Hemos disfrutado de unos cuantos años estupendos. Maravillosos. Llenos de incertidumbre, de "ahs" y de "ohs" y de ilusión desbocada. Pero llega un día en el que los pompones, o al menos uno de ellos, se acerca al instituto, a la pubertad, a la adolescencia, a la rebeldía. Y empieza a mirar con un poco de escepticismo las tradiciones y a intentar demostrar que es más listo que nadie y que puede detectar cualquier fallo en el plan maestro de los Reyes Magos.
No estamos exactamente en ese momento todavía, pero empezamos a acercarnos peligrosamente. Así que últimamente tenemos alguna pelotera más y muchas más discusiones sobre lo que es matemáticamente posible y lo que no. Pero lo llevamos bastante bien.
¿Por qué lo llevamos bien? Porque en casa, para nosotros, la existencia de los Reyes Magos es una evidencia irrefutable, una verdad absoluta que resiste cualquier interpelación y cualquier duda existencial. Y eso va a seguir siendo toda la vida, por mucho que algún pompón decida tener sus reservas.
Por eso todos los años vemos Polar Exprés (aunque el pompón friki también ha empezado a quejarse de la peli, supongo que porque le plantea dudas incómodas) y nos empapamos de un concepto básico: la magia existe, solo hay que creer en ella.
Es difícil cuando los niños se van haciendo mayores y necesitan tener un dominio claro de todo lo que ocurre a su alrededor, pero no deja de ser un concepto valioso para su vida: la magia existe y nos espera en cualquier rincón del cerebro y del corazón.
A lo mejor dentro de unos años pensarán que sus padres son unos cutres y, como me dijo el pompón peque un día, quizás nos quieran un poco menos durante la adolescencia. Pero sé que al final superarán todas esas dudas y volverán a creer (si es que dejan de hacerlo). Porque no hay nada más bonito que creer en la magia y saber que Bastian Baltasar Bux existe y nos lleva de la mano a Fantasía, o que Hobbes es un tigre de verdad aunque nadie se dé cuenta. La magia hace de la vida un lugar mucho más divertido, como le intentaba contar un padre a su hijo en Big Fish. Un hijo que al final abrió los ojos y creyó. Como harán los míos, sin duda alguna.
Y por eso para mí es tan importante que todos los años nos sentemos a escribirles una carta a sus Majestades. Porque ellos siempre, siempre, nos dejan una carta a nosotros contándonos lo que más les ha gustado de nuestro año.
Como casi todos los años, la carta la hemos hecho nosotros, con libertad total de materiales. Les expliqué a los pompones que podían hacer un borde que fuese un poco diferente y luego les di acuarelas, pegatinas y materiales de lo más diversos para que ellos mismos decidieran lo que querían hacer. Por ejemplo, el pompón peque se nos reveló como un adicto a la purpurina (that's my boy!)
Cada uno con su estilo fue creando su propia carta, mezclando estilos, añadiendo piezas. La "E" tan grande que veis es de "Estimats" o "Queridos", que cada pompón hizo como mejor le pareció.
Ahora solo queda enviarlas y esperar que llegue el día 6, a ver qué pasa. Oír el ruido de los pasos pequeños que corren por el pasillo después de una noche de sueño irregular y nervioso. El mar de papeles tirados por todas partes, los ojos brillantes, las sonrisas incrédulas. Los "mira, mamá" gritados con emoción. Para que luego alguien diga que la magia no existe.