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Cómo pintar muebles

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Hace unos días, cuando estábamos en plena obra, de repente tuve un momento de iluminación. Ya sabemos todos que a veces soy un poquitín lerda y lenta de reflejos, así que no os sorprenderá nada que el momento de iluminación tardara tanto en llegar (¡que ya estábamos de obras!) y que fuese un poco lento... durante un tiempo estuve rumiando la idea cual vaca en la pradera sin atreverme a verbalizarla ni a darle un espacio físico en mi cerebro.

Pero de repente pensé: "¿por qué no aprovechar la obra para hacer todas esas cosas que tengo ganas de hacer y todos esos tutoriales que guardo como oro en paño en Pinterest?"

Sí, señores, esa fue mi gran revelación, mi gran momento de claridad. ¿Por qué no? ¿Por qué no aprovechar el lienzo en blanco de la obra? Aix. Famous last words. Qué bonita era la idea en teoría, qué desastre en la práctica.

Durante tres semanas de lijar, pintar, barnizar, etc, etc, he aprendido un montón de cosas sobre los muebles y la pintura y estoy muy contenta de poder compartirlas con vosotros. Vamos, que voy a escribir lo que me habría encantado que alguien me dijera antes de liarme la manta a la cabeza y pintar media casa. De nada.

Voy a hacerlo en formato lista porque mola más y porque así me resulta más fácil ordenar las ideas. Si os gusta el tema, a lo mejor lo convierto en un artículo quincenal, alternando con la Organización para desorganizados. Podría convertirse en "Bricolaje para patosos" o algo similar.

Pues venga, vamos allá. Pillad pincel y un par de sábanas viejas y nos lanzamos a la aventura.


1. Ten paciencia.

Es el mejor consejo del mundo y el más difícil de poner en práctica. Yo suelo usar esmalte al agua y cuando lo compro leo corriendo en el bote el tiempo de secado, porque es un coñazo esperar y esperar a que la pintura se seque. Pero de verdad, de la buena, ten paciencia. La bonita estantería degradada de la pompona está esperando un par de capas nuevas de pintura porque yours truly no tuvo ninguna paciencia, dio segundas capas demasiado rápido, puso cinta donde la pintura todavía estaba mojada y arrancó pintura e hizo goterones donde no debía. Para pintar un mueble de un solo color vas a tardar dos o tres días. Si vas a usar más de un color, tardarás un poco más. Ponte un plazo razonable y no pienses eso tan típico de "esto en un par de horas lo he terminado". No, cariño, no.

2. Protégelo todo

En casa guardamos las sábanas viejas para poner debajo de las piezas que pintamos o para usar de manteles cuando hacemos manualidades. Cubre tu superficie de trabajo con sábanas o papel de periódico o lo que tú quieras. Ponte ropa vieja porque no importa lo bien que pintes, seguro que acabas con alguna gota encima (si eres como yo, acabarás con varios brochazos en las piernas, las manos teñidas y hasta gotas en la espalda que no tienes ni idea de cómo han llegado ahí). No es mala idea tampoco cubrirse las manos con guantes de látex, son cómodos y te los puedes cambiar cuando estén muy sucios, para evitar manchar todo lo que tocas (desde el mango del rodillo hasta el pelo cuando te lo apartes de la cara, been there).

3. MUEBLES EN CRUDO

Te compras un mueble sin barnizar en IKEA, en un carpintero de barrio o en un centro de jardinería. O a lo mejor le das a la lijadora como un loco durante horas y horas hasta que tu mueble queda suave y blanquito como el culo de un bebé. Este es el mejor material para pintar. No hay que hacerle nada, puedes empezar enseguida, aunque yo te aconsejo, eso sí, una base o una imprimación para evitar que la madera chupe la pintura como si no hubiera mañana. De todos modos no es obligatoria y las camas de los pompones las he pintado sin ninguna base, con tres capas de esmalte al agua.

Para un mueble en crudo, cualquier pintura va bien. Yo prefiero esmalte al agua porque es más fácil de limpiar y huele mejor, pero un esmalte sintético te funcionaría igual de bien. También podrías usar chalk paint o pintura en aerosol. Pero ojo con esta última, porque se gasta con muchísima facilidad. El resultado es muy bueno, muy uniforme y profesional, pero es una pintura cara que rinde muy poco, porque gran parte de ella se va para cualquier sitio. Solo te la aconsejo en caso de piezas pequeñas o muy trabajadas. Ahí sí que no hay color, la pintura cubre todos los rincones y el acabado es perfecto. Pero para muebles grandes, mejor un bote de esmalte.

Yo creo que lo mejor es usar un rodillo pequeño (yo prefiero los de espuma) y una brocha redonda para los sitios a los que el rodillo no llega. Primero moja el pincel en la pintura y dale en todos esos rincones, que normalmente son las juntas de las piezas o las zonas talladas. Después, moja el rodillo, deslízalo por la cubeta un par de veces para no tener un exceso de pintura (que haría que el rodillo resbalase y no cubriera bien) y cubre toda la superficie del mueble con paciencia.

Te vas a dar cuenta de que el tiempo de pintar es una miseria comparado con el tiempo de secado. Vamos, que en diez minutillos tendrás todo tu mueble pintado y tendrás que esperar de 3 a 5 horas para darle una nueva capa. Oh yeah. Tómate un gin-tonic, mira un partido de baloncesto (que ahora empieza el mundial!), duérmete una siesta... Pero ten paciencia y no vuelvas a tu mueble hasta que haya pasado el tiempo de secado.

Cuando ya esté seco, coge una lija fina, de 180, y dale muy suavemente a todo el mueble, o, si te da pereza, a las zonas que vayas a tocar (vamos, que no hace falta lijar la trasera). Un toque muy ligero para que quede suave al tacto. Mejor hacerlo a mano, porque si lo haces con lijadora lo más probable es que te cargues la pintura que acabas de poner. Después de lijar pasa un trapo suave para eliminar el polvo y ya le puedes dar otra capa.


Repite dos o tres veces, según cómo quieras tu acabado y ya está, ya lo tienes pintado. Recuerda dar un último repaso con la lija para asegurarte de que todo está bien suave.

Si quieres, puedes barnizar. Yo solo uso barniz en las piezas que van a tener mucho trote y siempre lo uso incoloro y mate, pero tú puedes usar el que quieras, teniendo en cuenta que la aplicación es similar a la pintura, hay que cubrirlo todo bien, esperar a que se seque el barniz y luego lijar suavemente. Si la madera es cruda, lo más probable es que el barniz te haga salir el "repelo". Es decir, que si tu madera tiene nudos, cuando apliques el barniz en los nudos saldrán pelillos desagradables al tacto. De hecho, puede que la pintura los haga salir tambien. Si te pasa eso, coge un poco de lana de acero (es parecida a un estropajo y la encuentras en cualquier ferretería)y pásala por el repelo sin piedad. Es la manera más efectiva de deshacerse del repelo y conseguir que la madera quede suave. Es probable que con la siguiente capa salga un poquitín más. Vuelve a pasar la lana de acero y dale otra capa de pintura o barniz.

4. MUEBLES YA PINTADOS O BARNIZADOS

A veces lo que quieres es darle un aspecto nuevo a un mueble que ya tienes. Para hacerlo, tienes tres opciones:

a) Lo lijas del todo y lo tratas como a un mueble en crudo. Esta opción solo es aplicable a los muebles de madera maciza. Si tu mueble es de contrachapado y melamina puedes destrozarlo lijando. Si usas esta opción, lija tu mueble a conciencia, como hicimos nosotros con las camas del pompón friki y el pompón peque y luego trata el mueble como si fuera un mueble en crudo.


b) Usas una pintura que te permita la aplicación sobre barniz, como la chalk paint. Este tipo de pinturas se adhieren a las superficies aunque no sean porosas, es decir, aunque estén barnizadas, pintadas o lacadas. Si eliges esta opción, infórmate bien sobre los tipos de pintura que existen. Ya sabéis que yo hice un curso con Neus y quedé encantada con la pintura Auténtico. Con este tipo de pintura pintas como si fuera un mueble en crudo, pero lo más probable es que no te haga falta lijar mucho. Para terminar la pieza se suele usar cera y también barniz. Es una pintura un poco delicada, así que no te la recomiendo demasiado para una superficie con mucho uso. Eso sí, si la vas a usar sobre algún mueble que tenga mucho trote, barniza en lugar de encerar.

c) Usas una base o un pretratamiento sobre el mueble y pintas luego. Esta es mi opción favorita para los muebles baratillos de melamina. Usas primero una imprimación, que puede ser en aerosol (aunque te digo lo mismo que con la pintura: es cara!) y le das una buena capa base para cubrir la pintura, el lacado o el barniz. Dejas secar con esa nueva paciencia que has encontrado dentro de ti mismo y luego pintas igual que para un mueble en crudo.

5. Varios colores

Si vas a usar diferentes colores en tu mueble, necesitas usar cinta de pintor, esa cinta adhesiva de papel que se rompe con facilidad y se puede quitar sin dejar marcas. Vamos, el washi tape del bricolaje. Lo más importante para poner la cinta de pintor con garantías es que la pieza esté bien seca. Si colocas la cinta cuando la pintura todavía está húmeda, puedes arrancarla o puede que la nueva pintura acabe mezclándose con ella. Normalmente se pinta siempre primero el color más claro, porque si te pasas es más fácil cubrirlo que el color oscuro. Mi consejo principal para los muebles de más de un color es: PACIENCIA. Más que nunca. Vas a tardar varios días en acabar la pieza y te va a costar mucho esfuerzo conseguir líneas rectas y bien pintadas. Es parte del encanto de pintar este tipo de muebles.


Pues nada, ya está. Ahí va toda mi sabiduría en cuestión de pintura mobiliaria. A lo mejor me he dejado algo súper importante... Espero que me lo corrijáis y me lo hagáis saber en los comentarios :)

(Por cierto, ya no estoy de vacaciones. Este no es un post programado. Volvemos a la rutina.)

DIY vídeo en stop motion

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Hace años que quiero aprender a hacer un vídeo en stop motion. Años. Siempre me ha parecido algo chulo y siempre he pensado que debía de ser súper complicado. Así que todos esos años he estado posponiendo el tema hasta que tuviese mucho tiempo para buscar por internet, probar, equivocarme y aprender.

¿Y sabéis qué? Soy LERDA, lerda, lerda, lerda. Porque hacer un vídeo en stop motion es fácil, fácil, fácil.

Ya os conté una vez que a mí a veces me da pereza pensar, que solo la idea de hacer algo me cansa y que muchas veces, por no ejercitar las neuronas, dejo de hacer cosas que creo que en potencia son muy complicadas. Pues eso.

¿No os da una rabia increíble cuando después de haber pospuesto durante mucho tiempo una tarea que os parecía difícil o pesada os dais cuenta de que no solo es fácil, sino también muy divertida?

Pues exactamente eso: hacer stop motion es fácil, divertido y bastante adictivo. Y barato, porque no necesitáis nada complicado o chungo, solo una cámara, un trípode (comprado o improvisado) y un ordenador. Y una idea que queráis materializar, vamos. ¿Os cuento cómo?

Lo primero es saber muy bien qué queréis filmar. Así que no está de más crear un pequeño storyboard que nos cuente qué tenemos que grabar. ¿Qué es un storyboard? Pues una serie de fotogramas en los que dibujamos o escribimos qué queremos tener en cada una de las fotos de nuestra peli. No hace falta tener uno por peli, pero sí una idea aproximada de los cambios de escena que queremos tener. Nos va a servir como guía para saber lo que hemos pensado, cómo queremos colocar los objetos y qué queremos hacer con ellos. Si hacemos una animación básica no hace falta, porque vamos a tener más o menos todas las ideas en la cabeza, pero si hacemos una peli más larga, con personajes que entran y salen, un buen storyboard te va a ayudar a situarte y a recordar lo que has pensado. Os dejo la muestra de nuestro vídeo para que veáis cómo lo hicimos nosotros.

Es un storyboard bilingüe :)

Una vez ya sabes lo que quieres hacer y lo tienes todo pensado, toca pasar a la acción y montar un pequeño escenario. Yo lo monté con mi trípode en alto y usé el suelo como fondo, pero también puedes usar la mesa como trípode y organizar una pequeña escena delante de la cámara, poniendo una cartulina o un papel de fondo. Incluso puedes usar una caja de luz y poner tu escena dentro.

Lo que es realmente importante es que tu fondo esté bien fijo (sujeta bien el papel o la cartulina a la pared y a la mesa para que no se muevan) y que hagas unas marcas que te sirvan de referencia para todas las fotos. ¿Qué marcas? Pues una marca en cada esquina, que encuadre las fotos. Así, si por lo que sea se te mueve un poco la cámara, o tienes cualquier otro problema, no pasa nada, porque las marcas te permitirán cortar todas las fotos de la misma manera, con el mismo enfoque.


En el suelo hice unas marcas con washi, pero si usas una cartulina puedes hacerlas con un rotulador grueso.

Ya solo te queda ir haciendo las diferentes fotos. Primero deja una del fondo sin ningún personaje y luego ve añadiéndolos poco a poco y haciendo todos los movimientos que querías. Recuerda que para que quede bien hay que mover los objetos poco en cada foto, unos milímetros. Si haces grandes movimientos no se verá ninguna progresión, sino unos saltos muy raros y no dará la sensación de animación.

Cada vez que muevas algo, saca una foto. No cometas el mismo error que yo (veréis que en mi animación hay alguna foto un poco desenfocada) y si tu cámara te lo permite, enfoca primero la escena y luego quítale el autofocus y déjalo en manual para no tocar más el enfoque. Así todas tus fotos tendrán la misma nitidez.

Saca todas las fotos que quieras, con todos tus movimientos. Ten paciencia y repite las fotos que no salgan del todo bien. Piensa que luego no podrás repetir alguna foto sola, porque te costará que la iluminación sea la misma y se notará en tu animación. Así que tómate tu tiempo ahora, más vale que sobren fotos.

Cuando ya tengas todas tus fotos, es el momento de cortarlas todas a la misma medida. Para eso vas a usar tus marcas, que te encuadran la foto. Corta todas las fotos según esas marcas, así todas tendrán el mismo tamaño y estarán centradas en lo mismo.

No sé si se ve mucho, pero en la parte gris, la que he cortado, está mi washi a rayas

Y ahora viene la fase de montaje, que no podría ser más fácil. Seguro que en tu ordenador tienes Windows Movie Maker (y si no lo tienes lo puedes bajar fácilmente y gratis desde la página de Microsoft). Pues ábrelo. Si tienes Mac, puedes utilizar el iStopMotion, funciona un poco diferente, pero también es muy fácil de usar.

Bien, ¿ya has abierto Movie Maker? Pues dale a "Agregar vídeos y fotos" y añade todas tus imágenes en orden. Se irán colocando a mano derecha, bien organizadas.

Solo te queda marcar el tiempo que quieres que esté cada fotograma en pantalla. Marca todos los fotogramas pulsando el ratón y Mayúsculas al mismo tiempo. Cuando los tengas todos seleccionados, vete a Editar y cambia la Duración. Verás que la mínima es un segundo, pero puedes escribir tú mismo el valor que quieras. Yo le pongo 0,20, que es una duración que me gusta y me parece que queda bien.


Y ya está, puedes mirar cómo queda tu vídeo en el visor de la parte izquierda. Chulo, ¿verdad? Ahora ya puedes importarlo en Archivo-Guardar película o publicarlo en YouTube, Facebook o donde quieras en Archivo-Publicar película.

¿Queréis ver cómo ha quedado el nuestro?


Bobina de hilo

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Desde que empecé con el blog y a leer otros blogs, tengo dos enfermedades graves.

La primera es el culoveoculoquierismo. No miréis para otro lado, que sé que la sufrís todos en silencio, como las hemorroides. Eso de ver que fulanita ha cosido esto, que menganito ha tejido lo otro, que esta hace unas fotos de caerse de culo y que el otro cocina como los ángeles... bueno, pasa factura y crea necesidades. Y de repente todos queremos aprender a hacer de todo o TENEMOS que ponernos a fabricar algo nuevo aunque tengamos diez proyectos empezados acumulados en diferentes rincones de la casa. Y salimos a comprarnos una lijadora, kilo y tres cuartos de elástico gordo y una botella familiar de Coca-Cola para poder aguantar hasta las tres de la mañana quemándonos las pestañas mientras editamos nuestras fotos. Que sí, que yo sé que también os pasa, que la envidia es muy mala.

La otra es el síndrome de "hacer eso es muy fácil" (o su versión alternativa: "hacer eso es muy barato"). Vamos, que uno está paseando y de repente ve un cuenco de cerámica precioso. Y en lugar de mirar el precio, contar los leuros que tiene en la cartera y decidir o no comprarlo, uno le da vueltas entre las manos, repasa todos los surcos, olisquea el barniz del acabado, toma medidas con el pulgar y acaba diciendo: "No, si hacer este cuenco es muy fácil. Mañana me pongo en un rato y saco seis."

Por un lado, eso tiene beneficios inmediatos para la economía y para la organización del hogar. Eso no se lo vamos a negar. Pero por otro, tiene un efecto horroroso sobre la autoestima. Porque después de quince horas peleándonos con una arcilla handmade que hemos visto en Pinterest, miramos el triste (y feo) montón de barro que tenemos entre las manos y nos maldecimos mil veces por no habernos rascado los bolsillos para sacar un billete cuando tuvimos el original a tiro. Y pensamos que somos unos inútiles que no nos merecemos tener un blog porque todo lo que hacemos es horrible. Y nos compramos un kilo de helado pijo y nos lo comemos con una cuchara de sopa mientras vemos realities en Divinity y lloramos porque además nos hemos saltado la dieta. Bueno, a lo mejor eso último lo hago solo yo.

En fin, que me faltan dedos para contar la cantidad de veces que he dejado de comprarme una blusa porque "eso ya lo hago yo", una bufanda porque "eso son dos minutos" o una lámpara porque "eso es totalmente DIY". Pero no me quejo, que como siempre ha dicho mi madre: "sarna con gusto no pica".

Sin embargo hay veces maravillosas en las que no te hace falta comerte un helado y casi, casi te comes una manzana y sales a correr después de terminar un proyecto. He dicho "casi, casi".

Hace meses compré una bobina de madera en alguna feria de manualidades. Juraría que lo hice en la parada de Tornería Castells, en la que siempre acabo pecando porque tienen cosas muy bonitas (y todavía no me apaño lo suficiente con la madera como para decir: "eso ya lo hago yo". Todo llegará.). En fin, que compré la bobina, pero por más que la miraba y la miraba, no le acababa de encontrar la gracia.

Lo malo de comprar este tipo de cosas (y no tener una abuela que te las pase) es que generalmente las líneas de los productos son súper definidas y tirando a modernillas. Mi bobina de hilo tenía unos cantos pronunciados y no me acababa de gustar del todo. Y llevaba varios meses de aquí para allá dando vueltas por casa.


Así que el fin de semana me puse manos a la obra, recuperé mis herramientas (que después de las obras estaban un poco desperdigadas) y le di a la bobina el aspecto que quería.

Lo primero que hice fue sacar mi Dremel y ponerle el cabezal lijador. Voy a ser sincera: lijar con el Dremel es una pesadilla, especialmente después de haber usado una buena lijadora. Pero precisamente eso era lo que quería, dejar la superficie un poco irregular, como si se hubiese gastado y golpeado.


Con una lija basta redondeé los cantos y le di algún golpe por toda la superficie para gastar la bobina. Luego, con una lija fina lo repasé todo para que quedase suave y agradable al tacto.

Lo limpié muy bien con un paño, ya sabéis que las lijadoras las carga el diablo y hay que quitar bien todo el polvo que queda acumulado por ahí si no queréis sufrir un ataque de asma y encontrar restos de madera hasta en el sujetador cuando el médico os ausculte.

Luego cogí un tinte color nogal y con una gasa (se pueden comprar bolsas de gasa para pintar en ferreterías) apliqué el tinte por toda la superficie de la bobina, que como no estaba tratada lo chupó como una esponja sin ningún tipo de problema.


Luego lo dejé secar y... ¡ya está! Cogí un rollo de cuerda de papel y envolví la bobina con ella. El toque final lo puso la tijera que compré en Copenhague y que Kaja me ha traído ahora que ha venido de visita.


Estoy muy enamorada del resultado, por muchos motivos. Primero, porque es bonito y luego, porque "es muy fácil" y también "es muy barato". Y cuando un proyecto me sirve para reafirmarme en una de mis enfermedades, para mí es un éxito total.


Venga, enfermos, contadme vuestros síntomas.

Organización mental

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Aunque parezca mentira, el lugar más desorganizado de mi entorno no es mi estudio, ni mi armario, sino mi cerebro. Y os juro que si vieseis mi estudio os parecería mentira.

Llevo años intentando encontrar un sistema que me funcione, sean agendas, organizadores semanales, pizarras, post-it... cualquier cosa. Y no lo consigo. Yo soy de los que lo tienen todo en la cabeza, o lo que es lo mismo, de los que no tienen nada porque siempre se olvidan de algo. Y eso me genera un montón de estrés.

A veces me meto en la cama y de repente el corazón me da un vuelco porque me doy cuenta de que me he olvidado de algo importante (o no tan importante, pero el olvido lo eleva a proporciones catastróficas) y me empiezo a angustiar y me cuesta dormirme. Otras empiezo la mañana pensando que tengo tantas cosas que hacer que me agobio y soy incapaz de concentrarme en una sola. Y muchas veces hago un montón de tareas al mismo tiempo, todas medio mal y todas con sensación de urgencia.

Vamos, que me encantaría ser de esas personas que lo tienen todo bien calculado y organizado con bloques de tiempo exactos para cada cosa y una agenda de esas que dan envidia, con sus bolis de colores y sus washis y sus dibujitos artísticos, en lugar de ser la que se queda el día antes de una entrega trabajando hasta las tres de la mañana y la que siempre tiene que pedir una segunda hora en el médico porque la primera se le olvida o está apuntada en un papelito sepultado entre otros miles de papeles iguales.

Porque eso sí, yo apuntar, apunto. Normalmente en el sobre de la carta del banco o en la parte de atrás de la publicidad de la pizzería. Apunto rápido, para que no se me olvide y luego no sé cuándo lo escribí ni que significan esos garabatos y esos símbolos que tenían una lógica absoluta en el momento en el que los hice.

Ojalá pudiera deciros que ahora voy a compartir con vosotros el método infalible que me ha cambiado la vida, pero no. Eso sí, voy a contaros las estrategias que mejor funcionan en mi mundo de caos (o de espíritu creativo, que siempre queda más fino) y que me hacen no perder la cabeza cuando parece que estoy a punto.


1. Vacía el cerebro

No sé cuándo ni dónde leí por primera vez el concepto brain dump (literalmente, vaciado de cerebro, o vertido de cerebro), pero me hizo mucha gracia y me pareció un punto ridículo. Unas semanas después, en un ataque de histerismo, decidí probar y me he vuelto fan. Coged una hoja de papel y apuntad literalmente TODO lo que os venga a la cabeza. Podéis hacer bonitos diagramas con circulitos y flechas o sencillamente vomitar todo lo que esté ahí dando vueltas sin mucho orden. Cuando acabéis, tendréis la sensación de que ya está, no se os puede olvidar nada porque lo habéis apuntado todo. Es bastante liberador cuando os parece que tenéis demasiadas cosas en la cabeza.

2. Haz listas

Principalmente una lista de tareas pendientes. Tenemos una capacidad incalculable de agobiarnos porque nos da la sensación de que es imposible que lleguemos a todo, pero solo es eso, una sensación. Siempre que empiezo a hiperventilar y estoy al borde de las lágrimas porque creo que no voy a tener vida durante los dos próximos meses, sepultada en trabajo y gestiones, hago listas con las tareas que tengo que hacer y me sorprende comprobar que no tengo tantísimas cosas pendientes como creía. Así me tranquilizo y puedo empezar por el principio.

3. Divide y vencerás

A la hora de hacer listas con tareas, divide las más genéricas en tareas pequeñitas y medibles. Vamos, que puedas ir tachando pequeñísimas victorias a lo largo del día. Por ejemplo, que no sea: "organizar el estudio" sino más bien "limpiar la mesa del estudio", "ordenar los cajones", "recoger todos los trastos que hay en el suelo". Es mucho mejor pensar que hemos hecho una tarea de tres que pensar que todavía no hemos terminado con la súper tarea que nos habíamos impuesto.

4. Usa avisos y tareas

Yo intento, aunque a veces no me apaño, usar los avisos de Outlook para acordarme de las citas con horario que voy teniendo durante la semana. Lo del médico no tiene remedio, pero si alguien me manda una convocatoria de reunión por correo electrónico, lo primero que hago es meterla en mi calendario y pedirle que me avise el día antes y una hora antes. Así me aseguro de no dejarme nada. Outlook también tiene un sistema de tareas en el que te puedes apuntar cosas pendientes y adjuntar correos o archivos relacionados. Y si no usáis Outlook, Google incluye toooodo eso y más en sus calendarios.

5. Cómprate una libreta

Solo una, que sea bonita, y póntela en el bolso, junto al ordenador o donde sea más probable que la tengas a mano. Apúntalo todo ahí, tanto si es un vaciado de cabeza como una lista de tareas pendientes, el menú de la semana o el teléfono del podólogo. Solo una. Destierra los papelitos de tu vida, o pégalos en tu libreta con un washi bonito después de haberlos escrito.


6. Ordena

Os vais a reír de mí, pero una de las cosas que hago siempre que estoy muy estresada porque no llego y porque tengo mil cosas que hacer es parar y ordenar mi mesa de trabajo. Tiro lo que ya no vale, paso un trapo, ordeno un cajón... Me dejo la mesa como los chorros del oro. Pierdo a lo mejor una hora, pero me tranquilizo, me relajo y después trabajo en un ambiente mucho más organizado y rindo más.

7. Ponte objetivos

A veces tengo suerte y una sola tarea por delante, así que el trabajo me absorbe durante horas. Pero lo más habitual es que tenga varios fuegos que apagar, correos que escribir y pequeñas tareas. Así que me pongo pequeños objetivos con un premio asociado. Contestar diez correos y tomarme algo. Terminar diez páginas de traducción y hacer una pausa para mirar blogs. Hacer las llamadas que tengo pendientes y tejer dos vueltas del jersey que me estoy haciendo. Me cuesta mucho menos concentrarme si sé que son pequeñas dosis concentradas y que luego voy a parar.

8. Di no

A mí me cuesta horrores. Yo lo haría todo y me apuntaría a todo y colaboraría con todo. Pero, ¿sabéis qué? No se puede. Y para que vuestra lista de tareas pendientes no se desborde, a veces hay que decir que no, hay que delegar o hay que sacar de nuestra vida algunas cosas que nos gustaría hacer. A lo mejor no es el momento de unirse a la AMPA del cole o de participar en la Asociación de amigos del escarabajo pelotero. Quizás es el momento de pedirle a otra persona que se encargue de mantener el blog de la empresa de tu primo. No es que seas una mala persona ni que no quieras ayudar, es simplemente que a veces hay que simplificar y elegir menos cosas para hacerlas mejor. Pídele a tu pomelo que se encargue de algo que haces tú y no lo critiques si no lo hace como tú lo harías. Y si no puedes ayudar a tu verdulera a retocar sus fotos en Photoshop este mes, pues no puedes y punto. No te cargues de más trabajo del que puedes hacer. (Y este es claramente un consejo que yo no sigo y que tengo que aprender a aplicar.)

9. Hazte un café, un té, una Cocacola con hielo...

Relájate, que no se acaba el mundo. Estoy harta de que me digan que no sé qué es urgente y no sé qué otra cosa es básico que esté ahora mismo y que va a estallar la tercera guerra mundial si no acabo no sé cuánto a tiempo. ¿La verdad? No es para tanto. Nunca es para tanto. Así que relájate, tómate algo, haz una pausa y luego ponte a trabajar en serio, pero sin agobiarte.

Y el consejo más importante de todos:

10. NO TE FUSTIGUES!

Nunca. Que sobre todo las mujeres tenemos tendencia a pensar que si no hacemos más es por culpa nuestra y no es verdad. Si quisiésemos, podríamos tener todo el día lleno de tareas. Pero no queremos, ¿verdad? Así que guárdate un rato para ti, para hacer algo que te gusta, para salir a cenar con tus amigos, para ver el partido del Barça (o del Atlético, va), para echarte una partidita a la Wii y para comer pipas. Porque eso es lo que más necesitas para organizarte mejor y hacer todo lo que tienes pendiente.


¿Vosotros qué? ¿Sois un desastre como yo o tenéis agendas bonitas con notas de colores? ¿Se os olvidan las cosas? ¿Os agobiáis por todo? Decidme que sí para que no me sienta tan sola...

Pastel de plátano y mantequilla de cacahuete

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Vale, lo admito, salgo del armario: tengo una relación de amor-odio con la comida. Sí, ya lo sé, no he inventado la sopa de ajo, ¿a quién no le pasa? Yo sospecho que le ocurre a un porcentaje bastante elevado de la población... el mismo porcentaje que se apunta al gimnasio o se compra revistas de fitness con un único objetivo: hacer más ejercicio para poder comer más.

Porque, venga, ese es el único motivo que puede haber para levantarse a las seis de la mañana cuando afuera arrecian el viento y la lluvia, enfundarse un chándal horroroso que realza todas las lorzas que nos empeñamos en camuflar el resto del día, abandonar el cálido abrazo de nuestras mantas y lanzarnos a la aventura, para volver una hora después con las orejas heladas pero sudando a chorro como en el trópico y apestando a humanidad.

Aunque eso, en casa, lo hace el pomelo. Yo me juro que voy a ser más sana y que algún día voy a encontrar mi deporte... pero, qué queréis que os diga. A mi edad ya va siendo hora de enfrentarme a una realidad dolorosa, pero a la vez liberadora: no me gusta hacer ejercicio.

Pero sí que me gusta comer y por eso tengo una relación de amor-odio con la comida: porque no tengo ninguna excusa para comer de más. Cuando el pomelo acaba una maratón y me dice la cantidad de calorías que ha quemado, el odio me corroe por dentro. Creo que si algún día me divorcio, será después de una de esas pruebas de diez horas en las que gasta las calorías que yo debería comer en una semana. Y se mete entre pecho y espalda unos banquetes en los que yo le acompaño por solidaridad, pero que no me puedo permitir. Qué dura es la vida de la mujer del runner.

Hoy me decía una amiga que salir a correr le produce euforia. Y yo me imagino que es la euforia de saber que va a caer un croissant untado en Nutella sin sentir ningún tipo de culpabilidad. Madre mía, qué bonito debe ser.

Pero en fin, los que no tenemos un metabolismo privilegiado ni salimos a correr, ni a nadar, ni en bici, estamos condenados a vivir toda la vida de Gran D (la recuperamos en unos días, cuando los pompones empiecen el cole!) y a mirar con envidia a los triatletas y sus desayunos de tenedor y cuchillo.

Y sin embargo, a menudo, pecamos. Porque la vida no sería la misma sin portarse un poco mal de vez en cuando.


Así que cuando vi que había tres tristes plátanos tirando a marrones en la nevera, pensé que había llegado el momento de hacer un pan de plátano. Si no conocéis estos panes típicos, no tenéis perdón. Son el plato perfecto para aprovechar los plátanos moribundos y no tirarlos (aunque también podéis hacer batidos o una de mis debilidades, un plátano muy maduro bien machacado con un tenedor y un chorro de miel por encima. Slurps.), y también para aromatizar la casa naturalmente con la mejor de las esencias, la de una masa en el horno.

Son panes dulces, pero no demasiado, que se pueden tostar y untar como cualquier otro pan, pero también se pueden comer solos, porque suelen estar aromatizados con especias como canela o nuez moscada.

¿Tenéis algún plátano finado y queréis probar? Pues venga.

2 tazas de harina
2 cucharaditas de polvo de hornear
1 pellizco de sal
1/2 cucharadita de nuez moscada
1/2 taza de mantequilla
2/3 taza de azúcar moreno
2 huevos
1 chorrito de esencia de vainilla
1/2 taza de mantequilla de cacahuete
3 plátanos maduros

Poned a precalentar el horno a 180º.

Mezclad la harina, el polvo de hornear, la sal y la nuez moscada (que podéis sustituir por canela, 5 especias, clavo... lo que os guste). Reservad.

Batid la mantequilla (mejor a temperatura ambiente) con el azúcar moreno durante tres o cuatro minutos, hasta que el azúcar se haya integrado bien. No os preocupéis si queda algún grumo de azúcar (el azúcar moreno es bastante propenso a ellos) porque caramelizará en el horno.

Añadid un huevo y seguid batiendo. Añadid el otro. Incorporadlos bien. Añadid la esencia de vainilla y cuando esté integrada, añadid la mantequilla de cacahuete. Batid bien.

Agregad una tercera parte de la mezcla de harina. Batid bien. Añadid la tercera parte de los plátanos machacados. Repetid hasta acabar con la harina y los plátanos.

Untad con mantequilla un molde, idealmente alargado, de plum cake. Verted la masa y hornead 20 minutos o hasta que pinchando con un escarbadientes, este salga seco.

Desmoldad y dejad enfríar encima de una rejilla. Oledlo sin disimulo, acercando mucho la nariz.

Cortad en rebanadas y no dejéis ni las migas!


En casa las féminas somos muy fans de este pan, que tiene mucho cuerpo y un gusto profundo. Jo, parezco una súper profesional y a lo mejor estoy diciendo una chorrada como un piano. Mejor lo probáis y me contáis. ¿Sois fans del pan de plátano?

Bolso Willy Fog

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Soy un poco desastre con el teléfono. Bueno, va, sin paños calientes: soy fatal con el teléfono, soy lo peor del mundo. Puedo pasarme dos días alimentando a mis Sims cada veinte minutos, sí, pero lo más probable es que me vaya a una reunión importante de trabajo y me lo olvide en casa o que lo ponga en silencio en el cine y me dé cuenta cuatro días después, de casualidad, cuando mi madre, pensando que estoy tendida en un charco de sangre o que tengo todos los dedos rotos y por eso no contesto, llame al teléfono de casa y lance sonoros suspiros cuando por fin descuelgue.

Y también puede ser que no me lo haya olvidado y no esté en silencio, pero que ver el número o el nombre de la persona que me llama en pantalla me provoque sudores fríos, miedo visceral o sencillamente inquietud o agobio. Y no, no es porque me llame gente que da pánico o es muy pesada, sino que no me gusta hablar por teléfono.

No me gusta hablar por teléfono, ya está, ya lo he dicho. En persona y en petit comité doy el pego, pero con grandes cantidades de gente y por teléfono o videoconferencia... como que no. Se ve que eso forma parte de la personalidad de los introvertidos y que no tengo por qué sentirme culpable. Eso lo sé gracias a Gemma que colgó una vez un artículo en Twitter que lo decía. (Artículo genial que me tranquilizó tremendamente, pero eso lo comentamos otro día).

Pero bueno, que me disperso: soy un desastre con el teléfono. Y eso se extiende al Whatsapp. Para mí es un misterio misterioso eso de darle a la tecla de manera compulsiva y mantener varias conversaciones a la vez. A mí Whatsapp me estresa por varios motivos, pero principalmente porque tengo dedos como morcillas que hacen que mi velocidad de tecleo sea ridícula. Y porque soy una purista lingüística incapaz de escribir sin acentos. Combinad ambas características y tendréis a la mensajeadora más lenta EVER.

Por eso no deja de ser un milagro que tenga tan buenas amigas a las que solo conozco por Whatsapp. Y por sus blogs. Pero sobre todo por Whatsapp.

Ya os conté hace unos meses que había conocido a un grupo de mujeres (blogueras y costureras) espectaculares que me hacen la vida mucho más divertida. Unas chicas que siempre están ahí, con las que comparto risas, problemas y consejos, y que, curiosamente, son amigas pese a tener muy pocas cosas en común.

Yo soy muy fan de esas situaciones que te hacen conocer a gente a la que no habrías conocido de otro modo, y que además te hacen conocerla profundamente, sin prejuicios y más allá de las apariencias. Porque entonces descubres que gente a la que crees que no te une absolutamente nada puede convertirse en parte de tu vida. Y eso es una de las muchísimas cosas que me ha ofrecido este grupo de Whatsapp.

En fin, que así fue como conocí a Charo. Yo no sé si había estado alguna vez en su blog hasta que empecé a whatsappear con ella, creo que no, pero desde el momento en que la conocí, se convirtió en una de esas amigas a las que se lo contarías todo, una de esas con las que te quedarías hasta las tres de la mañana charlando, comiendo helado y muriéndote de la risa.

Charo es divertida, graciosa y buena, muy buena. Una de esas personas que te hacen sonreír quieras o no quieras y que te contagian entusiasmo. Así que cuando nos contó que estaba preparando un patrón y nos preguntó si queríamos echarle una mano para probarlo... fue imposible decir que no.


Ya sabéis que yo soy costurera novata y que no dedico todo mi tiempo de ocio al noble arte de las puntadas, sino que diversifico bastante, así que decidí empezar por hacer la versión más básica del bolso con lo que tenía por casa.

El patrón tiene dos tamaños: bolso de fin de semana o bolso de mano. Yo hice el grande porque justamente estos días hemos estado en Lleida y me venía bien. Cargué la ropa de los tres pompones para dos días y todavía me quedó un poco de espacio para el neceser y unos zapatos de recambio de la pompona, así que es bastante grande.


Usé una tela que compramos en los Encants, que parece la piel de un dálmata y lo único que hice para darle un poquito de alegría y de color fue poner una cremallera verde, un cordoncillo rojo en el bolsillo y unas asas de cinta de mochila rojas.

No le puse forro ni nada, ya os digo, la versión más sencilla de todas. Eso sí, esta semana voy a ver si hago alguno versión mini como bolso de mano para mí.


¿Qué estáis esperando? Pasaos por el blog de Charo a ver todas las versiones de mis amigas virtuales. Así, además, las conocéis y a lo mejor os pasa lo mismo que a mí, que de repente ya no podéis vivir sin ellas.

Escapada a Lleida

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Hay veces que planeas un fin de semana hasta el último detalle, con un montón de actividades, mil cosas que quieres hacer y una organización impecable, y otras que, sencillamente, te dejas llevar. Supongo que no hace falta que os diga qué es lo que suelo hacer yo, porque ya me conocéis y sabéis perfectamente cuál es mi enfoque ante todas nuestras excursiones :)

Yo soy de los que tienen una lista de cosas para ver, pero casi nunca tienen horarios ni prisa ni una relación detallada de direcciones. Siempre que salgo de casa lo hago con ganas de callejear sin rumbo fijo, de caminar hasta que los pies me digan basta y de comer de pie en cualquier esquina. Por romántico que pueda parecer, eso suele implicar malos humores, monumentos cerrados, peleas porque son las cuatro de la tarde y ya no nos dan de comer en ningún sitio y una larga lista de cosas que me pierdo en casi todas las ciudades porque no se podía llegar caminando o porque leí tan en diagonal la guía que me salté ese párrafo.

Por suerte, tenemos algunos amigos que son todo lo contrario y siempre saben dónde hay que ir, a qué hora hay que ir y lo más importante, qué vamos a comer.

Normalmente alguien que no soy yo envía un correo de organización, planea las comidas y ofrece un horario, aunque sea provisional. Después las actividades mandan, los horas se contraen o se dilatan y básicamente hacemos lo que podemos en función de la lista de cosas que habíamos planificado.

Esta vez no fue así. Esta vez nos fuimos a la aventura porque la organizadora oficial tenía trabajo y no se puso las pilas. Salimos de casa con sitio para dormir y ganas de hacer una actividad. Lo demás estaba un poco en el aire, con algunas ideas y propuestas, pero nada cerrado. Vamos, un viaje a medida para mí y mi desorganización congénita. Y una de esas raras veces en las que se alinean los planetas (pun intended, porque hubo visita a un observatorio astronómico) y de la falta de planificación sale uno de los fines de semana más increíbles que hemos vivido.

Escogimos Lleida porque descubrimos que allí había un laberinto en una plantación de maíz. Yo tenía muchísimas ganas de ir a alguno, porque son cosas típicas de las pelis y tal, y lo alargamos a fin de semana para poder ir a Lleida capital, donde ni Francis ni yo habíamos estado.

Lo primero que hicimos fue coger el coche, la banda sonora de Life Aquatic y un CD de los Blues Brothers y cantar durante todo el camino. Los pompones tienen un gusto muy exigente (y ecléctico) y adoran canciones tan dispares como esta, esta, esta o esta. No sé si desesperarme o alegrarme de que sean tan rarunos...


Fuimos directos hacia la Masia Pedrolet, en Camarasa. Aunque la casa está un poco en el medio de ninguna parte, es cómoda, grande y los dueños son una pareja encantadora que nos llevó hasta el restaurante del pueblo para que nos agasajaran. Así que sin tener mucha cosa planificada acabamos en el ruidoso y concurrido comedor de Can Pere, donde nos metimos entre pecho y espalda un menú típico de esos que tardas tres días en digerir. No llevábamos ni tres horas en destino y ya la pompona y Pau, su alma gemela, se habían hecho amigos de medio pueblo a base de observarlos muy fijamente y hacer todo tipo de preguntas impertinentes.


Con los sentidos un poco embotados por la comilona, nos fuimos al laberinto de maíz. Primero nos perdimos y dimos una interesante vuelta por los campos de maíz y de manzanos de Castellserà. Pero acabamos llegando a la plantación, que curiosamente era en una casa particular. El laberinto tenía dos kilómetros de caminos y un juego de pistas. Estábamos totalmente solos, así que nos dividimos en dos equipos (adultos contra pompones) y nos metimos en el maizal. Estaba un pelín seco porque el fin de semana que viene ya es el último (y organizan una fiesta de terror antes de la cosecha!) pero nos divertimos muchísimo corriendo camino arriba y camino abajo e intentando resolver los acertijos que había en los callejones sin salida.

Pese a que los adultos hicimos trampa vilmente (con alguna consulta a internet incluida), los pompones acertaron más preguntas que nosotros y nos ganaron por goleada. Aunque ellos también hicieron trampa y se colaron entre las plantas cuando se hartaron de buscar infructuosamente la salida.

Mientras nos tomábamos algo en el jardín de los dueños del laberinto, la señora de la casa nos habló del Parque Astronómico de Montsec y de la increíble visita nocturna. Y entonces y ahí decidimos que podía ser una buena actividad para esa misma noche, pese a las protestas de los pompones, que consideraban que una pelota y el patio de la Masia Pedrolet eran plan suficiente para lo que quedaba de tarde.


Fue una suerte que hiciésemos caso omiso de sus quejas y sus súplicas, porque la visita al Centro de Observación del Universo es una de las actividades más increíbles que hemos hecho en la vida. No os la podéis perder. De hecho, os aconsejo que vayáis con tiempo a sacar las entradas, porque vuelan. Hay dos pases, uno a las diez y otro a las doce de la noche.


La visita está dividida en dos partes. Nosotros hicimos primero la observación. Los dos astrónomos, Pau y Joan, nos enseñaron un montón de cosas interesantísimas. Joan nos mostró las imágenes de los tres telescopios que usan (vimos una galaxia!!) y nos habló de distancias (el concepto año luz, por ejemplo, quedó clarísimo) y de tiempo, y de la paradoja de estar viendo cosas que ya no existen. Pau, en cambio, nos enseñó las constelaciones y nos dio algunos trucos para encontrarlas a simple vista.

La segunda parte fue en el planetario, donde descubrimos que el sol no pasa por doce constelaciones, sino por trece, y que estas cambian con el tiempo, además de ver exactamente dónde está la Tierra dentro de la Vía Láctea y de hacer una visita virtual a algunos planetas. El planetario es único en el mundo porque esconde un secreto que no os pienso desvelar para que vayáis y lo veáis vosotros mismos.

Salimos de allí entusiasmados, con la cabeza llena de datos y de conocimientos nuevos, dispuestos a apuntar unos prismáticos al cielo estrellado siempre que podamos. Es una visita obligada si estáis en la zona, e incluso vale la pena escaparse únicamente para verlo. Nos dejó boquiabiertos.


Al día siguiente nos levantamos tirando a tarde, pero decididos a salir a pasear. El pomelo y yo tenemos una amiga de la zona que nos había recomendado la visita al Congost de Mont-Rebei. Yo no estaba muy convencida porque entre mis múltiples errores de funcionamiento tengo un vértigo mortal y estar cerca de cualquier caída libre me paraliza, pero acabó siendo una de las excursiones más bonitas que hemos hecho.

El paseo empezó tranquilo, con alturas soportables y caminos anchos, hasta que de repente el pomelo, que iba unos metros por delante, se dio la vuelta y les dijo a los pompones que tenían que darle la mano a un adulto. No exagero cuando digo que en ese momento sentí que se me caía el alma a los pies y noté que la sangre abandonaba la mitad superior de mi cuerpo, particularmente el cerebro.


Delante tenía una de las cosas que más pánico me dan en la vida... un puente colgante, de esos de caída libre debajo, de esos en los que se ve la caída a través del suelo. No sé por qué no lloré, pero no fue por falta de ganas. El muy puñetero, además, se movía, y más todavía con el grupo de deportistas que se sacaban fotos encaramados a las barandillas. Yo estaba demasiado asustada para fulminarlos con la mirada, así que, cogida a la mano del pompón peque, que sufrió vértigo por simpatía, crucé como pude ante los vítores y aplausos de mis compañeros de excursión, que sospecho que eran más burlones que otra cosa.

A partir de ahí el paseo fue un poco un infierno, porque empezamos a aumentar la altura, los caminos se estrecharon, las caídas empezaron a ser más imponentes... Suerte que le di a la lengua en todo momento y me distraje lo suficiente para no montar una escena.


Finalmente decidimos bajar hasta el agua en algún lugar que fuera más o menos accesible y acabamos encontrando un lugar increíble, un poco por casualidad. Un camino en la roca se abría paso hasta el río y bajaba por él. Los cinco pompones que llevábamos tardaron menos en desnudarse que yo en acabar con un bote de Nutella y se lanzaron al agua sin pensárselo, entre gritos de sorpresa por la cantidad de peces que pasaban junto a ellos. Fue una tarde espectacular en uno de los sitios más bonitos que he visto, al que, evidentemente, las fotos no hacen justicia.


Cansados, sudados y muriéndonos por una cocacola con hielo nos acercamos a Benabarre. Y allí encontramos una chocolatería espectacular donde compramos un montón de caprichos, entre los que hay que destacar la fruta seca y confitada cubierta de chocolate. El jengibre estaba para montarle un monumento a la dependienta.

Los pompones improvisaron un partido de fútbol en la plaza del pueblo y se empaparon en la fuente mientras los adultos repasábamos las pocas tiendas abiertas para improvisar una cena en casa.


El último día nos fuimos para Lleida capital. Como no podía ser de otra manera, por falta de planificación no pudimos subir a la torre de la Seu Vella, pero dimos un paseo por su claustro, de los más bonitos que hemos visto. El edificio en sí es muy curioso, con una parte claramente románica y otra mucho más gótica. Luego paseamos un poco por el casco antiguo y terminamos en La Huerta comiendo unos caracoles espectaculares.


La vuelta a casa, con el tiempo justo para una tazón de leche con galletas y una buena ducha, nos dejó contentos y muy, muy preparados para la vuelta al cole. No sé si os lo había dicho ya, pero en casa hacía muuuucha falta que llegara ya.

En fin, viva Lleida, con un montón de planes que nos han quedado pendientes y que nos van a obligar a volver pronto! Y vivan los planes improvisados, los viajes sin mapa, las ideas locas. Porque a veces nos ofrecen momentos únicos que creo que vamos a recordar toda la vida.

Cojines impermeables

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¡Buenos días de lunes! Ha sido un fin de semana perfecto. Sí, sí, bastante perfecto. Y a diferencia del pasado, no porque hayamos salido de paseo y hayamos ido a ver rincones que no conocíamos. Sino por todo lo contrario.

La pompona lleva cinco (eternos) días enferma y el domingo yo misma me levanté como una sopa y con dolor de garganta. Así que salvo escaparnos el sábado a comer a casa de mi suegra (sin el pomelo, porque mi suegra es guay) no hemos hecho nada más que estar en casa, desconectar y ponernos al día.

No, no es una contradicción. Por un lado, ha habido desconexión total, particularmente por mi parte. Estoy aprendiendo a no abrir el correo electrónico durante el fin de semana. Para nada. Ya lo hablaremos en un post de "organización para desorganizados", pero vamos a ser sinceros: leer el correo antes de tiempo no te da ninguna ventaja. Todo lo contrario. Si lees el correo y sabes lo que te espera el lunes, lo más probable es que te pases todo el fin de semana agobiado, y no vale la pena.

Y no es solo que no valga la pena ese ansiedad preventiva... es que estar pegado al correo nos resta calidad de vida y no nos deja espacio para pensar en otras cosas.

A veces miro el móvil y pienso que, igual que pasó con la incorporación de la mujer al trabajo, con la tecnología nos han timado. (Cuidado, empieza el momento viejuno.) Antes alguien te llamaba por teléfono y si no contestabas, no pasaba nada, volvía a intentarlo al cabo de un par de horas. Ahora te llaman y ya está: tienes una perdida, sabes quién te ha llamado, tienes que devolver la llamada (y si es de trabajo esperan que la devuelvas inmediatamente) y no tienes ninguna excusa para no hacerlo. Y si te envían un correo electrónico, pasa más o menos lo mismo: la gente quiere que contestes, que lo hagas rápido, que les respondas las preguntas o que hagas lo que te piden inmediatamente.

Y como ya os conté la semana pasada, a mí todo eso me agota. Yo intento mantener mi correo a raya, pero no puedo evitarlo, a veces me supera y soy incapaz de hacer frente a todo lo que se acumula en mi bandeja de entrada. Hay veces que es porque estoy muy liada haciendo otras cosas (por ejemplo, trabajando), pero hay otras que es por puro agotamiento y porque necesito tener un momento tranquilo para contestar a los mensajes con calma y largo y tendido como se merecen.

Todo eso me genera estrés, para qué os voy a engañar, así que desde ahora mismo los fines de semana (y las noches a partir de las 8) empiezan a ser en mi casa momentos sin correo. Prefiero tener un rato tranquilo que poder dedicar a otras cosas, a otros proyectos.

Y ahí es donde viene la segunda parte: nos hemos estado poniendo al día. Hemos ordenado cosas pendientes, hemos vuelto a tirar cosas, hemos hecho las últimas páginas de los cuadernos de vacaciones e incluso hemos vaciado la nevera. Esto os lo cuento otro día, porque estoy súper orgullosa de lo mucho que hemos aprovechado hasta la última zanahoria pocha.

Y también le he hecho fotos a un proyecto que hacía muchos días que tenía ganas de mostraros. Uno de esos proyectos que te ponen de buen humor porque te solucionan un problema.


Entre las cosas que hemos hecho en las #reformasenCasaPompon, ha habido una puesta a punto del balcón. El balcón no es particularmente grande, aunque es bonito, da a un patio interior y tenía problemas tanto de acumulación de agua cuando llovía, como de desgaste del cemento de los muros. Long story short tenemos muros, suelos y baldosas nuevos. Y hemos colocado coquetamente en ambos extremos unos bancos de IKEA que me regaló mi madre en un cumpleaños y que usamos para guardar el material de jardinería y las herramientas de bricolaje.

El problema es que los bancos son de madera y tienen huecos entre los tablones. Quedan preciosos, pero cada vez que llueve se me arruinan las semillas o las lijas, porque el agua entra bastante a raudales.

Así que se me ocurrió que lo más práctico podía ser hacerles unos cojines con tela impermeable, de esa que parece plastificada, como un hule para la mesa.


Y dicho y hecho.

No podría ser más feliz con mis cojines: mi balcón está precioso, los bancos son infinitamente más cómodos que cuando nos sentábamos directamente sobre la madera y no se me ha vuelto a mojar nada (con lo que he podido guardar muchas más cosas que antes me daba pánico meter ahí).

Así que os cuento cómo lo hice por si alguien quiere probarlo también!

Necesitáis: Espuma de alta densidad (yo la compré aquí), un par de metros de tela plastificada, una cremallera (lo suficientemente larga para el tamaño de vuestro cojín, en mi caso, 60 cm.), elástico grueso.

Lo primero que necesitáis es medir vuestro cojín. Yo compré una plancha enorme de espuma (tengo medio metro de sobras, si alguien lo necesita) y lo que hice fue poner la tapa del mueble encima y marcarla con un rotulador.

Cortad la espuma con cuidado y con ayuda de un cuchillo del pan. Probé con un cúter, pero no hay color, el cuchillo del pan va de muerte.


Luego hay que marcar la tela. Necesitáis dos piezas del mismo tamaño que la tapa y la espuma, más un centímetro a cada lado, que será vuestro margen de costura.

Medid el diámetro del cojín. Y ojo, que aquí hay que hacer mates.

En mi caso, el diámetro era de unos 240 centímetros. Como mi cremallera era de 60, corté una tira de tela de 180 centímetros más dos de margen de costura, por la altura, en mi caso 10 más 2 de margen de costura.

Por otro lado, corté dos piezas para poner a cada lado de la cremallera. Ambas tenían 7 centímetros (5 más 2 de margen de costura).

Empezamos por coser la cremallera a estas dos últimas telas. Doblad el centímetro de margen de costura del lado de la cremallera y cosed con un pie para cremalleras. Repetid al otro lado.



Cuando ya tengáis la pieza de la cremallera lista, cosedla a la otra pieza larga para hacer el contorno de vuestro cojín. Ojo, porque tenéis la cremallera puesta. Tenéis que coser la pieza larga lo más cerca posible del inicio/fin de la cremallera. En mi caso, la cremallera era reciclada y pasé por encima de ella en la parte inferior.


Probádselo a la espuma para aseguraros de que cabe bien.

Llega el momento de coser la parte de arriba. Tened muchísima paciencia porque por muy bien que se os hayan dado las mates y por muy bien que hayáis cortado, lo más probable es que tengáis que ajustar un poco la tela para que os quede bien (yo descosí como unas cuatro veces). Unid con alfileres la parte superior a la lateral, con muuuuchos alfileres. Cosedlo con mucha calma.


Probádselo a vuestro cojín.

Abrid la cremallera. Medid el elástico grueso que tenéis que poner en la parte de abajo para sujetar el cojín. Recordad que es mejor que quede un poco tenso. Podéis cortarlo del mismo ancho que tiene vuestro mueble.


Fijad la parte de abajo a la parte lateral con muchos alfileres y sujetad también los elásticos. Recordad que os tienen que quedar dentro de la funda, porque estáis cosiendo por el revés de la tela.

Cosed con paciencia infinita otra vez y cuando ya lo tengáis, dadle la vuelta a la funda por la abertura de la cremallera.


¡Ya lo tenéis! Un cojín para adornar cualquier rincón y que podéis adaptar a vuestro mueble y a vuestro espacio (vamos, que si lo queréis para interior no hace falta que la tela sea plastificada, por ejemplo).

Apenas puedo expresar lo muuuuy feliz que me hacen estos bancos. Son el sitio perfectísimo para sentarse con un margarita a disfrutar del aire de la tarde ahora que todavía hace calor. O para leer el periódico y comerte un croissant un domingo por la mañana. O para tomarte el aperitivo de una cena con amigos. Y toooodo lo que guardo dentro está súper protegido (no más semillas de lechuga medio germinadas y medio podridas tras una tormenta eléctrica). Life is good.


Espero que tengáis una muy buena semana llena de cosas tontas como estas, que te hacen feliz porque sí.

Mesa de despacho o cómo envejecer madera

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¿Os acordáis de que el otro día hablábamos de ese síndrome de "bah, si eso me lo hago yo en un rato, más barato y más bonito"? Hoy os traigo un súper ejemplo de eso mismo. Un ejemplo, que me eleva de categoría: de "crafter" paso a ser "maker".

Os cuento. Hace unos meses me hice una cuenta premium de Skillshare. No sé si conocéis la página, es una plataforma repleta de cursos en formato vídeo con un foro y unos ejercicios o tareas a realizar. Es un formato que se ha hecho muy popular en Estados Unidos y que les debe de funcionar genial. Skillshare es bastante técnico. Vamos, que se centra en programas, diseño y ese tipo de cosas principalmente, aunque hay bastante variedad. Pero también hay un par de plataformas similares con cosas más craft, como son Creativebug y Craftsy.

En fin, que me disperso. Yo, que tengo un trastorno obsesivo-compulsivo y no lo escondo (porque creo que es mi mejor cualidad), me decidí a hacer todos los cursos. Todos. Uno por uno, sin dejarme nada. Aunque no tenga suficiente vida. Y en agosto, el mes tonto por antonomasia, por las noches, antes de irme a dormir, me puse a ello con fervor.

Y fue así como descubrí que además de crafter soy maker.

Los makers son una gente guay. En lugar de usar agujas de ganchillo y máquinas de coser, se compran caladoras, circuitos eléctricos y atornilladoras. Se pasan direcciones de lugares donde te cortan corcho, metacrilato o piedra según el archivo de Illustrator que tú les envíes y se reúnen en una especie de gimnasios donde pagas un tanto al mes para, en lugar de levantar pesas, usar impresoras 3D y cameos silhouette.

Son una gente curiosa a la que todavía miro con un poco de respeto (y un mucho de preocupación por su salud mental) cuando hacen cosas como una máquina que gira el bote de mantequilla de cacahuete cada 12 horas para no tener que hacerlo ellos (true story, y sí, yo puse la misma cara que vosotros). Pero también son capaces de pequeños milagros robóticos y de soluciones ingeniosas a problemas cotidianos. Y maestros en el arte de decir: "Eso me lo hago yo en un rato, más barato". Y punto. Porque lo del bonito como que no les importa mucho.

Así que yo creo que hay que mejorar la raza y unir a crafters con makers. Los unos crearán máquinas que nos sirvan margaritas y los otros las decorarán con washi tape y flores naturales, les tejerán un tapete de ganchillo o les coserán una funda para que no haya que verlas mientras no estén en marcha. Y tendremos un mundo perfecto.

Vuelvo a divagar. En fin, que los makers molan. Y que hay un gimnasio de esos en Barcelona. Todavía no he ido a echar un vistazo, pero debo reconocer que la posibilidad de jugar con determinadas herramientas industriales me seduce mucho.

Pero yo venía hoy a hablaros de mi despacho. Ha sido el centro de las reformas en Casa Pompón y yo creo que ha quedado bastante apañado. Mucho más pequeño, pero bastante apañado. Como el tamaño se debe haber dividido por cuatro, me he visto obligada a tirar cosas. Muchas, muchas cosas. Y una de las cosas que pasó a mejor vida, al despacho de mi padrastro, fue nuestra mesa.

La mesa llevaba con nosotros más de 10 años y era enorme, de dos metros y medio por 80 centímetros. Estaba como nueva, pero una cosa tan monstruosa no nos cabía en nuestro nuevo y delicado despacho de 5 metros cuadrados. Así que hablé con el pomelo y pronuncié las palabras que creo que a día de hoy más lo aterrorizan:

"¿Qué te parece si la hago yo?"

Protestó relativamente poco, así que lo arrastré al Leroy Merlin para comprar un tablón de madera de pino, sin tratar, de solo 60 centímetros de ancho. Y luego lo arrastré a Ikea y compramos un par de cajoneras estrechas, estrechas (tamaño folio) y un par de patas, todo de color blanco.

Pero, ¿a que no parece pino sin tratar? ¿A que es mucho más bonito?


Eso es porque envejecimos la madera nosotros mismos. Y vais a alucinar de lo fácil que es.

Solo necesitáis un litro de vinagre, un poco de lana de acero, esmalte al agua blanco y barniz incoloro (en nuestro caso, mate).

Lo primero que hicimos fue armarnos de paciencia, porque hay que meter la lana de acero en un bote de cristal, añadirle el litro de vinagre y esperar 4 o 5 días a que se oxide muy bien y deje el vinagre manchado y oscuro. Sí, sí, como lo leéis, vamos a oxidar la lana de acero en vinagre. Y el vinagre va a coger un color oscuro (y feote).


Ese es vuestro tinte, así que pasados los 4-5 días (o incluso más!) ya podréis empezar a usarlo. Nosotros pusimos nuestro tablón sobre dos taburetes y con un pincel ancho, cubrimos toda la superficie.

Ojo con las pinceladas, hay que mojar siempre todo el tablón. Si aplicáis solo un par de pinceladas sobre el tablón seco, cuando se sequen se van a notar (preguntadme cómo lo sé). Así que le podéis dar dos o tres capas, pero siempre mojando toda la superficie.

Al principio no lo veréis, pero al cabo de un rato notaréis como la madera va cambiando de color, se va oxidando y va cogiendo un color viejuno. En nuestro caso, como la madera era pino, pasó a tener un tono un poco rojizo, pero el efecto es diferente según la madera que manchéis. Puede ser, además, que os queden diferentes colores en el propio tablón, según cómo sean los listones que se han usado para hacerlo. Pero eso es lo bonito.


¿Os acordáis que cuando hablamos de cómo pintar muebles mencionamos el repelo? Pues en maderas sin tratar como esta, el repelo aparece invariablemente al ir aplicando diferentes productos. Coged la lana de acero que no hayáis metido en el vinagre y frotad el repelo hasta eliminarlo.

Si queréis un aspecto más viejo todavía, podéis lijar diferentes partes del tablón, hacerle marcas con un martillo, un par de tornillos, un cuchillo, unas tenazas... Y después volvéis a aplicar tinte.

El vinagre se seca muy rápido, así que es posible que le podáis pasar dos o tres capas de tinte seguidas sin grandes problemas.

Cuando ya hayáis conseguido un color que os guste, dejad secar el tablón toda una noche.

Para unificar los tonos y darle un aspecto todavía más viejuno nosotros le dimos una suavísima capa blanca. Para ello disolvimos una parte de esmalte al agua blanco en tres partes de agua. Sumergimos una gasa para pintar (las venden en cualquier ferretería, junto a la lana de acero) en la mezcla de agua y pintura, escurrimos bien y frotamos la gasa por todo el tablón. Eso le dio una pátina blanca muy tenue, que apagó un poco el color subido de la madera, pero sin cubrirlo.


Si lo preferís, podéis añadir menos agua. Al 50%, por ejemplo, sigue sin cubrir, pero apaga más todavía el color de la madera. Si la madera en sí no es demasiado bonita (y dentro de unos días os enseño otra que no lo era) es mejor poner más pintura para suavizar el color original.


Lo dejamos secar toda una noche otra vez, y al día siguiente le dimos tres capas de barniz extra resistente y mate, para que la mesa pareciera totalmente antigua. Con el barniz salió todo el repelo que los nudos tenían escondido, así que hubo mucho trabajo manual de frotar y frotar hasta tener una superficie plana y suave.

Para montar la mesa, pusimos una cajonera blanca a cada lado y las dos patas en el medio, para evitar que con el tiempo el tablón se hunda.


No podría estar más contenta con mi mesa. Me parece la más bonita del mundo, principalmente porque me la he hecho yo. Y sinceramente, creo que conseguir hacer cualquier cosa con la imaginación y las manos (y un poquito de ayuda de Google) nos da un subidón increíble que demuestra que, en el fondo, todos somos crafters y somos makers.

¡Feliz fin de semana!

Cereales caseros

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Me encantan los cereales. Me chiflan. Podría vivir de ellos (y de helado, salsa Tabasco y gazpacho). No me gustan con leche, porque detesto la leche (vaya uno a saber por qué, de pequeña podía beberme un litro diario sin grandes problemas), pero me los como solos, con yogur y hasta con zumo de naranja.

El problema que tienen los cereales digamos "comerciales", los del súper, es que si uno mira los ingredientes acaba con el estómago revuelto. Montones de grasas vegetales, azúcares y cosas que uno no sabe muy bien de dónde salen.

Y el problema que tienen los cereales digamos "sanos" de tienda de dietética, es que no hay quien se los coma. A mí siempre se me hace bola. Y qué aburridos que son.

Lo curioso del tema es que hacer tu propio muesli o cruesli o como sea que le llames, para desayunar es ultra fácil. Y bastante rápido. Y además le puedes poner los ingredientes que quieras.

Así que hoy os cuento cómo podéis preparar cereales para el desayuno sanos y ricos. No es una receta, porque soy incapaz de seguir dos veces la misma receta. Me moría de la risa con el post de Paloma sobre la mermelada de moras, porque yo soy exactamente igual, para mí todo es a ojo (como habréis notado en cada uno de los posts de este blog).


De hecho hace unos años mi mejor amigo había venido a casa a cenar y mientras hablábamos de cómo había cocinado lo que fuera que estaba en el fogón, Joan me dijo: "Madre mía, es que no sabes hacer ningún plato sin cambiarle algo". En ese momento estuve a punto de protestar airadamente... pero la verdad es que con el tiempo me he dado cuenta de que es totalmente cierto. Y es así en todos los aspectos de mi vida.

Vamos, que yo no quiero aprender a hacer un determinado muñeco de ganchillo y repetirlo ad eternum, sino que quiero aprender cómo hacer círculos y esferas y diferentes efectos y después aplicarlo a lo que a mí me dé la gana. O no quiero aprender a editar las fotos en Photoshop de una sola manera, sino que quiero saber cómo y por qué mejoran. Eso no significa que siempre lo aprenda a hacer todo, sino que ese es mi objetivo (y por eso muchas veces empiezo la casa por el tejado y tengo tres millones de cosas a medias).

Así que hoy no va a ser ninguna excepción. Os voy a explicar cómo podéis hacer cereales... pero los que vosotros queráis con lo que tengáis en casa o con lo que más os guste. Lamento no ser más exacta, la verdad es que no sé cómo.

¿Qué necesitáis?



  • Cereales (la avena es el más fácil de conseguir, pero en tiendas de dietética seguro que encontráis de todo)
  • Frutos secos (avellanas, nueces, almendras...)
  • Fruta seca (pasas, coco, papaya, piña, plátano...)
  • Semillas (de girasol, de calabaza, de lino, de amapola...)
  • Líquido o crema (miel, sirope de arce, mantequilla de cacahuete, mantequilla de almendras...)
  • Aceite neutro (girasol, sésamo...) (opcional)
  • Le podéis poner también trocitos de chocolate, pero yo no os he dicho nada ;^)
Lo primero que tenéis que hacer es mezclar todos los ingredientes menos vuestro líquido. Podéis hacer la proporción que queráis, pero generalmente se mezcla una parte de cereales por una parte de frutos secos, fruta seca y semillas JUNTOS. Por ejemplo: una taza de copos de avena y una taza de pasas, avellanas y semillas de girasol. Yo os aconsejaría esa cantidad de frutos como máximo, porque si no los cereales os quedarán muy dulces (no "demasiado", que en eso también estoy de acuerdo con Paloma ;^)) pero si queréis podéis reducir un poco la cantidad de frutos.


Si usáis frutos secos enteros, mejor darles un golpe de picadora o de mortero antes de meterlos en la mezcla, para que queden en trozos pequeños y más disimulados. No pasa nada si los dejáis enteros, claro, pero si los picáis un poco soltarán parte de su aceite y le darán más gusto a los cereales.


Mientras tanto pondremos a calentar en un cazo nuestro líquido. Normalmente usaremos media parte. Vamos, que si hemos usado una taza de cereales y otra de frutos, usaremos media taza de líquido, por ejemplo. Puede ser una sola cosa o pueden ser dos o más (por ejemplo, yo he probado una mezcla de miel y mantequilla de cacahuete y es espectacular!). Si queréis podéis añadir un par de cucharadas de aceite de gusto neutro (girasol, por ejemplo) a vuestro líquido, para evitar que se queme.

El único objetivo de calentar el líquido es que se vuelva precisamente eso, más líquido, y se pueda mezclar con facilidad con los cereales, así que enseguida que veáis que ha perdido su consistencia, ya podéis sacarlo del fuego e incorporarlo a vuestro bol de ingredientes secos. Hay que mezclar con vigor, porque los cereales sin tratar tienen tendencia a chupar el líquido como locos. Así que hay que darle caña hasta que todo esté bien mezclado.

Llegados a este punto podríais formar bolitas con la mezcla o meterla en un molde, esperar a que se enfríe del todo y cortarla en porciones. Vamos, que ya se puede comer sin ningún problema. Pero, ¿cereales crudos? A-BU-RRI-DO. Vamos a darles un último toque para queden crujientes y se conserven mejor.

Encenderemos el horno a una temperatura baja, 120-130 grados. Forraremos una bandeja con papel de horno y esparciremos nuestra mezcla sobre él. Lo metemos en el horno durante una media hora y removemos de vez en cuando.


¡Y ya está! Cuando empiecen a estar doraditos, sacad vuestros cereales del horno, esperad que se enfríen y guardadlos en un bote hermético. Si hay algún pedazo grande que haya quedado pegado, rompedlo en trocitos. Ya tenéis cereales para dos o tres semanas, si es que no arrasáis con ellos antes.

Servidlos con un poco de fruta, con leche, con zumo... o de mi manera favorita, con yogur y compota de manzana casera (prontito os explico cómo la hacemos en casa). Queda feo decirlo, pero yo lamo siempre el bol ;^)



Organización para desorganizados: Superhéroes

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Los superhéroes son guays. Salvan el planeta de amenazas nucleares o terroristas, o en forma de marinerito inflable gigante (referencia que solo pillaréis los ochenteros y los que tengáis una excelente cultura cinematográfica) o de malo malísimo con ínfulas que quiere dominar el mundo. Se ocupan de robos, crímenes, mafiosos y hasta de extraterrestres. Y por eso son muy infelices.

No me malinterpretéis, a mí me encantan los superhéroes, soy muy fan. En mi corazoncito llevo para siempre al Batman de Adam West con sus lycras imposibles y sus coloridas onomatopeyas. Pero creo que ser un superhéroe es muy duro y muy triste.

Primero hay que tener cara de estreñido todo el día. Porque un superhéroe no puede pensar en minucias como lo que va a cenar esa noche o qué partido de fútbol va a ver el sábado, no. Cuando uno tiene el peso del bienestar del mundo sobre los hombros, solo puede pensar en cosas importantes. Y claro, tener pensamientos sublimes todo el día te impide sonreír, respirar e incluso dormir.

Porque los superhéroes no duermen. Están atentos a la luz en el cielo, al teléfono directo con el ayuntamiento, a su súper oído que detecta los gritos, a cualquier cosa que les avise de que tienen que intervenir. Y la verdad es que siempre tienen que intervenir.

No tienen tiempo para tener una vida familiar normal y, que yo sepa, hasta el Sr. Increíble se relaciona únicamente con otros superhéroes, porque no hay nadie que entienda el ritmo que imprime tener una fuerza sobrehumana o una elasticidad única, y nadie entiende el agobio que supone no poder tener el don de la ubicuidad.

Tienen problemas familiares, no tienen amigos y se sacrifican ad eternum para que todos los demás podamos dormir de un tirón, ir al cine o tumbarnos una tarde a oír los pajaritos, los gritos de los niños o las olas del mar.

Sus personalidades corrientes, sus otros yos, acaban pagando el pato: ningún superhéroe puede hacer una jornada laboral normal y es un milagro que no los echen de sus trabajos como periodistas, fotógrafos, científicos o trabajadores de seguros.

Tanto hacen y tan poco descansan que acaban teniendo problemas a la hora de vestirse y poniéndose las bragas, los calzoncillos, los sujetadores, los leotardos o la camiseta imperio por fuera y combinando los colores con un dudoso sentido estético.

No es de extrañar, entonces, que solo existan un puñado de superhéroes, todos fruto de una raza extraterrestre, un experimento científico, un accidente fortuito o una vida millonaria y un pasado torturado. Porque esa vida no hay quien la aguante. Sinceramente.

Y sin embargo, a veces, todos queremos ser Ícaro y conseguir ser un superhéroe, aunque solo sea por unos días, como dice David Bowie.

En esas andaba yo hace unos días. Creo que somos muchas las mujeres que lo intentamos en algún momento u otro. Queremos ser superheroínas, desvivirnos por los demás y solucionar los problemas del mundo, sean en forma de reunión del colegio, de cuerpo perfecto, de éxito profesional, de casa de revista o de realización familiar. Nos estiramos y nos estiramos, como Elastigirl, con la intención de llegar a todo, de no dejar ni un rincón sin cubrir, de ocuparnos de todo y de todos. Y como no somos especiales, ni tenemos superpoderes, en lugar de estirarnos hasta quedarnos como un papel de fumar, llega un momento en el que nos rompemos.

No os quiero aburrir con los detalles, pero hace un par de semanas, un día me levanté y empecé a llorar. Y no pude parar. Fui al médico aterrorizada porque no entendía lo que me pasaba y lo que era peor, pensaba que a lo mejor me lo estaba inventando yo misma para tener excusa para dejar de hacer algunas cosas que no tenía ganas de hacer. Y mi doctora, que es la mejor del mundo, me dejó llorar y sonarme la nariz y balbucear todo lo que quise y al final me dijo, sencillamente, que tenía una crisis de ansiedad que no me dejaba vivir y que lo único que había hecho había sido explotar.

Mientras intento volver a la normalidad o más bien, cambiar mi normalidad para que no incluya listas de tareas kilométricas, he estado pensando mucho, en muchas cosas que ya os iré contando. Pero he pensado principalmente en lo mucho que nos pasa a nosotras. Ya sé, chicos, que algunos de vosotros también pasáis por ello, pero, por lo menos a mi alrededor, he visto que la ansiedad es un síndrome principalmente femenino. Me ha sorprendido la cantidad de gente que conozco que ha tomado ansiolíticos o ha sufrido crisis similares a la mía por motivos similares a los míos. Me ha parecido muy triste que nadie, más que algún blog bienintencionado como este, nos comente cómo podemos detectar que vamos directas hacia el desastre.

Pero lo peor de todo ha sido sentarme a hablar con la doctora y con la farmacéutica, leer los prospectos de los medicamentos que estoy tomando y darme cuenta de que llevo años conviviendo con el estrés y la ansiedad. Y me juego el dedo meñique a que muchos de vosotros (o más bien muchas de vosotras) también.

He aprendido que NO ES NORMAL:

  • No conseguir dormir. Acostarte muerto de sueño y tardar media hora, una hora o incluso dos en conciliar el sueño. Por muchas cosas que tengas en la cabeza.
  • Despertarte a media noche y no volverte a dormir. Pese a que te caes de sueño mientras oyes las campanadas de la iglesia que te indican que acaba de pasar otro cuarto de hora y que todavía no te has vuelto a dormir.
  • Llorar con los anuncios de la tele. Por muy llorica que seas y por mucho que el perrito que sale sea una monada. O por mucho que sea una historia de superación que busca tu complicidad.
  • Sentarte a ver una peli y hacer otra cosa. Especialmente si la otra cosa exige cierta concentración, como leer Twitter, mirar fotos en Instagram o repasar tus blogs favoritos. Mientras intentas ver la peli con la familia. Y saber de qué va.
  • Levantarte a las diez de la mañana y pensar en las horas que has perdido y todas las cosas que no has hecho, aunque sea domingo. O precisamente porque es domingo.
  • Desesperarte cuando ves todas las cosas que quieres hacer y el poco tiempo que tienes. Y que eso te genere angustia, especialmente si haces cosas como dividir las cosas que quieres hacer por los años de vida que más o menos te quedan.
  • Comprometerte con todo el mundo a hacer cosas. Algunas que te gustan, otras que no, muchas que son favores... Y seamos sinceros, que el principal motivo por el que lo haces sea caerle bien a todo el mundo. No le puedes caer a todo el mundo y eso está bien. La gente que te detesta también te define. Hay gente a la que tienes que caerle mal.
  • No tener tiempo libre para hacer las cosas que quieres hacer, porque siempre tienes una lista de tareas pendientes. Esto se relaciona con el punto anterior. Como decía Maradona (mira que estoy ochentera hoy!!): Simplemente di no.
  • Haber perdido la capacidad de tumbarte en el sofá y no hacer nada. Yo la he perdido. Del todo. Si me tumbo en el sofá tengo que tener un libro, el ganchillo, el teléfono o algo en las manos. ¿Por qué? Si no tienes nada dejas espacio para un pomelo, un pompón o incluso una siesta.

Esos son apenas algunos de los puntos en los que he estado pensando mucho estos días, en las cosas que no sé hacer porque una parte de mí cree que soy una superheroína. Pero no tengo poderes y vivir como si los tuviera me está haciendo ser infeliz, como los héroes, y además no aguantar nada y ni siquiera acercarme a salvar la humanidad.

A veces, muchas veces, no está mal dejar que la responsabilidad caiga en otros hombros y dejar que alguien nos salve. Reconocer que no, no tenemos poderes, ni tiempo, ni ganas y que queremos cultivar el noble arte de tocarnos la barriga a dos manos, que corre el riesgo de desaparecer si no hacemos algo al respecto. Eso sí es una responsabilidad.

Empieza hoy mismo a reconocer tu falta de superpoderes. No te agobies, no pasa nada, apenas hay un puñado de personas que los tienen y, la verdad, a todos les traen superproblemas, desde la animadora a los inadaptados sociales de Misfits (referencias más modernitas estas, para que veáis que no soy tan viejuna). No vale la pena. Ya sé que la frase está sobada, pero haz más de lo que te hace feliz y menos de lo que es un coñazo supremo que solo haces por obligación o por facilitarle la vida a alguien. Facilítatela a ti. Relájate. No acabes llorando con el bote de cereales en las manos, porque solo lo pasáis mal tú y la gente a la que quieres.

Aprovecha tus poderes personales, que no son súper, pero que te molan y te dibujan una sonrisa en la cara. Como a mí este blog. La semana que viene intentaré volver al buen camino y a publicar. Sin agobios, que ya sé que no soy, ni nunca voy a ser, la Mujer Maravilla.

Bosa de malla con punto de cruz

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Hace varias semanas os contaba que soy un poco adicta a los números y a las cifras, pero últimamente, con esto de poner en orden mi vida y poniendo en perspectiva este blog y la gente que hay al otro lado... pues confieso que me ha empezado a dar un poco igual.

Después de contaros lo que me está pasando el jueves me he sentido... bien. Me he sentido súper acompañada, arropada, apoyada y querida. Y es curioso, porque a muchas de las personas que estáis al otro lado no os conozco en persona, pero como decían en "V de Vendetta" (la peli es colosal, pero no os perdáis el cómic, a los pies de Alan Moore forever and ever) os quiero. Os quiero, os conozco, os leo, me río con vosotros y sé que en muchas cosas somos almas gemelas. Y formáis parte de mi vida.

Vamos, que es cuestión de calidad y no de cantidad, y por aquí de calidad vamos sobrados. Que ayer recibí uno de los correos más bonitos que he recibido en mi vida (gràcies, Dolors!) y pensé en lo alucinante que es todo esto. Pensé en mi amigo Edu, que un día me contó que había conocido a su mujer por internet y yo enarqué una ceja pensando que eso era un poco increíble (hace muchos años ya, ¿eh? Y enarqué las dos, porque no sé enarcar solo una y es un superpoder que NECESITO tener) cuando ahora a mí me pasa lo mismo.

En fin, que me pongo moñas y no es la intención. A lo que voy con todo esto es a que... a la mierda las estadísticas. Que mejor pocos y bien avenidos. Mi amiga Lucía siempre dice que ella en Facebook solo tiene gente con la que se iría a tomar una cerveza en cualquier momento, y, la verdad, para mí eso es el blog y los blogs de la otra gente: amigos virtuales con los que me iría una noche de fiesta sin dudarlo ni un segundo.

Resumiendo, que se os quiere. Que sois majos majetes. Que muchas gracias. Y que vamos al tema de hoy, que no tiene nada que ver... o quizás sí, porque ayer colgué la foto en Instagram y quedó claro que somos almas gemelas porque hubo una respuesta casi unánime y fue: ¡friki!

Vayamos por partes: me encantan las bolsas de malla. Me parecen súper estéticas y un poquito retro, y con una de ellas en las manos me siento trasladada a cualquier mercado de cualquier ciudad del mundo. Me veo comprando frutas tropicales, flores, pan casero, queso que huele a pies, chocolate artesano... a gente súper cuqui con delantales blancos o grises de lino atados a la cintura que adora su trabajo y te sirve con una sonrisa.

Vamos, que las bolsas de malla para mí no son un objeto, sino una sensación. Y por eso las tejo obsesivamente, aunque, seamos sinceros, muchas veces son bastante incómodas. He encontrado muchos patrones de bolsas de malla y he hecho unos cuantos, y en general las bolsas salen pequeñas y además, con lo que da de sí el ganchillo, acaban deformadas bajo el peso de la compra. Vamos, que si pensáis comprar un par de kilos de pan, sí, perfecto, thumbs up. Pero si vais al mercado como yo, para comprar para cinco personas, tres de ellas pompones preadolescentes con apetito desmedido... pues como que no.

Sin embargo, ¿quién dijo lógica o practicidad? A mí las bolsas de malla me siguen encantando, y aunque sea únicamente para sustituirlas por las bolsas de plástico en la frutería (y que todo el mundo me mire como a una marciana) me valen.

Así que estos días que estoy en modo "reducir stash" (jajaja! No me lo creo ni yo, deberíais ver la compra que hice el otro día en la Cantatrice) decidí gastar alguno de los miles de ovillos de algodón (o pseudoalgodón) que tengo y me lancé a hacer la market bag de Mollie Makes.


Por cierto, curiosidad total: ¿qué colores abundan en vuestro stash? Me he dado cuenta de que en mi stash algodonero el rojo y el blanco son los reyes absolutos. Me veo haciendo Papás Noel o bastoncitos de caramelo o señales de Stop en cantidades industriales.

En fin, que hice la bolsa de Mollie Makes y me gustó bastante. Sigue sin ser demasiado grande, pero en cambio sí que es bastante robusta y aguanta algo de peso. Y me encantó lo cuadradito que queda el punto. Y entonces pensé que era un bastidor perfecto para hacer un dibujo en punto de cruz.


Tenía ya la lana pensada, gruesa y muy bonita, una lana que traje de Uruguay y que he usado para una bufanda-capa que os enseñaré dentro de poco. Me quedaban unos restillos y eran suficientes para mi bordado. Solo necesitaba un dibujo fácil con el que probar. Y en un alarde de originalidad impresionante, pensé en un corazón. Ay, sí. Con lo punk que era yo en mis tiempos.


El corazón era fácil de diseñar y fácil de pasar a la bolsa con muy pocos puntos, así que lo terminé enseguida. Y empecé a mirar y remirar la bolsa. Estaba bonita. Había quedado bien, mejor de lo que me esperaba. Era chula. Pero, ¿y si...? Empecé a buscar en internet imágenes pixeladas de estrellas. Podía hacerle una estrella del otro lado. Pero no cualquier estrella, LA estrella, el objeto de deseo en todas las versiones de Mario.


¿Qué queréis que os diga? Yo también prefiero el lado friki. Mario es el amor de mi (breve) vida gamer y a él vuelvo fielmente cada vez que me entra el mono de la consola. Y aunque el corazón es cuqui y me imagino a estupendas y delgadas blogueras de moda haciéndose una foto lánguida con la bolsa en la mano... me resulta bastante evidente que mis pompones o yo misma saldremos a comprar más contentos y más confiados con un elemento friki al que aferrarnos.

Porque ya lo conté ayer en Twitter, pero mientras mirábamos la tele hablaron de Aragón y los tres, sí, los tres pompones recitaron casi al unísono: "hijo de Arathorn, heredero de Isildur". ¿Os imagináis a alguien así con una bolsa con un corazón? Yo tampoco.

Trol

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Hoy es un día especial. Hoy he tenido mi primer trol.

No, no lo busquéis aquí en el blog, porque no ha sido aquí, sino en facilísimo, una red de blogs a la que me sumé hace un tiempo. Pero ahí sí que está, en todo su esplendor, mi primer comentario antipático y directamente agresivo. O eso me parece a mí.

Esta mañana al abrir el correo me he encontrado el aviso de comentario nuevo. Como a cualquiera que tenga un blog, eso me hace ilusión, así que he ido rauda y veloz a ver quién me contaba qué. Y realmente ha sido como un bofetón.

Es muy difícil pensar que no hay nada personal en un ataque de este tipo. Aunque realmente no sea un ataque, solo una crítica formulada de un modo feo.

Cuando uno invierte tiempo e ilusión en algo, sea tejer un jersey, hacer un pastel o escribir un texto, es muy difícil pensar que eso no forma parte de nosotros. Es difícil pensar que no hay un pedacito nuestro en cada punto, cada gramo de harina o cada palabra. Así que las críticas negativas duelen. Y si están hechas con un poco de mala leche, más.

Pero como ya sabéis que últimamente ando un poco zen, lo he estado pensando. Y me parece que no, que ese texto, ese jersey o ese pastel no soy yo. Lo he hecho yo, con mi experiencia en ese momento. Lo he hecho con buena voluntad. Pero no soy yo. Y un ataque a ese texto, a ese jersey o a ese pastel no es un ataque a mí misma. Es un ataque a ese contenido que todo el mundo está en su derecho de valorar, porque yo lo he sacado ahí para eso, para que se valore.

Mostrar algo al mundo es un riesgo. Sacar tu última colección de ropa o joyería, publicar un libro, salir en un concurso de la tele o incluso escribir un blog es exponerte. Hay cosas que exigen más exposición que otras (yo tiemblo si pienso en la tele), pero al final, hagas lo que hagas, te expones. Y también te expones en lo que haces todos los días: cuando te vistes para salir a la calle, cuando vas a una reunión del colegio, cuando charlas con un vecino. Estamos expuestos.

Y la exposición da miedo. Todos tenemos miedo a no gustar, a estar equivocados o a meter la pata. Todos tenemos miedo a no estar a la altura. Y hacemos lo que podemos por trampearlo, nos movemos en entornos cómodos donde las cosas son familiares, nos relacionamos con gente que sabemos que no nos va a hacer daño y que va a formular las críticas de un modo amable.

Pero cuando salimos, cuando damos un paso más, por pequeño que sea, nos sentimos vulnerables. Porque nuestra intención es buena y nos provoca ansiedad que no se perciba así. Porque nos sentimos juzgados.

Y sin embargo hay que salir, no hay más opción, hay que salir, exponerse, arriesgarse y jugárnosla todos los días, porque las recompensas son mucho mayores que los riesgos y porque aunque las cosas salgan mal, siempre vamos a aprender algo.

Así que hoy he decidido que no. Que un texto que deja mis manos y sale ahí, a dar vueltas por la red, no soy yo. Es mío, eso sí, y soy la responsable última de lo que está ahí escrito, pero no soy yo, así que una crítica al texto es solo eso, una crítica al texto. Un ataque cruel es un ataque cruel al texto, no a mí. Cuesta, porque invierto y vuelco mucho de mí en cada texto, pero, ¿cómo va a ser un ataque a mí si la persona que lo lanza no me conoce de nada? ¿Si nunca me ha visto?

No nos podemos tomar como algo personal algo que es sesgado e incompleto. Y no solo en internet, sino fuera de ella. Si alguien critica con virulencia tu peli, tu libro o tu bar, no es personal. No te conocen. No saben quién eres. Solo conocen la peli que has hecho, el libro que has escrito o el bar que regentas. Y punto. Por mucho que tú hayas invertido en esos proyectos y por mucho que creas que ahí hay gran parte de ti.

Porque vamos a ponernos al otro lado. Seamos sinceros: ¿cuántas veces hemos dicho de algo que era una mierda? ¿Cuántas veces hemos criticado abiertamente un producto o un servicio? Algunas veces lo hacemos incluso con mala leche, generalmente a espaldas de quienes han generado ese producto o ese servicio. En la mayor parte de los casos no es nada personal, y si supiésemos que va a tener un efecto devastador sobre la otra persona, sonreiríamos educadamente y no diríamos nada. De hecho, si tuviésemos que hacerle la misma crítica a la persona a la cara, moderaríamos nuestro lenguaje y buscaríamos una manera correcta de decirle lo que no nos ha gustado. Y cuando llegásemos a casa diríamos que era una mierda :)

Así que cuando nos toca recibir, no podemos hundirnos ni pensar que es una ataque personal injusto. Es imposible gustarle a todo el mundo. Y como os decía en un post hace unos días, no es sano y la gente a la que no le gustamos también nos define.

Así que ante las críticas no constructivas, como ante tantas otras cosas: sentido común. Valorar el peso de la crítica y si tiene algo de razón y desactivar el sentimiento de injusticia y de que es algo personal. No eres un objeto, eres mucho más. No eres tu proyecto, hay otras cosas. Y si tu proyecto es mejorable, está bien saber qué piensan los críticos, por maleducados que sean.

Nosotros no somos nuestras creaciones, si no, no mejoraríamos nunca, haríamos siempre lo mismo, no cambiaríamos, no aprenderíamos a hacer las cosas de modos diferentes que nos gustan y nos llenan más. Saber que no somos lo que hacemos nos tiene que dar alas para seguir adelante y para seguir aprendiendo y avanzando, estando cada vez más orgullosos de eso que hacemos, cada vez más seguros de nosotros mismos.

Así que, aunque no os deseo un trol o un comentario interesado o de mala leche, sí que os deseo que saquéis lo mejor de cada experiencia y que eso no os duela y os haga seguir adelante, porque de todo se aprende, incluso de lo que gestionamos mal.

Mañana o pasado os cuento lo que pensaba contaros hoy, nuestra escapada a San Sebastián. Stay tuned!

Donosti

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Donosti es un lugar especial para mí. Hace 16 años fue el primer viaje que el pomelo y yo hicimos juntos, para que él participara en la clásica Behobia-San Sebastián, una media maratón como no hay otra. Así que volver a Donosti este año, después de muchos (demasiados) años sin visitarla, ha sido un sueño.

Si hay algo que me gusta de Euskadi, más que los chuletones, el txacolí, la sidra, los pinchos y el pescado, todo junto, es la gente. Pocas veces se encuentra gente tan hospitalaria y tan generosa. Cada vez que piso Euskadi me siento muy, pero que muy querida.

Esta vez no fue una excepción, y el viaje me deja recuerdos imborrables y experiencias muy diferentes. Porque eso también lo tiene: cada viaje es distinto, porque en Euskadi acabas arrastrado por la gente y las circunstancias. Me explico.

Llegamos a Donosti el jueves por la tarde, después de una noche en Zaragoza, donde el pomelo tenía trabajo y sobre la que ya os contaré cosas, porque también es una ciudad que me gusta mucho. Pensábamos ir a cenar algo y a dormir, cansados de tanto coche y con la idea de dedicar el viernes a hacer turismo como locos. Teníamos habitación en la pensión Ur Alde, en el centro. Fuimos a dejar las maletas y ahí nos esperaba Aritz, que fue el primero en cambiar nuestros planes.

Solo puedo decir cosas buenas de la pensión y de Aritz. Madre mía, qué trato, qué bonitas habitaciones y qué buen fotógrafo que es él (tendréis que visitarlo para entender por qué lo digo). Charlamos de cine y de comida y nos dio una lista de restaurantes con una lista de sus respectivas especialidades para que supiésemos qué pedir y dónde pedirlo.

Así que solo llegar ya sabíamos cuáles eran los mejores bares, los mejores pinchos y el recorrido que teníamos que hacer para probar unos cuantos. Por favor no preguntéis cuánto había engordado el lunes cuando volvimos.


Nos comimos unos pinchos de anchoas y de bacalao en el Txepetxa y luego fuimos al Gandarias donde comimos champiñones, gambas con bechamel y algún otro pincho que no recuerdo. Me sigue alucinando esa cultura del pincho y cómo vas comiendo y ellos más o menos calculan lo que consumes. Creo que es algo que solo pueden hacer ellos, especialmente con el follón que llega a montarse en la barra del bar.

El viernes trabajamos un poquitín por la mañana. El pomelo había quedado para tomar un café con un compañero de trabajo (o lo más parecido a un compañero de trabajo que tenemos los autónomos), José Luis, que se retrasó y nos llamó más tarde para ofrecerse a llevarnos "a picar algo". Nos pasó a buscar por Donosti y nos llevó a su pueblo, Andoain, a tomar un café. Y me mostró la ikastola de su hija, que me pareció chulísima, con ventanas en forma de árbol, casitas para cada clase con ventanas a la altura de los niños y un par de murales muy bonitos.


Nos hizo gracia ver que enfrente de la iglesia, ¡hay un frontón!



De ahí nos llevó a Beasain a comer. Y lo que iba a ser picar algo se convirtió en un menú espectacular en un hotel de cuatro estrellas, el Dolarea, que Juan Mari nos enseñó de arriba abajo, dejándonos ver todas las habitaciones y las partes más secretas :)


Pero lo mejor es que el hotel forma parte de un conjunto monumental con un palacio, una herrería, un molino, una capilla y un puente, que hace siglos era una aduana. No os creeríais la cantidad de fotos que llegué a hacer, qué sitio tan bonito.




Todo eso en un paisaje otoñal espectacular, porque Euskadi es verde, con unos bosques hermosísimos que en esta época del año están de todos los tonos de marrón y rojo que os podáis imaginar.

De vuelta hacia Donosti volvimos a pasar por Andoain para conocer a la mujer y a las hijas de José Luis, y tal y como llegamos a la ciudad nos montamos en nuestro coche para irnos hacia Zarautz.

Con Zarautz tuvo el pomelo una larga relación profesional hace años, así que también es uno de nuestros lugares fetiche. La casa rural del pueblo estaba regentada hace años por Pilar, una mujer que nos hacía morir de la risa con su manera de hablar y que nos ponía un dulce de manzana casero en el desayuno que era un manjar de dioses.

Y en Zarautz nos quedan algunos amigos, especialmente Patxi, que es un personaje. Y Patxi nos hizo un regalo único, una experiencia alucinante: nos abrió las puertas de su sociedad gastronómica y nos preparó una cena que creo que todavía estoy digiriendo.



Yo nunca había estado en una sociedad, aunque había oído un montón de leyendas urbanas sobre ellas. Y me sorprendió lo bien que funcionan, el buen ambiente que hay y lo enormes que son. La cocina era un sueño y pasé ahí dos horas sacando fotos y charlando con los cocineros, que esa noche eran todos hombres y no me dejaron hacer nada más que mojar pan en todos los platos.



Comimos kokotxas en tres versiones, luego un par de cogotes de merluza y los valientes, solo los valientes, probamos también un chuletón espectacular.


El sábado ya estábamos todos (éramos un montón!) en Donosti y cuando nos levantamos salimos hacia Anoeta a recoger los dorsales. Pero a medio camino nos encontramos, delante del Kursaal, con un mosaico con las banderas catalana y escocesa, y ahí nos quedamos a sacar fotos y a disfrutar del espectáculo, pero sobre todo a hablar con el montón de gente que había y a charlar de política de una manera muy, muy distendida, un poco sorprendente teniendo en cuenta lo delicado del tema. Había mucha curiosidad por la votación del domingo aquí en Catalunya, así que cuando nos oían el acento, todos nos preguntaban.


Llegamos a Anoeta un poco tarde. Ya sabéis que soy futbolera y del Barça, pero siempre he llevado a la Real en el corazón, así que recoger los dorsales dentro del estadio para mí fue un subidón. Aunque tengo que volver cuando haya partido, con mi amiga Ane.


Había un montón de gente. Este año había casi 30.000 corredores apuntados, que se dice pronto. La carrera era el tema de conversación en todas partes.

Con dorsales y alguna compra compulsiva en las manos, volvimos hacia el centro. Paramos a comer en un bar por el camino y comprobamos que, por desgracia, no se come bien en todos los bares de Donosti, por mucho que nosotros creyésemos que sí.

Y ya por fin pudimos pasear un poco por el centro. El pomelo y yo aprovechamos la última hora de luz para pasear alrededor del monte Urgull, desde el ayuntamiento hasta el Kursaal y sacar tres millones de fotos. Bueno, el plural es mayestático, las fotos las saqué yo mientras él miraba extasiado el oleaje.




Esa noche volvimos a salir por algunos de los mejores bares del centro. Fuimos al bar Néstor a comernos un chuletón, pero lo que más me gustó de todo lo que nos sirvieron fueron los tomates... ¡Madre mía! Súper tiernos y riquísimos. Ojo, porque en el bar Néstor hacen dos tortillas al día y hay que pedir hora para tener ración. Solo la mitad de los que íbamos la consiguieron, y yo no estuve entre los privilegiados... habrá que volver.

Luego pasamos por el Martínez a probar el pulpo. Y acabamos tomándonos un patxaran casero en Alberto (no he encontrado la página web, pero está en la calle 31 de agosto, a pocos portales de Gandarias). Las chicas nos atrevimos con un gin-tonic, pero los chicos se fueron a dormir pronto, que al día siguiente había carrera!

Y llegó la mañana de la carrera, y los chicos se tomaron el tren y las chicas desayunamos tranquilas y luego nos repartimos. Yo me escapé un rato porque había quedado con Maider. Qué alegría verla. Nos tomamos una cerveza y charlamos un montón, pero se me hizo cortísimo. Y qué guapa que está, con esa barriguita tan redonda. Es una pasada haber hecho estas amigas gracias al blog, y es una pena estar tan desperdigadas, porque tenemos un montón de cosas en común y me gustaría que nos viésemos más a menudo. Lo único bueno de la distancia es que por lo menos tenemos excusa para viajar.


Los corredores empezaron a cruzar la línea de meta, todos contentos, encantados, más bien, porque todos habían cumplido objetivo y mejorado tiempo.

Antes de subirnos al coche y volver para Barcelona queríamos comer algo (previa ducha de los chicos, que nadie se sube a un coche con un finisher que no se haya pasado jabón por todo el cuerpo como mínimo tres veces) y acabamos en el que para mí es uno de los mejores bares donde hemos estado aunque nadie nos lo había recomendado. El Aita Mari, justo al lado de la pensión, nos pareció un lugar increíble, con un trato excelente, unos pinchos impresionantes y un ambiente muy agradable. No os podéis perder las croquetas de chipirones ni las tortillas... Buf.


Y con el estómago a tope y la memoria llena de momentos mágicos, de gente maja y de experiencias únicas, nos subimos al coche y nos volvimos a casa.

No sé cómo había aguantado diez años sin pisar Euskadi, pero prometo no hacerlo nunca más.

Vinagre de restos de fruta

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Siempre aclaro que no soy una hippie fumada y que no voy abrazando árboles por la vida, pero tengo que reconocer que tengo un pequeño gen ecologista dando vueltas por el cuerpo, con su pelo largo, su flor en la oreja, su túnica hasta las rodillas y los deditos haciendo el símbolo de la paz.

Cuando era pequeña, de hecho, debía tener ese gen más a flor de piel, porque además de tener vestidos desteñidos (antes de enseñaros esas fotos preferiría morir de un ataque de cosquillas), creía que podía cambiar el mundo y ponía letreritos por casa anunciando que había que cerrar grifos y neveras, apagar luces y otras boniteces que sacaba de la "Guía del joven consumidor verde" o de "El consumo y nosotros", o de los folletos (que entonces no había internet!) de Greenpeace que guardaba como oro en paño.

Ay, pobre gen ecologista, atrapado en el mismo cuerpo que los genes frikis y que los genes alcohólicos, que en la adolescencia seguro que le hicieron bullying del malo y lo dejaron escondidito en un rincón, haciéndose trenzas, deshojando su flor y planeando su venganza en cuanto me hiciera viejuna y los otros se cansaran o se apoltronaran en algún sofá a ver el fútbol.

Y desde hace un tiempo (tanto como llevo aclarando que no soy una hippie fumada), el gen se ha visto reforzado y ha vuelto por sus fueros.

Por eso a veces tengo la cocina llena de botes de cristal con líquidos extraños.


Y es que cada vez que encuentro una receta para aprovechar algún tipo de desperdicio, el gen salta de alegría, da palmas y cual Remy (el ratón de Ratatouille), me guía para que me entusiasme tanto como él y me ponga a trabajar sin descanso.

Así que os podréis imaginar que la idea de hacer vinagre con restos de fruta fuera motivo de disfrute para mi gen. Y en consecuencia para mí.

¿Alguna vez os ha pasado que descubrís una idea que os hace gracia y después la encontráis por toooodas partes? Sigo varios blogs de conservas y de fermentación (por culpa del gen ecologista) y de repente empecé a encontrar recetas de vinagre casi todos los días. Y decidí probar.

Se tarda alrededor de tres semanas en tener un buen vinagre, pero el trabajo activo de todo el proceso deben de ser unos 10 minutos. Si llega. Así que es un proyecto súper asequible. Y si tenéis pompones en edad de estudiar química es una lección interesantísima de química orgánica, porque los azúcares se convierten el alcohol y luego el alcohol se convierte en ácido.

Podéis probar con muchísimas frutas, pero, evidentemente, las que funcionan mejor y dan un vinagre más rico son la manzana y la pera. (Y las uvas, pero eso no tiene ni mérito.)


¿Qué necesitáis?

- Pieles, corazones e incluso pulpa que de otro modo desecharíais de cualquier fruta (o verdura dulce)
- Azúcar
- Agua
- Un bote de cristal con tapa
- Gasa (o una tela de algodón cualquiera)
- Una goma elástica
- Paciencia

Lo primero que hacemos es medir la cantidad de trozos de fruta que tenemos. Si usamos pieles tienen que estar bien limpias. Por cada medida de fruta vamos a poder poner un par de medidas de agua. Así, si tenemos una taza de fruta, usamos un par de tazas de agua.

Ponemos la fruta y el agua en el bote de cristal. Añadimos una cucharada de azúcar por cada medida de fruta, más o menos. Cerramos el bote con su tapa y sacudimos bien.

Lo dejamos reposar en un sitio fresco y sin sol durante una semana. Todos los días tenemos que sacudir el contenido y abrir un momento la tapa para permitir la salida de gases, pero ya está.

Al cabo de una semana, abrimos y olemos. Lo más probable es que ya distingamos claramente el olor a alcohol. Si no es así, cerraremos y dejaremos reposar un par de días más. Si ya huele claramente a alcohol, colaremos el contenido.

Para colarlo, yo os aconsejo que uséis un chino y una gasa que se quede con las impurezas pequeñas. Colamos bien, lavamos el bote de cristal y volvemos a poner el líquido dentro. Si tenemos algún vinagre ya preparado, podemos poner un par de cucharadas para ayudar a que el proceso sea más rápido, pero si no, no pasa nada, el vinagre se formará igualmente, aunque a lo mejor tarda un poco más.

Esta vez, en lugar de ponerle la tapa, ponemos un trozo de gasa (o tela de algodón) y lo sujetamos con una goma elástica. Y ahí lo dejamos dos semanas. Podemos remover de vez en cuando, y si vemos que se forma algún tipo de impureza se puede volver a colar, pero básicamente hay que dejar que el alcohol se vaya convirtiendo en ácido y eso lleva su tiempo.


Durante la segunda semana empezará a formarse la "madre". La madre es una masa gelatinosa que contiene muchas bacterias responsables de la conversión de alcohol a ácido acético. Que se forme una madre es muy bueno por dos motivos: primero, porque eso indica que nuestro vinagre va por buen camino y segundo, porque esa madre nos puede servir de acelerador para otros vinagres, si la introducimos en el bote después de haber colado el alcohol.


Al cabo de dos semanas, ya podemos acercar la nariz al bote y decidir si ya huele a vinagre. También lo podemos probar. Si lo queremos más ácido o si creemos que todavía no se ha acabado, podemos dejarlo un par de días más.

Cuando ya lo tengamos, solo nos queda volver a colar con una gasa para eliminar impurezas y embotellarlo para guardarlo. La madre la enjuagamos con un poquito de agua y, si no vamos a empezar ningún otro vinagre, la metemos en uno de los botes de vinagre terminado.

El vinagre no se echa a perder, pero con el tiempo va adquiriendo un sabor más profundo (y va precipitando). Vosotros mismos podéis decidir si queréis guardarlo más o menos tiempo o si queréis usarlo inmediatamente. Y también podéis decidir qué mezclas de fruta queréis hacer para probar nuevos sabores. ¿No se os acaba de abrir un mundo de posibilidades? (Calla, gen, cállate ya.)

¿Y qué podéis hacer con el vinagre, teniendo en cuenta que salen cantidades industriales?

- Ponerlo en la ensalada (evidentemente)
- Sustituir el zumo de limón de algunas recetas
- Darle un toque final a los guisos
- Crear vuestra propia mostaza o salsa barbacoa
- Hacer vuestras propias conservas
- Ponerle un poquito a la macedonia
- Usarlo en cócteles y bebidas (ya hablaremos de los shrubs)

¿Vosotros también tenéis un gen ecologista? Venga, salid del armario, que no puedo ser yo la única que soñaba con el Rainbow Warrior o que tenía un colgante con un símbolo de la paz extragrande.

Organización para desorganizados: pelis

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Vuelve con vosotros la sección más esquiva del blog, la que aparece los viernes que me da la gana o que se me ha ocurrido algo digno de compartir. Y suele ser más lo primero que lo segundo.

Ya sabéis que en casa somos muy cinéfilos. Hace un tiempo os contamos que todos los viernes hacemos peli y pizza y que estamos intentando que los pompones se familiaricen con las pelis de los ochenta que nos marcaron al pomelo y a mí. Pero ellos también han desarrollado un ecléctico gusto personal que a veces nos horroriza (Hola, Adam Sandler) y a veces nos enternece (Hola, westerns viejunos y Alfred Hitchcock).

Sea como sea, en casa somos partidarios de decir que no hay cine malo, solo público inadecuado. O al menos de decírselo a los pompones, porque confieso que yo soy una esnob cinematográfica que detesta ciertos géneros, como por ejemplo, la comedia romántica posterior a los 90. La comedia pastelosa de los 50, en cambio, me encanta, aunque a lo mejor es por los vestidos y los peinados o por Katharine Hepburn y Gregory Peck.

Así que en casa hay montañas de películas. No, no, literalmente, montañas de DVD que amenazan con comernos y no caben en ningún sitio. Somos consumidores de cine. Y todavía vamos al videoclub.

Nuestra colección de DVD hace tiempo que se nos había ido de las manos y que ya no nos cabía en ningún sitio. Y por más que intentábamos tirar pelis... no podíamos. Nos quedábamos con el disco en la mano, mirándolo con ternura y recordando los buenos ratos que nos había hecho pasar. Todo lo demás ha ido saliendo de casa sin piedad, pero las pelis... Las pelis no.

Y un día, en el blog I heart organizing, vi una solución de almacenamiento que en un principio me horrorizó. Así que, coleccionistas sensibles, dejad de leer, porque ya me odiasteis el día de los discos y no quiero que nuestra relación se acabe aquí. La solución era simplemente tirar la caja de plástico y quedarte únicamente con el disco.


Creo que la chica que escribe el blog lo había hecho con los videojuegos, y ya os digo que mi primera reacción fue: ni hablar. Con las fotos tan bonitas, las portadas curradas, las ediciones especiales... Pero fue una de esas ideas que se te quedan en la cabeza y finalmente, un día, decidí comprar una caja en IKEA y probar con algunas pelis y documentales que no estaban entre mis favoritos, o que eran ediciones de periódicos y tal.

Qué cambio.

De repente había tirado una bolsa de basura llenita de cajas de plástico feúchas y que no me aportaban absolutamente nada y todos los DVD ocupaban una cuarta parte de la caja de IKEA. Y como me pasa con la mayor parte de los procesos de organización, le fui cogiendo el gusto. Dejé que pasaran unos días y volví a mirar mi colección de DVD. Y encontré otras cajas que podía tirar. Y volví a dejar pasar unas semanas, y la volví a mirar. Y poco a poco, lentamente, fui deshaciéndome de la mayor parte de las cajas.


Antes de que lo preguntéis: NO. No he tirado mis cajas metálicas de La novia cadáver, El sentido de la vida o El castillo ambulante. Ni las cajas de las ediciones especiales de El señor de los anillos. Todavía no estoy preparada y no pasa nada. Puedo tener ciertas películas dentro de sus cajitas sin ningún problema. Pero todas las demás, poco a poco, han pasado a vivir en fundas transparentes, dentro de una sola caja, donde las encontramos más fácilmente y ocupan infinitamente menos espacio.


Unos meses más tarde, de carambola, me di cuenta de que el cajón que había comprado en Ciclos Riera era de la misma medida que las cajas de IKEA, pero infinitamente más bonito, y más grande. El cajón ha sido objeto de una restauración intensiva (no tengo ninguna foto del antes y me da mucha rabia) en el curso que he hecho en el Ateneu de Sant Cugat y ha quedado así a falta de decidir si le vuelvo a poner su chapita original o si le busco una un poco más pequeña. ¿Qué os parece a vosotros?


Evidentemente, este no es consejo para jóvenes (pilláis la referencia cinematográfica, ¿no?) porque ahora todo el mundo tiene el cine en digital o... más revolucionario todavía: ¡no lo tiene! Paga cuando quiere verlo y punto. Pero si sois un poco menos jóvenes (pero todavía estáis de muy buen ver), a lo mejor tenéis el mismo problema acumulativo que nosotros.

Os lo recuerdo: es adictivo. Queda todo tan bonito y ordenado que nosotros ahora también tenemos los videojuegos y los discos que han sobrevivido guardados según este sistema, en cajas de fácil acceso junto a la tele.

¿Y vosotros qué? ¿Ya lo tenéis todo el digital o sois un poco analógicos todavía, como nosotros?

¡Patrónpedia ya está aquí!

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Tengo una confesión que hacer. Siempre me da una envidia tremenda cuando leo en un blog aquello típico de "tengo un proyecto del que ya os hablaré". Ya sé que debe de ser una buena estrategia de marketing, porque crea una cierta expectación, pero a mí me da rabia y siempre preguntaría a grito pelado: "¿Qué? ¿Cuál? ¿Cómo?" Me parece que se están haciendo los interesantes. Me gusta mucho más cuando de repente abres un blog y te encuentras la sorpresa de un proyecto chulo.

Por eso hasta ahora no os había contado nada.

Os he hablado tantas veces de mis amigas blogueras-costureras que debéis estar hasta el gorro de mí. Pero una de las cosas buenas de juntar tanta gente creativa en un mismo espacio (sea un whatsapp, una lista de correo, un curso o los comentarios de un blog) es que siempre salen ideas nuevas, diferentes y divertidas.

Ya sabéis que yo soy poco de costura... Bueno, eso no es verdad, la costura me encanta, pero no coso muy bien y tengo tantos otros intereses que con la costura voy tirando a ratos y no adelanto mucho. Pero la blogosfera está llena de gente alucinante que cose como los ángeles y da hasta un poquito de rabia (desde el cariño lo digo) cuando nos muestra esos vestidos increíbles, esos conjuntos, esas telas preciosas... Aix.

La cuestión es que a Ana se le ocurrió que podríamos montar una página de reseñas de patrones para que quien se enfrente a un proyecto nuevo tenga información sobre el patrón, la dificultad del proyecto, el nivel necesario para realizarlo... Algo que para las costureras avanzadas como ellas es útil, pero para las novatas como yo es una necesidad. Y así nació Patrónpedia.


No os puedo explicar la cantidad de mensajes, correos, whatsapps, prototipos, logos y versiones que se han comentado y discutido. Cuando hay 20 personas para ponerse de acuerdo, las decisiones se eternizan y cada uno ve las cosas de una manera. Pero también se aprende y se colabora un montón.

Suerte que Ana ha ejercido de directora de orquesta, ha pedido lo que necesitábamos, ha ordenado opiniones y peticiones y ha dejado la página maqueada de verdad.


El funcionamiento es un poco similar al de Pattern Review, pero en español. La persona que ha cosido un patrón puede dejar su opinión sobre el mismo en la página y añadir un montón de datos (si considera que la costura es fácil, si recomienda el patrón, si las explicaciones son claras...) y un comentario. Luego el "equipo editorial" le echa un vistazo, comprueba que todo esté bien, que los enlaces funcionen y que haya foto y ya está, se cuelga la reseña. Y cada vez que queráis coser un patrón, podéis ir a ver qué opinan del mismo las personas que lo han cosido. O si no sabéis qué coser, podéis ir a inspiraros buscando el tipo de prenda que os apetece.

Podéis ir a echarle un vistazo y podéis introducir ya vuestras reseñas de los patrones que habéis cosido. Se trata de crear una comunidad y de echarnos una mano unas a otras (y otros, que no somos sexistas y los chicos son bienvenidos) a la hora de enfrentarnos a diferentes proyectos costuriles. Yo ya he aportado todas las costuras que he hecho con patrón (que son poquitas), pero encontraréis reseñas de blogueras estupendísimas como María, Mònica, Miren, Mari Cruz, María José, María, María, Diana, Charo, Maider, Sonia, Ana, Lola, Merche, Isa, Momi, Mar y Ana. Ya veis qué pedazo de cartel que tiene Patrónpedia de salida.


Esperamos que la idea os guste y que dentro de poco además de estos nombres haya muchísimos más, de todos los que os animéis a contarnos qué tal los patrones que coséis.

¿Tenéis algún proyecto secreto del que no me hayáis contado nada? Ya estáis tardando en darme tooodos los detalles :)

24 ideas para Navidad

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Esta semana estoy maquiavélica, no sé si lo notáis. Os estaba escondiendo un montón de cosas. Ya os dije el martes que no por malicia, ni mucho menos, sino, simplemente, porque a mí me da rabia que me digan "ay, cuántos proyectos tengo". Así que he sido buena chica y me he mordido la lengua para no hacerme la chula. Y creo que ahora lo estoy fastidiando todo porque me rebosa la chulería por todas partes, ¿no?

Si el martes os presentaba Patrónpedia, con mis amigas online, hoy os cuento qué voy a hacer los primeros 24 días de diciembre, es decir, todos los días del calendario de adviento, junto a tres amigas de la vida real: Ari, Laia y Carla.

No sé si conocéis sus blogs o no, pero durante estos 24 días vais a estar rebotando de uno a otro. Y es que cada día (sí, sí, cada día) una de las cuatro publicará una idea de adviento. 24 ideas para Navidad que son fáciles, resultonas y muy bonitas, y que hemos preparado con muchas ganas y muuucho cariño.


No solo eso, sino que además tenemos tres retos que vamos a hacer las cuatro, para daros ideas diferentes sobre un mismo tema... ¡pero queremos que vosotros también participéis en ellos! Así que más abajo os doy las tres ideas sobre las que tenéis que trabajar y las fechas para enseñar vuestras obras de arte con el hashtag #24ideasNavidad.

Hemos dividido los 24 días en tres "semanas" de ocho días, cada una de las cuales tiene un tema. La primera semana será decorar, la segunda compartir y la tercera cocinar.

En esas "semanas" cada una de nosotras os dará dos ideas y el último día, comentaremos el resultado del reto.

Aunque todos los días os contaré quién tiene qué (todos los días, ¿os imagináis? Nunca había soñado con publicar tantísimo!) en este post iré actualizando los enlaces para que los tengáis todos ordenados y agrupados. Si tenéis blog y seguís nuestro reto, dejadnos un comentario y también enlazaremos aquí vuestra propuesta.

DECORAR

Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8

RETO DÍA 8 DE DICIEMBRE: Árbol de cartón (#24ideasNavidad)

COMPARTIR

Día 9
Día 10
Día 11
Día 12
Día 13
Día 14
Día 15
Día 16

RETO DÍA 16 DE DICIEMBRE: Servilletas (#24ideasNavidad)

COCINAR

Día 17
Día 18
Día 19
Día 20
Día 21
Día 22
Día 23
Día 24

RETO DÍA 24 DE DICIEMBRE: Palomitas (#24ideasNavidad)

¿Qué os parece? ¡Yo tengo unas ganas increíbles de que sea lunes y empecemos! A ver si os gustan todas las cosas que hemos preparado y a ver qué se os ocurre hacer a vosotros con estas tres ideas tan generales que os damos. ¡Manos a la obra!


Farolillos con botes de yogur

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¡Qué ilusión me hace empezar esta serie!

Voy a hacer una confesión y creo que no le va a sorprender a nadie... a veces compro los yogures únicamente por el bote de cristal. El yogur está bien, la verdad es que no me entusiasma, pero los botes de cristal... ah, eso ya es harina de otro costal. Cada vez que paso por algún sitio donde tienen yogures, flanes, mousses o lo que sea en bonitos recipientes, mis neuronas (las dos) empiezan a pensar y pensar qué uso podría darles. Como el pompón peque y el pomelo son adictos a los lácteos, los acabo comprando para su disfrute con la conciencia bien tranquila. De hecho, hace una semana compré cuatro botellitas de nata líquida ATO, porque el nuevo envase es para morirse de bonito.

En fin, que los botes de cristal son una de mis debilidades. Me encantan, me chiflan, me vuelven loca y los acumulo como diogenera que soy, siempre a la espera del proyecto perfecto, porque no los voy a desperdiciar con cualquier cosa, ¿no?

Pues no, no con cualquier cosa. Los he usado para hacer unos farolillos de Navidad súper bonitos, que a los pompones les encantan y que nos sirven para la tradición más navideña de Casa Pompón: encender velas a partir de las seis de la tarde todos los días de diciembre. Pero todos.

Hay pocas cosas que me gusten tanto como estar todos abrazados en el sofá, viendo una peli y comiendo palomitas a la luz de las velas. Especialmente si estamos todos en pijama y al día siguiente no hay clase. O si es una tarde, temprano y nos medio dormimos mirando la peli, mientras fuera diluvia. O una mañana, sin vestir todavía y sin planes de salir de casa en todo el día. En fin, ya pilláis la idea: adoro mi sofá. Sí, sí, a mi familia también, claro, pero sofá, manta y peli...

Total, que nuestro primer proyecto de Navidad son estos farolillos, fáciles de hacer y resultones, que podéis fabricar en casa con muy poca cosa:

- Botes de cristal
- Alambre de acero (lo podéis hacer con aluminio, que se moldea con la mano, si no tenéis alicates)
- Alicates de joyería (en Tiger tienen)
- Vinilo autoadhesivo (Aironfix de toda la vida)
- Pintura en aerosol


Para empezar vamos a hacerle el asa al farolillo. Podéis hacerlo sin asa también, si os da pereza, pero la gracia está en que con asa son transportables y los podéis llevar, si queréis... ¡a la cabalgata de los Reyes Magos! En lugar de velas normales ponedle una vela de LED y hala, os vais con el farolillo de peregrinación real.

Para hacer el asa, primero rodead con el alambre el cuello del bote. Enrollad la punta sobre el propio alambre, dejando medio dedo o un dedo de distancia con el bote. Luego estirad bien para apretarlo un poco y cread el asa.



Cortad el alambre con los alicates del tamaño que queráis y pasad la punta entre el bote y el alambre.


Doblad la punta con los alicates y ya tendréis el asa terminada.


Ahora vamos a decorar el bote en sí.

Recortad las formas que queráis en un trozo de vinilo autoadhesivo. Yo tengo debilidad por las estrellas, así que eso fue lo que hice. Ojo, porque primero probamos a hacerlo con etiquetas autoadhesivas, pero se pegan al bote y no salen bien, así que es importante que uséis aironfix o cualquier cosa similar, que se despega sin dejar rastro.


Cuando ya lo tengáis decorado como más os guste, llega el momento de pintar. Nosotros teníamos pintura dorada y un bote de... a ver cómo lo explico... un aerosol que crea el efecto de cristal traslúcido. Si tenéis pompones este va a ser su paso favorito.

Pintar con aerosol no tiene misterio, pero hay que mover el bote incansablemente y aplicar capas finas, porque si no, se hacen goterones, como con cualquier otra pintura. De hecho tuvimos que lavar a consciencia los botes un par de veces porque no habían quedado bien del todo.

Dejad secar unos 10 o 15 minutos, o hasta que esté seco al tacto.

Antes de retirar la pegatina, pasad un cúter por todo el contorno. Si no lo hacéis, es posible que arranquéis parte de la capa de pintura y que los bordes no queden perfectos.


Arrancad el aironfix con muchísimo cuidado... ¡y ya lo tenéis! Poned una vela dentro, si es posible que huela a canela o a manzana, tapaos con una manta de ganchillo, mejor si la seguís tejiendo y os tapáis con la parte terminada. Poned una peli de nuestra lista del año pasado y pasad una tarde perezosa y eterna, con todas las luces apagadas.


¿No os parece que el mes de diciembre es increíble? A la que se enciende la iluminación navideña y se abren los puestecillos de venta de adornos, se me instala una sonrisa perenne. ¡Volved mañana, que habrá más!

Decoración del árbol de Navidad

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El otro día leía el post de Paloma y me acordaba del árbol de Navidad que montábamos cuando vivía en casa de mis padres, con adornos de cerámica y de papel que habíamos hecho mi hermano y yo, con bolas de plástico que llevaban media vida con nosotros y con mucho, muchísimo espumillón.

Me sabe mal decir que en Casa Pompón nunca hemos hecho grandes decoraciones. Nuestro árbol es bastante convencional y aunque de vez en cuando compramos alguna pieza nueva, en líneas generales es aburrido.

Por eso me entusiasma el post de Carla de hoy. En casa Ninomaru sí que hacen decoraciones especiales todos los años. Especiales, bonitas y originales. Pasaos por el blog y veréis qué han hecho esta Navidad y qué ideas han usado en años anteriores. Seguro que os inspira a crear vuestras propias decoraciones y a innovar un poco en la creación del arbolito.

¡Nos vemos mañana!
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