en ese aire un poco decadente, en el olor de la ciudad que no es europeo (y no lo digo como algo negativo, sino todo lo contrario).

Lisboa tiene una personalidad arrolladora y un ritmo propio. Una cadencia y una manera de ser. Y puede que no todos sus rincones sean encantadores, pero todos tienen carácter, todos te cautivan porque son auténticos. Porque en Lisboa no hay cartón-piedra, no hay nada que no sea real. Y yo, que soy enamoradiza, me dejé llevar.

Seguramente no sea un destino para todos los paladares; habrá gente que quizás prefiera un poco más de orden, un poco más de estructura, mapas más fáciles de seguir. Pero si os gusta, os va a robar el corazón, seguro. Porque cada rincón de Lisboa es un tesoro escondido.

¿Qué os aconsejo que hagáis si tenéis pensado ir?

1. CALLEJEAR. Básico en todas las ciudades del mundo, pero en Lisboa particularmente. Patearse la ciudad y descubrir rincones increíbles y mágicos. Lisboa hay que caminarla, particularmente las calles del Bairro Alto, Alfama y Chiado. Callejead con la cámara colgada, porque no vais a parar de sacar fotos. Mirad los tejados, a mí siempre me han encantado y esta ciudad es perfecta para los amantes de las tejas...


2. El castillo. El paseo para llegar hasta él, lo hagáis caminando o en tranvía, ya es una pasada. De hecho, subiendo al castillo podéis parar en el mirador de Santa Lucía y alucinar con las vistas sobre toda la ciudad. Desde el castillo las vistas también son increíbles, pero además es que el castillo en sí es curioso y tiene también unas ruinas que no están mal. Muy recomendable para ir a pasear una mañana.

 

3. La iglesia del Carmen. Espectacular. Hubo un terremoto y el techo de la iglesia se vino abajo, así que ahora está abierta al cielo. Es increíble, muy chula. Es un museo un tanto curioso que incluye unas momias y otras excentricidades, pero solo por ver el espacio vale la pena la entrada.


4. Los tranvías y los funiculares. Aunque sean lo más típico del mundo. Son preciosos, hacen un ruido tremendo, se mueven como locos por la ciudad... Capítulo aparte para los funiculares. Hay tres, recorren distancias pequeñas pero muy empinadas y son una pasada. Preciosos del todo.

 

5. Belém. Vale la pena para ver la torre y el claustro de la catedral. A nosotros nos hizo un día increíble y apetecía muchísimo pasear junto al mar. Además había una regata y en fin, todo eso junto nos dejó un sabor de boca estupendo. El monumento de los descubrimientos, que es un poco polémico, a nosotros nos gustó, pero quizás no sea para todos los gustos. Eso sí, la torre es espectacular, y en el claustro de los Jerónimos es una lástima que no haya un bar, porque es para sentarse en un banco y pasar toda la tarde. El paseo en tranvía (nuevo, aquí no hay madera) también es chulo, porque vas viendo otras partes de la ciudad.

 
 

6. La Confeitaria Nacional. Impresionante. Está en la plaza de la Figueira, en pleno centro, junto a la plaza de Rossio. Las natas no nos gustaron a ninguno de los dos, y la cola de la famosa pastelería de Belém nos desanimó totalmente, pero a esta pastelería del centro, muy barata y agradable, fuimos varias veces porque los pasteles eran increíbles. Totalmente imperdible. El local en sí ya es guapísimo, antiguo y recargado, como las pastelerías buenas de las de toda la vida. Seguro que os imagináis a vuestra abuela entrando a buscar unas pastas para la hora del té. Atentos, porque en muchos bares (esta pastelería incluida) de la ciudad hacen limonada casera, muy refrescante, buena y barata.

 

Tengo medio millón de fotos más y puedo hablar sobre la ciudad durante horas enteras, así que si estáis planeando escaparos, me podéis escribir y os cuento todo lo que queráis. Mientras tanto, a mirar fotos y a suspirar de añoranza, que es lo que hacen todos los enamorados.

Tazas pintadas

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Hace días que los pompones me reclaman una manualidad. La verdad es que la vuelta al cole ha sido tan dura y tan accidentada y tengo tanto trabajo y tantos frentes abiertos, que últimamente andamos un poco escasos de ideas y hemos tirado mucho de Lego y Playmobil.

Pero la última vez que estuvimos en Francia, por San Juan, gorreando en casa de Ruth y Francis, volví a pasar por Cultura, la tienda de la que ya os he hablado en alguna ocasión y encontré estos rotuladores de cerámica (entre otras muchísimas cosas, como un grabador de madera, por ejemplo, ya os iré contando). Total, que cuando hace un par de días volvieron a pedirme una manualidad, saqué los rotuladores, unas tazas y un plato y empezamos.


Primero tímidamente, con los topos en la taza que tenéis más arriba. Le fuimos pillando el truco y la gracia y entonces dimos rienda suelta a nuestra creatividad. Cada pompón hizo lo que quiso... aunque está claro que en casa somos un poco obsesivos (o copiones), ¿no?


Hay que ir con cuidado, porque al principio no pintan bien y la pintura mancha con facilidad. Pero al cabo de un rato, ya funcionan sin problemas y se pueden hacer toda clase de obras de arte, teniendo cuidado de dejar secar un poquitín antes de aplicar otro color y esas cosas.


Según las instrucciones, al cabo de tres días ya se pueden meter en el lavavajillas hasta 50 grados y aguantan perfectamente.

Habíamos hecho pruebas con rotuladores permanentes y horno, pero en general no nos habían salido bien. Ya os contaremos si esto aguanta. Sea como sea, ha sido una actividad a la que se han enganchado los tres, rápidamente y sin manías, así que solo por eso ya vale la pena.


Espero que tengáis un muy buen fin de semana, que descanséis y que salgáis a aprovechar el buen tiempo que todavía queda en algunos sitios... ¡Nos vemos el lunes!

Primer día de la acción en el museo

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Buenos días de lunes (aunque yo me arrastro, que anoche me fui a dormir a las mil!!). Me vais a tener que perdonar que esta semana pase la Gran D al martes, pero es que no puedo ni quiero dejar de contaros lo que pasó el sábado en la acción en el Museo de Paleontología que montamos las Pirates del Ganxet. Porque es que fue todo tan bonito que no puedo escribir de otra cosa. Y sobre todo porque quiero daros las gracias a todos los que pasasteis un rato y nos ayudasteis a tejer, desayunasteis con nosotras y nos regalasteis un ratito de vuestro tiempo y de vuestra conversación. Mil gracias a todos. La acción del día 16 va a ser un éxito y os lo vamos a deber a vosotros.

Las piratas llegamos pronto y nos dedicamos a montar las mesas, a sacar las lanas, a preparar el desayuno... y a hablar por los codos. Estábamos nerviosas, para qué negarlo. ¿Saldría bien? ¿Nos apañaríamos? Teníamos muchas ganas de que llegase el día, pero una vez que ya estábamos ahí... bueno, mariposillas en el estómago, ya sabéis.




Fueron llegando todos los trabajadores del Museo de Paleontología que se portaron como unos campeones y nos ayudaron en todo, no podríamos estar más agradecidas. Y también tenemos mucho que agradecer a Coats, que nos ha cedido unas lanas espectaculares para la acción. Nada de restos intejibles: lanas de buena calidad, bonitas y de colores variados. Mi nueva marca de cabecera por lo encantadorísimos que han sido con nosotras.



Hacia las 11 empezó a llegar la gente y a distribuirse entre las mesas. Los niños le daban al tricotín y tejían con los dedos; los principiantes tejían huellas y trozos de lana para decorar las letras de la puerta del museo y los expertos hacían huesos y herramientas de amigurumi (con una solvencia pasmosa, ¡menudas artistas!).




La gente daba vueltas, sacaba fotos, desayunaba... Las piratas Marta, Teresa y Esther ejercían de anfitrionas estupendas, ofrecían bebidas, explicaban puntos, echaban una mano. A media mañana, en la plaza del mercado empezaron a bailar swing, y con las puertas del museo abiertas disfrutamos de la música. Los transeúntes nos miraban con curiosidad, especialmente cuando sacamos al "chico guapo que busca nombre" a la calle, con su tanga y su collar.


Pude por fin desvirtualizar a Isla Sandía (¡qué ilusión!) y a Silvia de Ágora Knit. Y también vinieron a tejer Laia y Ainhoa con mi ahijada, la más guapa del planeta, y su madre, Petra, que decía que sabía solo algunos puntos básicos y se merendó un amigurumi en una horita escasa.

En fin, que fue un día chulísimo y que mil gracias. A mí se me pasó volando y disfruté muchísimo de la compañía de todas mis compañeras de mesa. Espero que repitamos. Los que no pudisteis pasar, tenéis otra oportunidad el 16 de noviembre, que será el día en el que montemos toda la decoración. No os lo perdáis, que volverá a haber desayuno ;^)


Por cierto, en este post hay fotos que no son mías. Las sacó el museo y me las han dejado para ilustrar el post, porque yo andaba ocupada haciendo relaciones públicas y crocheteando y mis fotos salieron un poco mediocres... Mil gracias.

Sopa de tomate

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Ay, qué nervios. Hoy es el gran día. Tras cuatro semanas alimentándome a base de plantas, algún mamífero, peces y retoños de plumíferos, hoy voy a ver a mi dietista, a subirme a su báscula y a enfrentarme a la realidad. Voy un poco sobre seguro, porque ayer el médico me pesó y vi que voy camino de los cuatro kilos. Pero eso no quita que esté un poco nerviosa... ¿Abrirá el grifo y me permitirá comer algo más? ¿Una mandarina, por caridad? ¿Un puñado de legumbres de vez en cuando? Mañana os cuento.

Hoy os traigo una receta que hice hace unos días y me encantó, particularmente porque es súper útil y le puedes hacer un millón de cambios. Es básicamente una sopa de tomate picante que se puede tomar como sopa o triturar hasta conseguir una crema y a la que se le puede añadir la proteína que queramos. El plato original, que es camboyano, hablaba de un huevo pochado, uno de esos huevos que se cuecen en agua hirviendo con un chorrito de vinagre y quedan casi como un huevo frito. Pero yo tengo mi alternativa, el huevo a la plancha, ahora os cuento.

La receta está adaptada de este libroque me regalaron Ruth y Francis. Me encanta y está lleno de recetas espectaculares. Colecciono libros de cocina de otros países y siempre es una suerte tener amigos que viajan ;^)


Necesitáis: 8 tomates maduros grandes, 2 cebollas tiernas, 2 guindillas verdes (si no os gusta picante, puede ser pimiento), 2 dientes de ajo, un chorrito de salsa de soja (o salsa de pescado, si tenéis, yo no tenía), 1 litro de agua (podéis usar caldo) y huevos.

Poned un chorrito de aceite en una sartén profunda y de fondo grueso o en una olla. Echadle la cebolla y el ajo picados y las guindillas cortadas en trozos pequeños (sin semillas). Cuando la cebolla esté doradita, añadid los tomates cortados a trozos y la salsa (de soja, de pescado o hasta de ostras).

Yo no soy particularmente maniática con la piel y las semillas del tomate, es más, me gustan. Así que generalmente lo meto todo en la olla. Sin embargo, en este tipo de sopas se suele recomendar que se pelen y se quiten las semillas. Podéis hacerlo como queráis, porque creo que es más una cosa de textura que de sabor.

Mezclad bien con una cuchara de palo y revolved de vez en cuando para que no se pegue ni se queme. Se trata de que quede con la consistencia de un buen sofrito de tomate. Cuando ya lo tengáis, le añadís el litro de agua o de caldo, y lo dejáis que hierva durante unos 20 minutos.

Mientras tanto, podéis ir preparando vuestro huevo. Si sois como yo (y como el pomelo) seguro que os encantan los huevos fritos. Mmm... Cuando yo era peque, patatas fritas y huevos fritos era mi comida favorita. Cuando vamos a la montaña, mi suegro siempre desayuna huevos fritos con miel en uno de los pocos restaurantes que hay en 20 kilómetros a la redonda. Cuando no sabemos qué hacer para cenar, lo más probable es que caiga un bocadillo vegetal con su huevo frito (menú pre Gran D). En fin, que nos chiflan. Sean en un arroz a la cubana, con unas lonchas de bacon crujiente o en medio de una pizza, en casa somos de huevos fritos (no tanto de tortilla).


Y hace tiempo ya, antes incluso de la Gran D, que vengo haciendo los huevos fritos a la plancha. Aunque no estemos a dieta tal cantidad de aceite me produce cierto vértigo, así que la he ido disminuyendo poco a poco. Y un día, sin más, hice el huevo en una sartén pequeñita con el mismo aceite que le hubiese puesto a una pechuga de pollo para que no se pegara. Muy, muy poquito. El huevo tarda más, pero queda riquísimo igual, y es una de las cosas que me está salvando la vida durante la dieta...

Luego solo hay que servir la sopa en un bol y ponerle el huevo encima.


Lo bueno de la sopa es que puede hacerse de muchas maneras. Yo me preparé la receta entera pero solo me la comí yo porque me pasé de picante. Así que me sobró. Y un día la trituré y le añadí pollo (que también había sobrado) cortado a tiritas: espectacular! Le podéis añadir unas gambas salteadas con un poco de ajo, por ejemplo. O un poco de queso fresco cortado en cubos. Incluso le podéis añadir un yogur desnatado a último momento y dejarlo hervir unos minutos para tener una crema más suave. En fin, que tiene muchísimas posibilidades y casi ninguna caloría. La única pega es que todavía no han llegado esos días de otoño en los que solo quieres tomar sopa. Pero seguro que no falta mucho.

Ah, ¿habéis visto qué bonitos los huevos que compramos en casa? (No hay manera de hacer que esa frase suene bien...) ¿Os habéis dado cuenta de que son más pálidos? Nos hemos pasado a los huevos ecológicos y ya no hay vuelta atrás. Es probar uno y darte cuenta de que no hay color. Debe ser que las gallinas son felices y se nota.

Mañana os cuento qué tal la dietista y cuál es la segunda fase de la Gran D!

La percepción

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4,200. Esa fue la mágica cifra que reflejó la báscula. La dietista me felicitó profusamente y me dijo que estoy haciendo las cosas muy bien. Que me he deshinchado un montón. Y todo eso. Claro que no hacía falta que me lo dijese, porque hace días que lo noto en los pantalones y cosas así. Y estoy muy contenta.

Ahora peso lo que pesaba hace unos meses, quizás incluso hace un año. Es decir, no he llegado, ni mucho menos, al peso al que me gustaría llegar. Pero hace días que noto una cosa curiosa. Como estoy animada, como estoy contenta por lo que he conseguido y porque los pantalones me quedan mejor, me empiezo a vestir como nunca me había vestido. Permito que la camiseta no me tape el culo. Me pongo algo más ceñido sin grandes problemas. Y me miro al espejo y me gusto.

¿Qué ha cambiado? Básicamente nada. Sigo teniendo el ligero sobrepeso que tenía hace un año y solo me he quitado de encima los cuatro kilos que me había engordado últimamente. Así que podría decirse que estoy en el punto de partida en el que he estado media vida, con seis o siete kilos de más. Pero ahora estoy contenta conmigo misma, satisfecha, orgullosa. Y me trato bien.


Hace unas semanas leí este artículo en Baked Bree, un blog de cocina que sigo, y me removió las entrañas, me llegó. En él Bree explica el programa dietético que ha seguido y como los profesionales de ese programa le han enseñado a "hablarse bien". Dice que es increíble como se hablaba a sí misma hace unos meses, las cosas horribles que se llegaba a decir y cuenta cómo se creía a ella misma. Añade que si alguien le hablara así a su hija o una amiga, se enfadaría muchísimo, pero admite que ese era el tono que usaba consigo misma.

Y es cierto. Leer esas palabras me resultó bastante revelador, porque es la verad, es así. Y tiene algo que ver con aquello del sacrificio que comentábamos hace unas semanas. La exigencia que tenemos con nosotros mismos es tan alta, tan inhumana, que es imposible cumplirla.

Si cualquiera de mis amigas tuviera mi cuerpo y me dijera que está gorda, seguramente le quitaría hierro a la cosa. Le diría que tampoco está tan mal, que no se preocupe. Que a mí me gusta. Que los patrones de belleza son erróneos y que si ella se siente bien como está y no tiene problemas de salud, que no se preocupe por nada más. Que todos somos diferentes y tenemos el cuerpo que nos ha tocado. Y no se lo diría por decir, se lo diría porque lo creo de verdad, se lo diría porque seguramente no me parecería nada grave y porque mis amigas son todas estupendas y tienen muchas cosas más en la vida que un culo.


¿Qué llevo diciéndome a mí misma desde la adolescencia? Todo lo contrario. Me he dicho cosas tan horrorosas que si me las hubiera dicho otra persona habría acabado mi relación con ella en dos nanosegundos. Cosas que si alguien le dijera a un amigo mío, a un familiar o incluso a un perfecto desconocido en la calle, me harían saltar y defender al agredido con uñas y dientes. Cosas que nadie debería decirle a nadie. Cosas que estoy segura de que todos podéis imaginar, proque son las típicas que nos decimos todos.

¿Y es solo con el físico? No, qué va. Me he dicho cosas así sobre mi inteligencia, mi trabajo, mi esfuerzo, mis aptitudes físicas, mis conocimientos... sobre todo. Pocas veces me he animado, me he permitido un desliz, me he dado una palmadita en la espalda. Pero casi siempre me censuro las cosas mal hechas y me recuerdo a mí misma mis errores durante semanas y semanas.

Me hago cosas feas, como no cocinar o no ponerme la mesa si la única que voy a comer soy yo. O pensar que el trabajo es lo primero y en épocas de mucho estrés no permitirme dormir ocho horas ni tomarme una hora de descanso para irme a dar una vuelta. Cada vez menos, es verdad, pero lo hago o lo hacía con relativa frecuencia.

Cuando hablamos del sacrificio comentamos que dejamos de lado todo lo que es nuestro para entregarnos en cuerpo y alma a la colectividad. Y que la sociedad espera que lo hagamos. Y creo que esto tiene mucha relación. Parece que cuidarnos, pensar en nosotros, sacar un rato para hacer lo que nos gusta o sencillamente para desconectar y estar solos, es un síntoma de egoísmo. Pero, sinceramente, ¿quién tiene que cuidar de nosotros? ¿Quién tiene que ocuparse de que estemos bien física y mentalmente? ¿Otra persona?


Desde que estoy a dieta me mimo, me cocino, me animo, me doy palmaditas en la espalda, me permito un capricho de vez en cuando. Y sin poner mucho empeño he notado que me quiero más, que sé ver mi parte buena, que soy más disciplinada (¿habéis visto cuántos días seguidos llevo publicando?), que tengo ganas de hacer más cosas y confío más en mis posibilidades. Tengo la cabeza llena de proyectos y, por primera vez en mucho tiempo, la sensación de que puedo con todo, de que poco a poco todo irá saliendo. Eso no significa que todo sea color de rosa ni que viva en una nube, sigo teniendo mis momentos de estrés y desánimo. Pero me hablo bien. Me perdono, me doy otra oportunidad. Pienso en las cosas que no me gustan de mí, pero no me castigo, me doy un voto de confianza y pienso que puedo cambiarlas... o que tendré que aprender a vivir con ellas.

He dejado de insultarme. He dejado de lanzarme condenas absolutas. He dejado de hablarme mal. No sé si es un camino sin retorno, pero sí sé que me siento bien y que he dejado de preocuparme más por lo que me voy a poner que por la actividad que voy a hacer. He empezado a tratarme como a una persona y a entender que soy como soy y punto. Que mi cuerpo es una caña porque ha creado a tres pompones estupendos, me lleva de aquí a allá, me permite montarme en el Shambhala, es ultra flexible y hace lo que yo le digo. Que mi mente tiene un montón de cosas geniales que compensan otras que a lo mejor no están tan bien. Que puedo ser feliz y sentirme guapa independientemente de mi talla.


Vamos, lo que os quiero decir es que al final todo depende de cómo nos miramos en el espejo. Y que vale la pena mirarnos como miraríamos a cualquier otra persona. Porque al final, sin que medie prácticamente pérdida de peso alguna, yo me veo mucho más guapa hoy que hace seis meses. Y lo único que ha cambiado han sido mis ojos.

(¿Qué? ¿Se me ha ido la olla? ¿Se nota que me he pasado un par de semanas traduciendo un libro de autoayuda?)

Bolsa del pan

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Hala, mil gracias por vuestros comentarios en el post de ayer. Parece que es un tema que nos preocupa en general a todos, ¿no? Vamos a tener que hacer sesiones de terapia de grupo o algo así. Con una cerveza, a ser posible (que sí, mi dietista me deja) y mientras tejemos o cosemos.

No sé vosotros, pero cuando yo era pequeña, mi madre me daba 20 duros (vale, que sí, que soy viejuna) y la bolsa del pan y me mandaba a la panadería que estaba a una calle de casa a comprar alguna barra de medio (antes de las baguettes existían las barras de medio). A veces me podía comprar también un chucho de crema, que cuando era pequeña me encantaban y hoy los encuentro bastante asquerosillos. Y los viernes de paga, mi madre sumaba otros 20 duros y a lo mejor me acercaba hasta la librería de mi tío para gastármelo en chuches.

Pero sí, teníamos una bolsa del pan. Una bolsa que usábamos y reusábamos y que no recuerdo ni la pinta que tenía, pero era un objeto importante, que es posible que incluso hubiese cosido mi madre. (Ma, si lees esto y no la cosiste tú, no me lo digas, que prefiero tener ese recuerdo romántico a saber que era comprada y fea.)

Claro que eso era cuando el pan te duraba más de medio día antes de ponerse o bien duro como el cemento armado o bien blando como un tomate podrido. Qué daño nos han hecho esos panes precocinados y congelados que cualquiera acaba de cocer en cualquier rincón de cualquier local y se venden como si fueran the real thing.

Hace varios meses, Ruth empezó a insistirme para que probase la panadería tradicional que hay a tres o cuatro calles de casa. Y confieso que me daba pereza, porque justo delante de casa tengo un bar-panadería que me soluciona bastante bien el día a día. Pero si algo tiene Ruth es que es insistente, y al final un día fui y compré un montón de pan a un precio bastante ridículo para probar.

Qué maravilla. Que de repente le notes al pan el gusto de la levadura en cada burbuja de gas atrapado, que te quede ese sabor de toda la vida en la lengua, que tres días después de ir a comprar el pan siga bien, y cinco días después lo puedas tostar y esté riquísimo. Por no hablar de los panes de semillas, cebolla y queso que desaparecieron casi tan rápidamente como entraron en casa. Un vicio. Vicio bueno, porque además es pan de ese que puedes comprar dos veces a la semana y estar servida todos los días. (Gràcies, Ruth!)

En fin, que con esos bocados nostálgicos de pan de toda la vida, decidí que había que hacer bolsas para el pan. Una larga para las barras y otra más ancha y cortita para los panes redondos. Y me puse a ello con dos paños de cocina de Ikea.

Aunque podéis hacer exactamente lo mismo con cualquier tela, lo bueno que tiene cualquier paño de cocina que encontréis (aparte del fabulosísimo estampado que, por ejemplo, tienen estos) es que todos los dobladillos están hechos y podéis tener vuestra bolsa del pan en 10 minutos.

Además del paño de cocina, necesitáis una cinta ancha de cualquier tipo (en mi caso son las asas recicladas de una bolsa de papel), cuerda y máquina de coser (o aguja e hilo)

Lo primero que tenéis que hacer es decidir si queréis una bolsa larga o corta. Según como la queráis, usaréis el trapo en orientación vertical u horizontal.

Si queréis hacer la bolsa larga, colocad la cinta a tres o cuatro centímetros de uno de los bordes cortos de vuestro paño. En este caso, yo aproveche las cintas para colgar que traían los paños, así que coloqué mi cinta en el extremo que llevaba el colgador.


Coséis la cinta al paño (por la cara "mala" o "interior") creando un tubo entre cinta y paño, es decir, la coséis por los dos lados, pero no coséis el centro. Para rematar bien los bordes, podéis hacerle un dobladillo hacia dentro a la cinta. Aunque esta cinta que usé yo, por ejemplo, no lo necesitaba, porque no se deshilacha. Podéis usar también bies.

Después dobláis el paño a la mitad logitudinalmente y coséis el lado opuesto al de la cinta y el lateral hasta que empieza la cinta.


Y voilà! Ahora solo os queda pasar la cuerda por el tubo que habéis creado entre la cinta y el paño (podéis usar un imperdible para ayudaros), darle la vuelta a la bolsa y salir en busca de una panadería de las de verdad, porque meter una baguette en esta bolsa es un pecado.

La cinta puede ser de la longitud que queráis, básicamente que os resulte cómoda.Si queréis que la bolsa sea más ancha, coseréis la cinta junto a uno de los lados largos del paño y ya está.


Este es uno de esos proyectos de gratificación inmediata: muy rápidos de hacer y súper resultones (siempre hay alguien que me pregunta de dónde he sacado la bolsa y me felicita por ella). Y aunque ahora voy bastante escasa de ocasiones para comer pan, ya solo por echar la vista atrás y recordar esos fines de semana eternos en los que salías a comprar el pan sola por primera vez, vale mucho la pena coserte tu propia bolsa.

Zapatos

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¿Qué? ¿Pensabais que me había olvidado? Un poco sí, pero ya avisé que no podía prometer periodicidad; ya sabéis que no es lo mío. Sin embargo seguimos con la idea de organizar y de disminuir la cantidad de cosas que tenemos en casa. Aunque el alijo de manualidades tenga una manera mágica de recargarse periódicamente. Pero ese es otro tema.

Hace unas semanas, el pomelo se hartó. Con toda la razón, debo añadir, porque en casa tenemos algunos puntos negros y uno de ellos son los zapatos. No es que seamos Imelda Marcos (y aquí es donde me imagino a todos los menores de 30 años googleando como unos desesperados. Por eso no os pongo el enlace a la Wikipedia. Googlead, googlead, malditos.) pero es inevitable que siendo cinco haya una cierta acumulación. Más aún cuando de los cinco, uno es deportista y necesita botas de tres tipos diferentes y zapatillas de cinco. Y cuando otra es escarabajo pelotero y conserva zapatos de cuando tenía veinte años (y unas botas amarillas de cuando tenía seis. Que sigo conservando.) De hecho llegamos a la conclusión de que los pompones estaban dentro de una media respetable, porque destrozan tantísimo los zapatos que no hay mucha opción de conservación.

Pero en fin, que cuando el pomelo dijo: "Hoy vamos a organizar los zapatos", solo le pude decir que sí. Suya fue la idea de apilarlos en el comedor. Una buena idea, añado. Porque aquello de "divide y vencerás" es totalmente cierto: los zapatos nos tenían colonizados desde diferentes rincones de la casa. Juntarlos fue un recordatorio visual de la cantidad de cosas que llegamos a acumular. Y nos dio hasta un poco de vergüenza:


Esos son todos los zapatos que había en casa (nótese el tiempo pretérito).

Es imposible juntar todos estos zapatos en una pila de estas características y no tirar al menos una tercera parte. Máxime cuando empiezas a ver esos típicos zapatos que NUNCA te pones. Ahí, junto con los dos pares que tienes destrozadísimos porque no te los quitas jamás, hay diez pares que están intactos. Está claro que hay que tomar una decisión.

Y la tomamos y fuimos llenando nuestras bolsas, una para tirar, otra para donar. Tal que así:


No se trata únicamente de los zapatos. Este es un ejemplo de lo que para nosotros es un agujero negro. A lo mejor para vosotros es otra cosa: maquillaje, material de cocina, revistas, bufandas... yo qué sé. Cada uno con sus obsesiones.

Vamos, que el truco de esta semana para organizar es reunir todo el material acumulado en un solo sitio, cual montaña mágica. Es la única manera de darte cuenta de todo lo que tienes y de valorar si realmente quieres quedártelo. De ver si realmente lo usas todo, si realmente quieres que todo eso ocupe un espacio en tu casa.

Hay que preparar dos bolsas/cajas, una para tirar y otra para donar. El resto, lo que nos quedamos, se va guardando en su sitio. Y hay que hacerlo inmediatamente, nada de dejarse unos días para pensar, porque si no, no hay purga. Al cabo de unos días todo te vuelve a dar pena y no tiras nada.

Hay quien dice que se puede hacer una tercera bolsa/caja de cosas dudosas, que después se cierra y se guarda en un armario durante seis meses. Si transcurrido ese tiempo no se ha tocado, se tira o se dona. Yo no soy muy amante de esta última bolsa/caja porque no tengo espacio para guardarla y porque además creo que se puede hacer el ejercicio al revés: ¿has usado esa cosa en los últimos seis meses? ¿En el último año? Si la respuesta es no, no hace falta meterla en una caja seis meses más.

En fin, que de eso se trata. Sigue un poco la filosofía de la colección de discos que os conté aquí. Si no escucho ese disco casi nunca... ¿quiero que esté cogiendo polvo en una estantería? Pues no. Y tampoco quiero que lo hagan los zapatos, ni los libros... ni los abrigos:


Con ellos seguimos después de los zapatos. ¿Os acordáis que os dije que hacer purgas era adictivo?

Curry de carne y berenjenas

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Yo no sé a vosotros, pero a mí me han robado octubre. No he visto casi pasar el mes y ya estamos a punto de darle la bienvenida a noviembre, como si tal cosa. Los meses pasan a una velocidad de vértigo últimamente y tengo ganas (y casi una necesidad física) de echar el freno y tomarme las cosas con un poco más de calma.

Por suerte el Barça ganó el clásico (¿qué? ¿creíais que no iba a decir nada?) y eso me ha dado un poquito de paz mental ;^) pero tengo ganas de que sea otoño de verdad, de pasar la tarde en casa, haciendo manualidades, cosiendo, leyendo, crocheteando y horneando galletas (que espero poder comer en un futuro más o menos próximo).

Mientras tanto, habrá que ir guisando otras cosas ricas para que la Gran D no sea tan pesada, aunque debo admitir que después de cinco semanas me estoy acostumbrando a algunas de las elecciones que me ha forzado a tomar la dietista y que ya no siento dolor físico cuando alguien se toma una Coca-Cola delante de mí. No sé si a eso se refería ella cuando dijo que me iba a enseñar a comer, pero realmente noto que ya no tengo una dependencia de ciertos alimentos (léase: chocolate, patatas fritas, olivas) y que llevo bastante bien el hecho de comer otro tipo de cosas.

(Pero sí, no os voy a mentir, todos los días pienso que ya estoy un día más cerca de poder comerme una tostada con Nutella.)


El curry que os cuento hoy fue un éxito con mayúsculas en casa. Aunque entre los mayores, porque es un plato picante y no se lo ofrecimos a los pompones (y no habrían podido catarlo igualmente, porque el pomelo y yo nos hicimos un mano a mano).

Es una receta tailandesa pero totalmente tuneada por yours truly, así que seguramente no se parezca en nada al plato tradicional. Pero no importa porque está para chuparse los dedos, honest.


Necesitáis:

1 cebolla, 600 gramos de carne (del tipo que queráis. Yo usé cerdo, porque ya sabéis que mi dietista no me deja comer ternera, pero cualquier carne, pollo incluído, queda riquísima), 2 yogures desnatados, 2 o 3 berenjenas y cilantro fresco. Y para el curry verde: 2 cucharaditas de comino, un pellizco de pimienta negra, 4 guindillas frescas, 1 cebolla tierna, 5 dientes de ajo, un puñadito de cilantro fresco, 1 o 2 tallos de hierba de limón, sal y un poco de aceite.

Primero preparad la pasta de curry verde: Triturad bien todos los ingredientes hasta que formen una pasta fina. Ya veréis que solo el olorcito de la pasta os va a volver locos.

Cortad también las berenjenas en cubos, ponedlas en un colador y espolvoreadlas con sal. Dejadlas ahí, que suden, mientras preparáis el resto de las cosas.

En una sartén de fondo grueso, calentad un chorrito de aceite y freíd la cebolla picada y dos cucharadas (¡o más!) de la pasta anterior. Cuando la cebolla se ablande, añadid la carne cortada en cubos, y salteadla a fuego vivo hasta que se dore por fuera.

Bajad el fuego y añadid el yogur y media taza de agua. Removed bien, tapad y dejad que se vaya cociendo unos 10-15 minutos, según el tipo de carne.

Enjuagad las berenjenas e incorporadlas a la sartén. Dejadlo a fuego suave 10 minutos más. Añadid cilantro picado y ya lo tenéis.

Si no estáis de Gran D, preparad un poco de arroz blanco para acompañar. ¡Os va a encantar!


Para terminar, quiero dejaros un parde canciones del incomparable Lou Reed, que se nos fue ayer. Os deseo que hoy (y todos los demás días de vuestras vidas) sean perfectos, como dice la primera canción. Seguro que por ahí, en el cielo, el infierno, o el largo túnel con una luz al final, hoy suena una música increíble y se oyen unas letras alucinantes.

Crepes de Halloween

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Ya sabéis que en casa somos muy fans de Halloween. Hace dos o tres años os conté que era una fiesta que habíamos adoptado sin rubor alguno, porque en casa nos gusta (o nos gusta decir que nos gusta) todo lo que da miedo. Somos fans de los zombis, de las momias, de los fantasmas y de los caramelos con forma de ojo. Y Halloween nos trae todo eso y más (y espero que con pompones adolescentes nos traiga maratones de cine de terror), así que tiene un hueco en nuestro corazoncito.

Con las manualidades que hemos hecho año tras año, ahora tenemos una cantidad decente de decoraciones. La semana anterior a Halloween la dedicamos a colgar coronas terroríficas y fantasmas de tela, pero además hacemos tres o cuatro actividades y el 31 montamos una fiesta que ya es tradición y que compartimos con algunos amigos del cole.

El otro día les prometí a los pompones una merienda divertida y acabamos haciendo estas crepes de colores, con toda clase de toppings. Sé que a lo mejor no parecen muy apetitosas, pero los pompones se las zamparon sin problemas, más bien encantados, con inmorales dosis de miel, mermelada y Nutella...


No sé deciros cómo se hace la masa de crepes, porque siempre la hago a ojo, pero le pongo un huevo, un chorro de leche, harina y un pelín de azúcar. Remuevo con unas varillas hasta que queda una crema muy, muy suave y luego las hago en una sartén antiadherente que unto con mantequilla.

En este caso separamos la masa en tres biberones y le pusimos unas gotas de colorante alimentario a cada uno. Y luego preparamos un montón de topings diferentes (granillo de chocolate, bolitas de colores, calaveras...) para decorar la crepe después de darle la vuelta.


Hay que tener cuidado, porque evidentemente, se dibuja sobre la sartén caliente, así que hay riesgo de quemaduras. Pero con tranquilidad y trabajando poco a poco, las crepes salen.


Yo di libertad creativa total, como siempre, y los pompones idearon sus propios personajes. Se apuntaron los tres, aunque el pompón friki estos días pierde el interés enseguida y después de hacer seis o siete, se marchó a leer Harry Potter. (Eso sí, para comérselas no perdió interés alguno!)

Al pompón peque también lo perdimos en algún momento, cuando le salió la vena pirómana y se quedó un buen rato observando las velas de Halloween que hemos preparado este año... (Fijaos en el efecto humo tan chulo que conseguimos sin darnos cuenta...)



Como veis, las fotos son de un crappy total, porque ahora a las seis ya es de noche, y más o menos esa es la hora a la que volvemos a estar todos en casa. Así que vaticino muchas fotos cutres próximamente, salvo que aprenda a iluminar (todo se andará).

¿Qué? ¿A vosotros os va Halloween o no?

Me perdí

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Todo empezó cuando por fin celebramos una fiesta sorpresa que llevábamos varias semanas preparando. Ahí cedieron los nervios y yours truly pensó que igual por fin la cosa se tranquilizaba un poco. Así que ese fin de semana, después de mucho estrés, vuestra pomelita favorita se tumbó cómodamente en el sofá y decidió que de ahí no la movía nadie (aunque hubo visita al Tibidabo, a Norma Comics y al Palau Blaugrana) y que iba a recuperar horas de sueño, de ganchillo y de lectura.

El lunes siguiente apareció el dolor al tragar y al día siguiente fue el dolor de articulaciones. El miércoles ya había hasta dolor de huesos y el jueves directamente no me levanté de la cama. El viernes ya empezamos a ir un poco mejor y el sábado ya estaba casi estupenda.


PERO... Lo peor de la gripe no es la gripe en sí, ya lo dicen los médicos: reposo, muchos líquidos y paciencia. Lo malo viene después, cuando te das cuenta de que has desaparecido unos días y el trabajo (del remunerado y del otro) se ha ido acumulando a tu alrededor como los libros en la cama del pompón friki (los encuentras debajo de la almohada, amontonados a los pies, en ordenadas columnas bajo el edredón...).

Y a eso tiene que sumársele la pereza indescriptible de volver a empezar. Yo no sé si vosotros hacéis lo mismo, pero yo, cuando llevo unos días sin actualizar el blog... no lo miro. Literalmente. Tengo la pestaña abierta en el Firefox, pero no le hago caso, como si no la viera. Porque mirarla es una punzada de mala conciencia, así que mejor mirar para otro lado y silbar, como si la cosa no fuera contigo. Aunque pienses en el blog cada cinco minutos y en las cosas que quieres contar. Aunque tengas una lista larga de temas. Aunque prefieras mil veces abrir el blog de una dichosa vez en lugar de pelearte con traducciones que no tienes ganas de hacer.

Debo añadir que me ha venido un súbito síndrome del nido (sin bombo, eso sí) y que ando revolucionada haciendo bricolaje, ordenando, purgando y... haciendo conservas. No sé qué me ha entrado, pero he estado haciendo conservas como una loca. Pero eso ya os lo contaré un día de estos.


Y entonces de repente te llega un paquetito de una amiga del blog a la que te mueres por poner cara y voz. Un paquetito precioso, lleno de cariño y con un montón de cosas bonitas que te alegran el día. Y luego recibes un correo de otra amiga, que vive muy lejos y que te encantaría que viviera a tres calles para irte a tomar un café con ella y charlar hasta por los codos. Y de repente echas tanto, tanto de menos el blog que te hace daño físico. Y te maldices por la inactividad de las últimas dos semanas, con las ganas que tienes de comentar cosas con toda esa gente estupenda con la que tienes alucinantes relaciones... iba a decir virtuales, pero las relaciones no son virtuales, solo lo es el medio para entablarlas.

Total, que aquí estoy, post gripe, post Halloween, post horrible pico de trabajo, post pereza infinita. Porque os echaba un montón de menos y tenía muchas ganas de hablar con vosotros. Porque tengo ganas de volver a la rutina de escribir y de charlar y de tener tiempo. Como siempre, tengo un montón de cosas que contaros y espero poder ir haciéndolo poco a poco durante los próximos días.

Hoy solo quería pasar por aquí un momento a saludar y a mandaros un beso muy fuerte a todos, por estar ahí, por pasar por aquí, por escribir. :^*

Medallones de madera

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Parece que no acabo de estar del todo, pero es que están pasando cosas. Muchas. Y ando un poco... como gallina sin cabeza, que es una expresión que siempre me ha encantado. Pero bueno, ya os dije que os echaba de menos y no quería que pasaran más días, que luego se me acumulan las cosas y me siento la peor bloguera del mundo. Porque ayer me habría encantado soltaros un largo rollo sobre el día del niño. Me lo fui contando a mí misma mientras cocinaba a mediodía, mientras hacíamos manualidades por la tarde... y luego por la noche me enganché y vi tres o cuatro capítulos de New Girl (no me preguntéis, creo que la encuentro una serie fascinante por la cantidad de vergüenza ajena que me puede llegar a generar) y me fui a dormir.

Pero aquí estoy, con el firme propósito de pillar el ritmo y de poneros al día. De hecho pensé en hacer únicamente un post de recapitulación para contaros novedades, pero luego pensé que podía incluir también un mini DIY para hacer con los niños, antes de que el blog quede totalmente navideñizado, cosa que va a pasar en 3, 2, 1...

Porque resulta que ya hemos puesto el árbol de Navidad. Sí. El fin de semana sacamos toooodos nuestros adornos y dedicamos un par de horas a colgarlos por todo el comedor. Y ahora estoy coqueteando con la idea de hacer galletas de jengibre o zumo de manzana caliente para llenar la casa de olor a Navidad, que es uno de los mejores olores que hay, ¿no?

Dejad de criticarme a la de ya, porque este año tenemos un buen motivo para adelantar la Navidad. Normalmente todas estas actividades empiezan en casa el primer fin de semana de diciembre o el último de noviembre, para que el calendario de adviento esté listo y colgado el día 1. Pero este año... resulta que tenemos un regalo para toda la familia. Un regalo que implica aviones, jet lag y ropa de verano. Porque cruzamos el charco y nos vamos a ver a toda la gente que queremos y que está en la otra punta del mundo. Así que vamos a tener una Navidad muy diferente, sin nuestro árbol y sin algunas de nuestras tradiciones. Y por eso hemos decidido vivir las demás a tope y adelantarlas un poco. Para que siga habiendo calendario de adviento y sigamos dedicando tiempo a hacer manualidades y a estar juntos. Por eso ya es Navidad en Casa Pompón (nombre que le debemos a Cannnela y que hemos adoptado oficialmente).

Además, este año y justo antes de tomar el avión, el pomelo cumple la cifra mágica, la de la midlife crisis, el gran 4. Dice que lo lleva muy bien pero, entre nosotros, la cantidad de ejercicio que llega a hacer no sé si indica otra cosa ;^) Ya nos estamos preparando para medias ironmans y cosas similares. Sí, plural mayestático, yo me estoy preparando para llevarle las maletas y hacerle fotos en la línea de meta. Cosa que solo ocurrirá, mind you, si se decide a hacer lo que me promete desde hace tiempo: apuntarse a carreras en diferentes partes del mundo. Turismo deportivo o algo así.

Anyway, que me voy por las ramas, la cuestión es que cambia de década y eso, evidentemente, requiere una celebración que esté a la altura, por eso ando también un poco desquiciada preparándolo todo y mordiéndome las uñas por no poder pedirle consejo.

Pero bueno, cuando me entra la desesperación solo tengo que cerrar los ojos y pensar que muy pronto estaré (literalmente) en la playa. Y comprando la mejor lana del mundo.

Mientras me maldecís y me insultáis entre dientes (como si os viera) os cuento en que consiste la manualidad que os traigo hoy.

Compré un pirograbador el Cultura. Sí, no sé, vi el pirograbador y pensé en las miles de posibilidades que me abría un aparato como ese. Y era barato. Y lo compré. Y la verdad es que estuvo un par de meses en una bolsa de tela que me regaló mi profe y amiga Pilar que dice "Keep calm and carry on". Que ya sé que está sobado, pero creo que aplica tan perfectamente a mi vida que debería hacerme un tatuaje. Bien, la cuestión es que luego compré unos discos de madera con la intención de hacer algún memory o unas fichas con letras o algo así para los pompones. Y después solo fue cuestión de unir los puntos, que a veces me cuesta, pero esta vez solo fue cuestión de un par de semanas.

Necesitáis:


Ojo, porque el pirograbador quema MUCHO. Hay que usarlo con cuidado. Si tenéis pompones peques, mejor usar maderas más grandes, que puedan coger sin problema.

Lo primero es dibujar nuestro diseño con lápiz encima del soporte de madera que vamos a grabar. Mejor si son diseños sencillos y con pocas curvas, ya que luego les resulta más fácil deslizar el pirograbador.

Una vez tenemos los dibujos más o menos decididos, elegimos una punta, conectamos el pirograbador, esperamos que se caliente bien y empezamos a dibujar. Nosotros usamos la punta "de caligrafía" que se desliza muy bien en un ángulo de 45º, más o menos. Aunque también hicimos algunos dibujos a base de puntos.

Hay que tener paciencia para conseguir líneas o puntos similares en amplitud y profundidad, pero al cabo de un rato le habréis pillado el truco. Yo hice que los pompones movieran siempre el pirograbador desde los dedos hacia fuera, para que ningún movimiento brusco de última hora les achicharrara un dedo. Y no hubo quemaduras notables, algún roce del pompón friki, pero poca cosa.

Cuando ya tenemos los dibujos grabados solo hace falta coger la barrena y hacer un agujero para pasar un hilo. La barrena funciona como un sacacorchos, solo hay que apretar y girar. Lleva su tiempo, pero es divertido y un recordatorio de que hay muchísimas cosas que se pueden hacer a mano (con bastante más esfuerzo, eso sí) en lugar de recurrir a aparatos eléctricos (como un taladro, que nos habría ahorrado algunas agujetas).


Y ya está, tenéis unos medallones de madera muy chulos que podéis complicar o simplificar todo lo que queráis. Podéis incluso tallar nombres y usarlos como identificadores para regalos o para copas en una fiesta. O podéis ponerlos en la cremallera de un estuche, o hacer dos agujeros en medio del medallón y usarlos como botón en vuestra próxima chaqueta de punto.

Y ahora viene la parte de los tuneos... Yo usé pirograbador (los hay en Abacus y si no, en Amazon tenéis este que está muy bien de precio), pero podéis darle más vueltas a la idea. Por ejemplo, podéis hacerlos con rotuladores permanentes. O tallar con un clavo y un martillo. El agujero se hace con barrena (o con taladro), pero si no tenéis ni una cosa ni la otra podéis clavar uno de esos clavos en forma de U o V en la parte superior del medallón, o grapar un hilo por la parte trasera. Hay mil posibilidades y es una manualidad chula porque el soporte no es el habitual, así que a los pompones les llama muchísimo la atención.


Y nada, eso, ya os he puesto al día un ratito, nos hemos tomado un café virtual. Ahora os toca a vosotros contarme qué planes tenéis para las fiestas y qué os apetece hacer estos días. Y si tenéis alguna manualidad o actividad navideña de esas infalibles, también soy toda oídos.

Ideas de adviento

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Este fin de semana he estado en Málaga por trabajo, hablando de subtítulos y doblaje en el ETIM 2013, una conferencia que me ha sorprendido por lo divertida, variada y profesional que me ha parecido. Muy buen trabajo de los organizadores y unas ponencias interesantísimas. Y Málaga me ha parecido un lugar precioso. Aunque he tenido más bien poquitísimo tiempo para verla, el centro es muy bonito, con un montón de calles peatonales para perderse. En fin, que me lo he pasado muy bien, y quería contároslo y dar las gracias a los organizadores, Educación Digital. Thumbs up total.

Claro que cuando volví ayer me esperaba una tribu de pompones sedientos de calendario de adviento. Pompones histéricos por saber qué íbamos a hacer, si había algún regalito, si íbamos a ir al cine o a comer chocolate caliente o qué.

Así que vuelvo con un post sobre ideas de adviento, que ya he hecho otras veces y que creo que se va a convertir en un habitual de la primera semana de diciembre. Puede que algunas de las cosas que os comento ya hayan salido en los posts de otros años, pero a) no lo voy a mirar, porque soy una vaga, b) si se repiten algunas actividades es porque ya son una tradición y c) vosotros tampoco vais a comparar las ideas de este año con las de otros años, así que voy sobre seguro.

Como sabéis, y si no os lo cuento, en casa tenemos un calendario de adviento que preparamos con fieltro hace tres o cuatro años y que llenamos de actividades y no de regalitos. Lo que pasa es que las actividades pueden ir acompañadas de un regalo. Es decir, si hay noche de cine en casa, es probable que además de la notita que explica que hay cine en casa haya una peli navideña. Si hay lectura de cuentos de Navidad es posible que también haya un libro. Si hay alguna manualidad, puede ser que haya un regalito en forma de material. Pero la idea es que los 24 días de adviento sean una experiencia y no algo físico.

Pues venga, sin más preámbulo, las ideas que estamos barajando para este año:

  1. Ir a patinar sobre hielo (sí!! por fin este año tenemos pista de hielo en Sabadell, así que iremos a estrenarla).
  2. Noche de cine con cena de chocolate caliente y palomitas dulces (un clásico de casa).
  3. Cine de Navidad, para ver la peli Frozen que ha traducido mi amiga Lucía, así que seguro que el doblaje va a ser una pasada.
  4. Random acts of kindness. No sé si os lo comenté el año pasado, pero tengo ganas de empezar a hacer estas cosas con los pompones. Consiste en hacer buenas obras porque sí y a cualquiera. Desde dejar un euro en una máquina de café para invitar a un café a la siguiente persona que la use, hasta dejar un adorno de Navidad en el buzón de un vecino. O escribir una carta felicitándole las fiestas a un desconocido del barrio, ¿por qué no? Son de esas cosas que seguro que le arrancan una sonrisa a otra persona y que enseñan un poquito el valor de dar.
  5. Hacer una corona de Navidad. Este año estoy pensando en hacerla con pompones de colores navideños.
  6. Hacer nuestras propias postales navideñas, ya hemos empezado y espero mostrároslas pronto.
  7. Escribir la carta a los Reyes... también lo hemos hecho ya, y las hemos decorado cada uno a su manera.
  8. Hacer un diorama navideño. Nosotros sacamos la idea de aquí y estamos en ello.
  9. Preparar un cómic navideño. Fotos de los pompones haciendo diferentes personajes, un buen guión y luego un montaje fotográfico. Y voilà.
  10. Preparar regalitos navideños comestibles para vecinos y familia. Pueden ser galletas (el año pasado hicimos una gran jornada galletera con amigos) o botes de especias o incluso de productos de belleza hechos en casa. Solo un detallito por el placer de regalar.
  11. La casa de galleta, otro clásico de casa.
  12. Tenemos una pared de pizarra y el otro día vi en internet un árbol dibujado con tiza, así que vamos a crear un árbol de navidad en la habitación pomponil.
  13. Hacer carbón. Los Reyes siempre traen un poquito, pero la verdad es que nos encanta y hay varias recetas en internet. Este año probamos.
  14. Ir a cenar fuera y a ver las luces de Navidad. Esto y contar Papás Noel en las ventanas de las casas son cosas fáciles que a los pompones los vuelven locos.
  15. Juegos de mesa! Nosotros hemos hecho hoy mismo un taperjuego con nuestros amigos de Lu2 a los que podéis llamar y pedirles que os monten lo mismo. Xavier nos ha traído un montón de juegos adecuados para las edades pomponiles y los hemos ido probando uno a uno. Esto, además, sirve para poner cosas en la lista de los Reyes o de Papá Noel... Si no queréis hacer un taperjuego, coged los juegos de mesa que tengáis, preparad pizza o chocolate caliente, palomitas, bocadillos o cualquier comida informal y preparad un torneo de juegos de mesa con una pizarra-marcador donde vayáis poniendo el ranking familiar (o el ranking de amigos!).
  16. Concierto de Navidad. Y no me refiero a ir a verlo, aunque también puede ser una buena idea, sino a montarlo. Disfraces, maquillaje y un CD con vuestros villancicos favoritos. Si además lo grabáis en vídeo puede ser una videofelicitación espectacular para la familia.
  17. Preparar un pesebre o un paisaje navideño (o adornos) con juguetes de construcción. Pienso principalmente en Lego, porque en casa somos muy fans de las piezas de plástico, pero se puede hacer con Geomax, con piezas de madera o incluso con Playmobil. O con Hama Beads. Da igual, la cuestión es pasar un rato construyendo algo navideño.
  18. Hacer una actividad solidaria. En Catalunya tenemos el rebost solidari, que fue la semana pasada, o la Maratón de TV3, que es dentro de 15 días, pero durante estas fechas se multiplican las actividades solidarias por todas partes. Solo hay que buscar una causa que nos guste y nos llegue y echar una mano. Aunque deberíamos hacerlo siempre, la Navidad es un estupendo momento para empezar y dar buen ejemplo a los pompones.
  19. Una búsqueda del tesoro navideña. Haced una lista de decoraciones u objetos típicamente navideños (con fotos, si vuestros pompones no leen) y dadles un rotulador para que los vayan marcando a medida que los encontréis por la calle. Luego solo tenéis que ir a dar una vuelta... También es una actividad divertida para hacer con amigos, y se puede complicar e incluso hacer una lista de objetos que hay que conseguir (prestados, no comprados, si se hace en domingo seguro que nadie hace trampa!) y llevar antes de una hora al punto de reunión.
  20. Lazy Sunday Afternoon. O lo que es lo mismo, sofá, manta, una labor o un libro y toda la familia reunida. Se puede hasta hacer la siesta, lo que está prohibido es levantarse del sofá. Si sois muchos, como es nuestro caso, podéis poner un colchón inflable en el suelo y multiplicar cojines y mantas. Música navideña sencilla (voy a ver si os monto una playlist con nuestros favoritos), galletas y lo que se os ocurra: álbumes de fotos, revistas, chistes, acertijos...
  21. Escribir un diario de Navidad. Se puede hacer en conjunto o cada pompón puede hacer el suyo. Solo hace falta darles una libreta en blanco y un boli. Se puede adornar con pegatinas, papeles bonitos o washi tapes... Y se puede convertir en un álbum de recortes, fotos y recuerdos variados sobre esta época mágica.
  22. Hacer un safari fotográfico. Una cámara para cada pompón y a la calle. Puede hacerse junto con la búsqueda del tesoro, se puede dar un tema abstracto como hacen en los grupos de fotografía o sencillamente se puede dejar libertad creativa total. Seguro que os sorprende cómo se ven las cosas desde el metro y poco de altura.
  23. Leer cuentos de Navidad. Es otra de las tradiciones de Casa Pompón, todos los años compramos un libro nuevo para nuestra biblioteca y todos los años repasamos los clásicos que ya tenemos.
  24. Hacer algún adorno. Este año estamos mirando con buenos ojos este, este y este. Puede ser una cosa sencilla o algo más complicado, da igual. Lo que es un gustazo es abrir la caja de decoraciones navideñas y encontrar siempre algo nuevo que añadimos el año anterior. Podéis hacerlo comprando en la feria o el mercado navideño que tengáis más cerca, pero es mucho más bonito cuando lo habéis hecho a mano y os trae recuerdos.

Hala, aquí están mis ideas de este año. Espero que hayáis empezado diciembre con muy buen pie y que tengáis muchas otras ideas (si las compartís con nosotros en los comentarios, estaremos eternamente agradecidos). Es un mes tan chulo que ojalá durara el doble. Y aunque hay que trabajar, a veces me gustaría que los pompones fuesen menos horas al cole para poder hacer más cosas en casa, ver más pelis, cocinar más, jugar más y hacer mil manualidades. Pero no nos quejemos y aprovechemos al máximo el tiempo que tenemos, que es una cuenta atrás, especialmente con pompones preadolescentes T_T
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