Abandonados os tengo, cachis. Perdonadme, pero estamos de cuasi vacaciones, disfrutando unos días de las temperaturas de la capi, jugando con los niños y
trabajando. Ehem. Tengo tantas cosas que contaros que creo que tengo tres o cuatro meses de posts listos ya :^) Pero antes me perdonaréis que os aburra con una reflexión.La verdad es que estado pensando si escribir esto o no, si no sería mejor dedicarme únicamente a colgar actividades y proyectos y ya está, pero ya me conocéis, soy una bocazas y no puedo evitarlo. Y aunque corro el riesgo de que me aticéis un par de boinazos bien dados, me voy a lanzar sin red.
Hace unos días estuvimos en una cena con amigos y acabé hablando con una buena amiga que está pasando un mal momento. Me contó que ha renunciado a muchas cosas y que ha dejado de ser ella misma, agobiada por la cantidad de cosas que tiene que hacer y por el peso de la vida familiar. Lo sorprendente fue que muchas de las otras chicas presentes también se solidarizaron y comentaron su situación personal... compartiendo muchas de las quejas de mi amiga.
Lo peor de todo es que son quejas que he oído a menudo y que para ser sincera, yo misma he lanzado al aire alguna vez. Quejas que parecen legítimas y que son el reflejo de una situación real y dolorosa, que alguna vez he oído resumida como el "síndrome de la súper mujer". Pero no es solo eso, sino también otro síndrome, que voy a llamar "el síndrome del sacrificio" y es esa idea de que las mujeres
lo sacrificamos todo.Os voy a poner un ejemplo... las mujeres de hoy, año 2013, trabajamos, nos ocupamos de la vida familiar, hacemos ejercicio, controlamos la agenda de la casa, somos capaces de hacer cualquier cosa (desde montar un mueble a preparar una cena para 15 personas), vamos a todas las reuniones (sean del cole, de la comunidad de propietarios o del club de atletismo), salimos con nuestras amigas y estamos guapas. Vamos, que la visión actual es la de una mujer de los años cincuenta unida a un hombre. O sea, que se espera que los hombres sigan haciendo lo que hacían antes (básicamente nada o preocuparse de sus cosas) y a las mujeres se nos da permiso para hacer eso (trabajar, salir) pero se nos exige que además hagamos lo que nos pasamos muchas generaciones haciendo. Y se espera, además, que nos guste. Y que si hay otras necesidades, nos sacrifiquemos.
Eso no mola.
No paro de oír que las mujeres nos sacrificamos por nuestros hijos y por nuestras parejas y tonterías similares. Y no en cosas que son auténticos sacrificios, sino en nuestro día a día. Comemos más tarde o de pie en la cocina, nos duchamos a horas intempestivas, nos vamos a dormir más tarde preparando cosas. Y me da mucha, mucha rabia. ¿Por qué? ¿Por qué nuestras necesidades o nuestros gustos tienen que estar en segundo plano en la vida familiar? ¿Por qué se nos pide que nos sacrifiquemos y se alaba ese sacrificio que no sirve de nada, solo para perpetuar una imagen de la mujer servil que no deberíamos tener ningún interés en perpetuar? Cuando tengo la tentación de vivir mi vida como un sacrificio y de inmolarme por el bien de la familia, pienso en la pompona. ¿Es esa la imagen que quiero que tenga de lo que es una mujer? ¿Quiero que tenga límites invisibles que la guíen y le demarquen la vida? ¿Quiero obligarla a tener una vida determinada?
De algún modo nos han inculcado esos valores mediante la cultura, nuestra cultura. En libros y pelis en que las mujeres somos eso, el ancla, la compañera silenciosa que no se ensucia las manos y solo da consejos acertados. La persona que no piensa en sí misma. Y disfrazan ese no pensar en sí misma de generosidad. No es generosidad. No está mal que pensemos en nosotras mismas, en lo que queremos y en lo que no. No es malo saber qué queremos y luchar por ello. No es malo tener deseos y no renunciar a ellos. Es más, si nosotras no pensamos en nosotras mismas, ¿pensáis que alguien lo hará?
Porque esa es la otra cara de la moneda. ¿Quién piensa en nosotras? ¿Un príncipe azul que nos rescata de nuestra vida anodina y se anticipa a nuestros deseos? Eso es lo que nos han vendido. Otra vez nuestra cultura al ataque. Las chicas reciben siempre al final un beso de amor que hace que haya valido la pena cualquier sufrimiento y que las transporta a un nuevo mundo en el que alguien va a cuidar de ellas.
(Y otra cosa apunto aquí... ¿no os parece una presión excesiva también para los hombres? Nosotras no nos preocupamos de nosotras ni de nuestros deseos ni de nuestra vida, pero los hombres tienen que hacerlo... ¿No es muy injusto también para ellos?)
Así que las mujeres solteras y sin hijos, especialmente las que están muy contentas de ser solteras y sin hijos, son outsiders en nuestra cultura popular. Son las raras, da igual lo felices que sean. Se están perdiendo algo, el sacrificio, el ser una mujer completa y perfecta.
Sinceramente, yo no quiero ni necesito que nadie me cuide, ni me salve.Y no quiero ser una mujer perfecta. Quiero tener la vida que me dé la gana. Yo he elegido tener pareja e hijos porque me gusta, me va, pero me parece estupendo que alguien decida no tenerlos. Me parece estupendo que cualquier mujer haga lo que le dé la gana y que tenga posibilidades de hacerlo. Y exijo que las mujeres tengamos todas las opciones y se nos valore por muchas otras cosas que no sean la vida familiar.
Pero volvamos al tema del sacrificio, la renuncia y el llegar a todo... Basta.
Basta, de verdad.Pensadlo fríamente y si tenéis hijas, pensad en ellas. ¿Mola esa presión? ¿Mola que mi amiga, una chica divertida y graciosa esté hundida en ese pantano de vida familiar y de dejarse de lado ella porque siempre hay cosas más importantes? ¿Mola sentirse culpable cuando una piensa en una misma y en lo que quiere hacer sin tener en cuenta nada más? ¿Mola renunciar a las cosas que nos apasionan para estar al servicio de un ente familiar que nos han vendido y que podría funcionar tranquilamente de otra manera?
Pues no, no mola. Exigir tu tiempo, tu espacio, no es egoísmo, ni falta de cariño hacia los que te rodean, sino todo lo contrario. Quererte y escucharte a ti misma es el primer paso para poder hacerlo extensivo a los demás. Porque si no, quieras o no quieras, vas a estar resentida. Un poco o mucho, pero resentida seguro. Y te va a costar tomarte las necesidades de los demás en serio y no entenderlas como una afrenta personal.
Creo que yo no soy quien para dar consejos, pero sinceramente, tenemos solo una vida y es una pena malgastarla intentando complacer a todo el mundo y dejando de lado lo que te apasiona hacer. Así que yo diría que hay que intentar ser nosotras mismas y disfrutar del tiempo que tenemos, que a veces es más corto de lo que pensamos.
Y está bien echarle la culpa a la cultura y a la sociedad, pero al final, las que más presión nos ponemos somos nosotras. Y nosotras también somos las únicas que podemos escapar de esa presión y darnos permiso para pensar en nosotras antes de pensar en todos los demás. Vamos, que podemos elegir dejar de sacrificarnos y podemos elegir buscar nuestro espacio y escucharnos para saber qué necesitamos. Y podemos empezar ahora mismo.
Y nosotras también somos las peores juezas de nuestro género. Así que practica también con las mujeres de tu alrededor y no las juzgues, dales espacio, deja que sean como les dé la gana, aunque a ti no te mole. No seas criticona. O critica otras cosas (que criticar mola, seamos sinceras).
Relájate y baja las expectativas. Y si no llegas no has llegado. Y si no tienes tiempo y no te has depilado y los niños se han ido a dormir tarde y habéis cenado pizza congelada... ¿pasa algo? ¿Va a estallar la tercera guerra mundial o va a haber un apocalipsis zombi? Si no has hecho un trabajo excelente y no te has sacado de encima todo lo que te querías sacar, y si tu jefe te ha echado una bronca, ¿pasa algo? Quítate presión de encima, no te agobies. Un mal día lo tiene cualquiera. Y nadie llega a todo. Así que delega y relájate.
Y habla. Cuando empezamos a enseñarles a los niños a verbalizar lo que sienten... intenté hacerlo yo también. Y hay que ver cómo cambian las cosas cuando en lugar de mirar al pomelo con ojos asesinos esperando que me adivine el pensamiento le digo lo que me pasa. Muchas veces hasta lo entiende...